Los incondicionales, a veces, no alcanzan para aferrarse al poder
Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly. El autor es su editor general y vicepresidente de la Americas Society and Council of the Americas
NUEVA YORK.-"Los héroes también se equivocan", tuiteó el sábado a la mañana el influencer de la ultraderecha brasileña Leandro Ruschel. Y así, sin pestañear, los conservadores empezaron a racionalizar la dramática renuncia de su histórico ídolo Sergio Moro como ministro de Justicia, sin por eso retirarle su apoyo al presidente Jair Bolsonaro.
Ruschel primero admitió su conmoción no solo ante la partida de Moro, sino también por su acusación de que Bolsonaro intentó interferir en investigaciones que realizaba la Policía Federal. "Es una bomba nuclear para el gobierno", escribió. Pero un par de horas después su discurso había cambiado: sí, Moro le rindió un gran servicio a Brasil como juez de lucha contra la corrupción, pero también era un maniático egocéntrico más interesado en su futuro político que en el "movimiento conservador", del que nunca quiso ser parte. "Moro traicionó a Brasil", denunciaba un video viralizado.
Olavo de Carvalho, el gurú filosófico más influyente de la derecha brasileña, posteó con su usual decoro en Facebook: "Moro merece una estatua. Habrá que discutir si en forma de culo o en forma de pito".
Más allá de los fuegos artificiales, hay una seria verdad: la continuidad de Bolsonaro en su cargo depende sobre todo de que logre conservar su base de entre el 30% y el 35% de los votantes brasileños, que hasta ahora le mantuvieron su apoyo con una lealtad y una energía que recuerda a los seguidores de Donald Trump.
Si la base electoral de Bolsonaro se erosiona significativamente -ya sea por las acusaciones judiciales contra su familia, por la salida de Moro, o por un agravamiento de la crisis sanitaria y económica-, antes de fin de año seguramente el Congreso intente iniciarle juicio político. Pero ese "si" condicional está más lejos de lo que algunos analistas creen: hay señales tempranas de que algunos votantes están abandonando el barco, pero todavía no como para dejar al presidente en peligro inminente.
Por supuesto que las redes sociales son una ventana imperfecta a lo que piensa la opinión pública (aunque resultan absolutamente indispensables para entender el bolsonarismo). Así que miremos las encuestas.
Según un sondeo de Datafolha del 17 de abril, el 36% de los consultados dijo que Bolsonaro estaba manejando "bien" o "muy bien" la crisis de Covid-19: un fiel reflejo de su núcleo duro de apoyo. La encuesta no preguntaba sobre la aprobación del presidente. Pero más revelador es el 52% que dijo creer que Bolsonaro "sigue siendo capaz de liderar el país".
En otra encuesta realizada diez días antes, el 59% de los brasileños rechazaban la idea de que Bolsonaro debía renunciar, después de que un grupo de diputados de izquierda sacara a relucir esa posibilidad.
Es muy probable que ahora esas cifras estén cambiando: Moro es más popular que Bolsonaro, y su presencia en el gobierno era un sello de garantía para los votantes moderados. El contenido de las acusaciones de Moro del día viernes fue muy grave, con posibles consecuencias penales.
Pero al menos hasta hace poco tiempo, había otro 20% o 25% de la sociedad, más allá de la base de Bolsonaro, que parecía decir: "¿Cómo es que estos tipos en Brasilia no logran ponerse de acuerdo? Acabamos de tener un juicio político en 2016. Todavía no logramos salir de la peor crisis económica de nuestra historia. Y ahora atravesamos una pandemia. Mucho no nos gusta este presidente, pero seguimos creyéndolo capaz de sacarnos de esta".
Mientras haya una mayoría, o casi mayoría, de brasileños que sientan eso, cuesta imaginar que el Congreso, que tiene sus propios problemas de imagen, avance en la destitución del presidente, sin importar cuántos de sus miembros rechacen al mandatario.
Más allá de eso, lo cierto es que en las próximas semanas o meses la sensación de un gobierno sitiado seguramente se intensificará. Debido en parte al insistente negacionismo de Bolsonaro sobre la gravedad del Covid-19, Brasil está perdiendo pacientes a un ritmo de 350 muertos por día. Y el pico recién se espera para bien entrado mayo.
Los pronósticos sobre la caída de la economía hablan de un 5% negativo, y ya antes de que se desatara la crisis, el desempleo en Brasil estaba por encima del 11%. De ahí la importancia del núcleo duro de Bolsonaro como muro de contención, y de ahí también los esfuerzos para frenar una potencial estampida incluso antes de que Moro terminara de hablar el viernes, con hashtags como #FechadoComBolsonaro ("firme junto a Bolsonaro"), que hasta bien entrada la noche era trending topic.
A muchos de sus seguidores los impulsan los mismos motivos de clase, privilegios y raza en Brasil que siempre estuvieron detrás del apoyo a Bolsonaro, y antes de eso, del apoyo a la dictadura militar de 1964-1985. Pero tras pasarme las últimas 48 horas leyendo Twitter Brasil -Dios me ampare- y hablando con numerosos amigos y contactos de la derecha, se diría que la oposición al Partido de los Trabajadores (PT) sigue siendo la principal fuerza que anima la política brasileña.
El domingo consulté con un general retirado si esos sentimientos habían cambiado. Me contestó con una catarata de memes y videos editados, con el agregado de una lista: "Dejaré de apoyar a Bolsonaro... cuando traicione a nuestro país y empiece a regalarles dinero a dictadores comunistas... cuando utilice nuestro sistema educativo para fabricar iletrados funcionales... cuando sus escándalos sean de corrupción y saqueo... y no simplemente porque despidió a alguien para nombrar a alguien más capacitado".
Al menos por ahora, el recuerdo del anterior período de recesión y escándalos sigue siendo más potente que el del actual.
Traducción Jaime Arrambide
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