Ocurría por los años ´40; el hecho de discriminación era naturalizado como otros que sucedían contra las personas afrodescendientes
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El calor de finales de julio es cosa seria en el interior de California.
Y aquella tarde de 1943 Mike Valles y Bobby Daste decidieron sacudirse los casi 45 grados que marcaba el termómetro con un chapuzón.
Subidos a una bicicleta, uno en el sillín, el otro en la barra, los adolescentes se turnaron para pedalear y recorrer en tiempo récord los 8 kilómetros hasta la piscina de Perris Hill.
Pero una vez allí, el empleado de la entrada los interrogó:
- ¿Son mexicanos?
- Yo sí.
- Hoy no es tu día para bañarte. Tienes que volver el día que te toca.
Valles debía regresar el día de la semana reservada para las personas de su origen étnico y que coincidía con la víspera en la que la piscina era vaciada.
“Solo te permitían nadar el día antes de limpiar el agua”, le contó a Mark Ocegueda, profesor de la Universidad de Brown y experto en la historia de los latinos en Estados Unidos, quien incluyó el episodio en su tesis doctoral.
“Me quedé mirando desde el otro lado de la cerca metálica, sintiéndome como una mierda”.
Ocurrió en San Bernardino, en aquella época una ciudad de unos 50.000 habitantes - hoy más de 200.000-, pero pudo haber pasado en cualquier otro rincón del “estado dorado”.
Sylvia Mendez, quien vivió durante ocho décadas en el también californiano condado de Orange, habló en 2017 con NPR, la radio pública estadounidense, y contó una realidad no muy distinta: “Teníamos que esperar al lunes y una vez nos bañábamos cambiaban el agua para los niños blancos”.
“Los llamados lunes mexicanos eran muy comunes”, le confirma a BBC Mundo Mark Ocegueda. “En casi todos los municipios existía ese tipo de segregación, desde las piscinas públicas de Los Ángeles, a las del sur de California, el condado de Orange, el valle de San Gabriel, incluso en el norte del estado”.
Y no era una discriminación basada en las leyes, sino de facto y que se aplicaba de forma más bien desordenada.
“No había ordenanzas municipales específicas que prohibieran el acceso a los mexicanos y latinos en general por su origen étnico, sino que era una segregación que se daba de forma bastante aleatoria”, prosigue el experto.
“Así, por ejemplo, quienes tenían la piel más clara conseguían a veces entrar, sin tener que enfrentarse al escrutinio”.
Esa fue la experiencia de Carmen Dominguez-Nevarez en la alberca del parque Ganesha, en Pomona, una ciudad del condado de Los Ángeles.
Después de que a sus hermanas mayores, Vera y Rosemary, les prohibieran la entrada, le dijeron: “Vamos a tomarles el pelo. Como eres güerita, ve, paga y entra”.
Cuando dejó su moneda de 10 centavos en el mostrador, el guarda simplemente le dijo: “Pasa, ¿a qué estás esperando?”
Dominguez-Nevarez se zambulló en el agua y tras reírse un buen rato, salió diciendo “adiós, adiós”, para no volver.
“Lo sentimos como una victoria”, le contó a Ocegueda.
La gota que colmó el vaso
Eran escenas cotidianas que transcurrían sin mayores consecuencias.
Pero el día en que a Valles le impidieron el paso a la piscina de Perris Hill tuvo un desenlace distinto.
El joven corrió a casa a contárselo a sus padres, Jovita y Gonzalo Valles, oriunda de Ciudad de México ella, de Durango él, quienes habían inmigrado a Estados Unidos en busca de una vida mejor y eran para la década de los 40 dos figuras prominentes de la comunidad latina del condado.
Estos recibieron la noticia hartos de ser el blanco de la discriminación.
Hacía apenas dos meses que no les habían permitido enterrar a su hijo mayor, Juvenal Valles, en el cementerio de Mountain View. Era cadete de las fuerzas aéreas y murió, con apenas 19 años, durante unos ejercicios militares. Pero había un problema: era de ascendencia mexicana.
