¿Los líderes de hoy son como los de antes?
MADRID.- La primera crisis del euro se vivió mucho antes de que estuviera en los bolsillos de millones de europeos. Sucedió entre 1991 y 1993, cuando la parálisis de las economías europeas amenazó gravemente la puesta en marcha de la moneda única.
También entonces los medios hablaban de abismos, de catástrofe y de la Europa insolidaria y a varias velocidades. Entre aquella crisis y la actual hay diferencias notables. Una de ellas es que los líderes eran otros. Puede que comparar a aquellos líderes con los actuales sea injusto. Ni las circunstancias ni la conjunción de personajes coinciden.
Puede, por ejemplo, que la influencia política de Jacques Delors, glorificado en Bruselas hasta la extenuación, hubiera sido nula de estar conformada la Unión Europea de 1992 por 27 países, no de 12 como entonces, y de sufrir Europa una crisis tan aguda y compleja como la actual.
Vayamos a los hechos. La Cumbre de Maastricht, en diciembre de 1991, además de cambiar el nombre de la Comunidad Europea por el de Unión Europea, estableció estrechos márgenes de fluctuación para las monedas y la obligación de contener déficits y deudas públicas para poder adoptar conjuntamente, a partir de 1997, el euro.
La euforia de tal conquista se vio enseguida empañada por una crisis que se saldó con guerras comerciales en forma de devaluaciones de monedas como la peseta, la salida de la libra y la lira del sistema europeo y con tensiones entre los mandatarios.
En ese momento, la talla de los líderes se puso a prueba. En Alemania gobernaba el democristiano Helmut Kohl, padrino político de Angela Merkel. En Francia, el rey republicano y socialista François Mitterrand. El también socialista francés Jacques Delors estaba el frente de la Comisión Europea y el conservador John Major acababa de suceder a Margaret Thatcher como premier de Inglaterra.
Los dos grandes países del Sur estaban en manos de socialistas: el tecnócrata Giuliano Amato, en Italia, y el pragmático europeísta Felipe González, en España.
Puede que la ideología se diluya en instituciones que como las europeas son más tecnocráticas que políticas. Pero lo cierto es que frente a la Europa dominada hoy por la derecha (el saliente José Luis Rodríguez Zapatero está solo frente al resto de sus colegas conservadores), hace 20 años de los seis líderes citados cuatro eran socialistas, que entonces suspiraban por una Europa que fuera "un espacio social, económico y cultural".
La adscripción política no es, sin embargo, garantía de mejor relación política. Lo prueba el alto nivel de entendimiento entre Kohl y Mitterrand. Ambos eran de humilde extracción y ambos también sufrieron la Segunda Guerra Mundial prácticamente del mismo bando.
El francés luchó contra el nazismo y formó parte de la Resistencia tras escapar de las cárceles alemanas. Kohl, 14 años más joven, se libró de ser reclutado por el ejército alemán, su familia no tuvo ningún vínculo con los nazis y los americanos fueron para él sus libertadores; no sus victoriosos enemigos.
La misma guerra que dio origen a una Europa unida para evitar nuevos enfrentamientos, ligaba también a estos dos estadistas que compartían la misma ambición: engrandecer Europa para engrandecer a su vez a sus respectivos países.
Kohl y Mitterrand congeniaban, si bien algunos dudan que llegaran a ser tan amigos como dijeron ser. "Más bien lo que se dio en Europa fue una coincidencia de intereses", opina Ignacio Molina, politólogo e investigador del Instituto Elcano para Europa. Aun así, las tensiones fueron frecuentes.
Francia recelaba del extraordinario poder de Alemania, el mayor contribuyente a las arcas comunes, y la crisis, como ahora, colocó a Kohl en una situación de ventaja.
Entonces como ahora el canciller alemán exigía rigor y austeridad mientras el resto pedía una relajación de las reglas. Incluso el gran momento histórico europeo, la caída del Muro, fue motivo de conflicto entre Kohl y Mitterrand, que disentían en el ritmo en el que se tenía que culminar la reunificación alemana.
Los orígenes y vivencias previas de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy no pueden ser más divergentes. Merkel, hija de un reverendo evangélico y una maestra, es una investigadora de química cuántica que no pudo ascender en su carrera porque pertenecía a una familia que recelaba del régimen comunista de Alemania del Este.
Fría, cerebral, discreta y sufridora, tuvo que echar mano de toda su perseverancia para vencer a sus detractores dentro de su propio partido. Por su parte, Sarkozy es hijo de un noble terrateniente húngaro y creció en un exclusivo municipio de las afueras de París, Neuilly-sur-Seine.
Su vida privada siempre en el escaparate, su efusividad y su histrionismo son rasgos en las antípodas del carácter de la discreta Merkel. Al poco de llegar Sarkozy al Elíseo, Berlín se vio obligado a desmentir que a Merkel le fastidiaran las excesivas muestras de afecto del presidente.
La sideral distancia de caracteres existente entre ambos mandatarios no ha impedido un entendimiento pragmático. Sarkozy, explica un funcionario europeo, se ha visto obligado a aceptar ante la canciller que Francia y Alemania ya no son los dos pilares de la UE, sino pilar y medio y que el medio es Francia.
Por lo demás, las críticas que recibe Merkel en esta crisis se asemejan mucho a las que recibió Kohl. Las reglas y la austeridad forman parte de la educación personal y política de la mandataria.
"No hay que olvidar, además, que cuando ella defiende las normas del Banco Central Europeo -explica Molina- está defendiendo las que Kohl redactó hace 20 años."
Los expertos consultados consideran un tópico sin gran fundamento la afirmación de que ahora no hay líderes europeos de talla. Lo cierto es que en esta crisis los dirigentes de las instituciones europeas tienen un papel extremadamente limitado.
Jacques Delors tenía una visión ambiciosa de Europa. Supo ver, por ejemplo, en la reunificación alemana su mayor dimensión europea, pero en la crisis de 1991-93, el papel del presidente de la Comisión era mucho más relevante que ahora porque la UE era más pequeña y manejable y porque los asuntos que estaban sobre la mesa -mercado interno y nuevas reglas- eran de su competencia.
Hoy, al portugués José Manuel Durão Barroso no le corresponde papel alguno en los asuntos más candentes: fondos de rescate, creación del eurobono o actuaciones del Banco Central Europeo.
Sólo ahora, encarando su segundo y último mandato y dispuesto a engrandecer su figura antes de que euroescepticismo y la crisis se lo lleven por delante, alzó la voz pidiendo eurobonos y recordando a Alemania que sus exportaciones a un país tan pequeño como Holanda superan a las realizadas a China y que España es mucho mejor cliente de Alemania que Brasil.
© El País S.L.
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