Los intereses propios guían la posición sobre la guerra de Ucrania de las potencias emergentes
Países como la India y Turquía decidieron guiarse por sus intereses económicos o estratégicos más que por la cercanía con Washington
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BARCELONA.- Los analistas y políticos occidentales transmiten a menudo la idea de que la Rusia de Putin se encuentra “aislada” a nivel internacional a raíz de la guerra de Ucrania. Sin embargo, la realidad ofrece un diagnóstico más matizado. Si bien es cierto que la Asamblea General de Naciones Unidas condenó enseguida la invasión por un amplio margen (141 votos a favor, 5 en contra y 35 abstenciones) y el jueves volvió a hacerlo con un balance parecido, las sanciones contra el agresor se han circunscrito básicamente a los países occidentales y sus más estrechos aliados. El resto se han posicionado siguiendo sus intereses nacionales, sobre todo de tipo económico.
Un caso paradigmático es la India, un país que tenía buenas relaciones con la Unión Soviética -y después también con Rusia-, pero que en los últimos años se ha acercado a Washington por temor a que una China emergente se haga con la hegemonía del continente asiático. Pese a las presiones de Estados Unidos, India se niega a aplicar ningún tipo de sanción a Moscú, que se ha convertido en su principal proveedor de petróleo que, además, le llega a precio de descuento.
Entre los meses de marzo y diciembre del pasado año, el país asiático pasó de no comprar prácticamente petróleo ruso, a hacerse con casi un millón de barriles al día, asumiendo así una cantidad parecida de crudo ruso a la que antes de la guerra consumían los países de la UE. La economía india necesita ingentes cantidades de petróleo para engrasar un crecimiento económico y demográfico disparado que la ha convertido en una auténtica potencia emergente a nivel global.
La posición de Turquía
Otra potencia que ha adoptado una posición de gran pragmatismo es la Turquía del presidente Recep Tayipp Erdogan, el miembro más díscolo de la OTAN. Al tiempo que vendía drones a Ucrania, Ankara se negaba a aplicar sanciones a Rusia, favoreciendo así su economía como punto de entrada y salida de personas y mercancías, e incluso se permitía ejercer como mediador junto a ONU en la negociación sobre la exportación de los cereales ucranianos. Ante la negación de visados por parte de los países de la UE a los ciudadanos rusos, Turquía se convirtió en el principal destino exterior de los turistas rusos.
Esta política pragmática se halla en línea con la adoptada por Erdogan en otros escenarios regionales. Con unas elecciones decisivas que se acercan y una economía maltrecha que ponía en peligro su reelección, el presidente turco decidió el año pasado enterrar todos los conflictos con sus vecinos en busca de inversiones extranjeras y nuevos mercados para la exportación turca. Así, por ejemplo, en junio se reconcilió con el príncipe heredero saudita, Ben Salman, al que años antes había acusado del asesinato del periodista Jamal Khashoggi.
Ahora bien, el interés de mantener buenas relaciones con Moscú no es sólo económico, sino también geoestratégico, puesto que Erdogan necesita entenderse con Putin en Siria, donde ambos países tienen tropas sobre el terreno. En concreto, el Ejército turco necesita el visto bueno de Moscú para poder lanzar operaciones contra los rebeldes kurdos. El control ruso de los cielos en Siria es también la razón por la que Israel no se ha volcado con Ucrania como sí ha hecho Washington, su gran valedor desde hace décadas.
Más allá de los intereses económicos, en algunos países, la neutralidad responde también a criterios ideológicos, lazos históricos, o bien a la voluntad de no contradecir a la propia opinión pública. En las regiones que han sufrido de forma más directa el imperialismo estadounidense, el conflicto no se ve como tanto una agresión rusa contra Ucrania, sino como una lucha entre Estados Unidos y Rusia. Sobre todo por ello, los países de América Latina se han negado a suministrar armas a Ucrania, pese a las fuertes presiones occidentales, ya que en sus arsenales hay un buen puñado de armas soviéticas que son las que saben manipular mejor a los soldados ucranianos.
En el mundo árabe, y sobre todo en África, la visión del conflicto es similar. De hecho, la mayoría de los 35 países que se abstuvieron en la resolución de condena en la ONU eran africanos. Entre ellos, se cuenta uno de sus gigantes, Sudáfrica, que está participando actualmente en unas maniobras navales conjuntas con China y Rusia en el Océano Índico. Más allá de la necesidad de reforzar las limitadas capacidades militares del Ejército sudafricano, las relaciones históricas entre los líderes de ambos países explican la celebración de los ejercicios militares en un momento tan sensible, en plena celebración del primer aniversario de la guerra. “Los líderes más veteranos del Congreso Nacional Africano todavía tienen un vínculo emocional con Moscú porque apoyó de forma constante su lucha”, opina Alex Vines, del think tank Chatham House, en referencia a la lucha contra el apartheid.
En el mundo árabe, algunos países tienen también vínculos históricos con Rusia, como es el caso de Argelia, cuyo Ejército utiliza sobre todo armamento soviético o ruso. Además, obviamente de la Siria de Bashar Al-Assad, que no habría sobrevivido a la guerra civil sin el apoyo militar ruso. Pero incluso los países tradicionalmente alineados con Washington, como Arabia Saudita o Egipto, han mantenido una posición más bien neutral. En el caso saudita, existe un interés compartido con Moscú en un precio elevado de los hidrocarburos, además de querer demostrar su independencia respecto a Estados Unidos en un momento de relaciones distantes entre ambos países.
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