Los Valles transformaron aquello en acción, aprovechando sus conexiones y capitalizando el malestar que dejaron en la comunidad los llamados “disturbios del zoot suit”, la violencia que se registró en varias ciudades de EE.UU. entre junio y agosto de 1943 contra mexicano-estadounidenses y otras minorías que portaban una vestimenta particular.
Así se creó el Comité de Defensa Mexicano Estadounidense, con el objetivo de combatir la segregación en los tribunales, explica Ocegueda.
En esa línea, y en representación de los 8.000 habitantes hispanos de San Bernardino, los editores de diarios Ignacio López y Eugenio Nogueras; el párroco Jose Nuñez y los estudiantes Virginia Prado y Rafael Muñoz presentaron una demanda contra el alcalde William Seccombe y la ciudad por la restricción al acceso a la piscina municipal.
Durante el juicio, cuando el juez le preguntó sobre las causas de la segregación, Seccombe subrayó que no había razones de raza, que el principal requisito de acceso era la higiene.
Añadió que habían instruido al gerente para que lo aplicara “de forma imparcial” y que “en algunos casos la ciudad consideró que se debía solicitar un certificado médico a los posibles usuarios”.
Tal defensa hizo que el diario The San Bernardino Sun saliera al día siguiente con una crónica titulada “El alcalde afirma que los latinos son admitidos cuando están limpios”.
El 4 de febrero de 1944 el juez Leon Yanckwich falló a favor de los demandantes, concluyendo que la conducta del alcalde y al ciudad era “ilegal” y que violaba “los derechos y los privilegios garantizados por la Constitución de Estados Unidos”.
Fue un hito, uno de los primeros casos en contra de la segregación y por los derechos civiles en EE.UU. ganados en los tribunales, subrayan los expertos.
Y según Ocegueda, dio pie a otros fallos más conocidos, como el histórico Mendez v. Westminster, que en 1946 acabó con las llamadas “escuelas para mexicanos” en el condado de Orange.
Es que la segregación de facto se daba también en el sistema educativo, así como en otros aspectos de la vida pública, desde que en 1920 empezaron a llegar trabajadores mexicanos y de otras nacionalidades en grandes cantidades para cultivar los cítricos del sur del estado.
En la puerta de algunos restaurantes había carteles que decían “Ni perros ni mexicanos” y en los cines solo se podían sentar en los balcones superiores.
“Separados pero iguales”
Esa discriminación no distaba mucho de la sufrida por aquel entonces por otros ciudadanos, los afroestadounidenses, en muchas partes del país.
Principalmente en los estados del sur en los que continuaban vigentes las llamadas leyes Jim Crow, promulgadas por las legislaturas estatales blancas y que consagraban la segregación racial en todas las instalaciones públicas por mandato de iure bajo el lema “separados pero iguales”.
La separación existía, pues, en las escuelas públicas, en el transporte, los restaurantes, los baños. Había fuentes de agua potable para blancos y otras para negros. También piscinas y playas segregadas.
Estas últimas existieron hasta bien entrada la década de 1960, y es por eso que los expertos vinculan dicha segregación con la alta tasa de ahogamientos en las comunidades negras hoy.
Y es que en EE.UU. los jóvenes negros tienen seis veces más probabilidades de ahogarse en las piscinas que los blancos, y el 69% de los menores afroestadounidenses no sabe nadar o nadan mal, frente al 42% de los niños blancos, según una investigación encargada en 2017 por la USA Swimming Foundation.
De acuerdo a ese mismo reporte, la tasa de los menores latinos que no sabe nadar o nadan mal es del 58%.
Pero ¿por qué es tan poco conocida la histórica discriminación de “los lunes mexicanos”?
“Porque durante muchos años la narrativa histórica sobre los problemas raciales que se presentó al público se centraba en la tensión blancos/negros, porque aquellos que estudiaban la segregación se enfocaban en la de las escuelas y la de las áreas recreativas les parecía menos significativa, y también por un mal trabajo de archivo”, dice Ocegueda.
“Se ha hecho mucho sobre los llamados pioneros, pero poco sobre otros grupos que se asentaron y crearon comunidades”, dice sobre los latinos. “Ellos no han tenido tanto reconocimiento”.
Por Leire Ventas
Corresponsal de BBC Mundo en Los Ángeles
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