Los “halcones” que asesoran a Vladimir Putin y que creen que los ucranianos son “no humanos”
Los funcionarios que aconsejan al presidente ruso tienen posiciones aún más reaccionarias y recalcitrantes que las del mandatario
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MOSCÚ.- En Occidente están legalizando el matrimonio entre personas y animales, los líderes de Ucrania son peores que Adolf Hitler, y los nacionalistas de ese país son “no-humanos”.
Es el tipo de opiniones que se escuchan en el círculo íntimo del presidente Vladimir Putin y entre los máximos funcionarios de seguridad de Rusia, que seguramente se sentarán a la mesa donde se decida lanzar o no lanzar un ataque militar directo contra Ucrania.
En comentarios publicados por la prensa rusa durante todo el año pasado es posible rastrear la opinión de estos hombres poderosos —en su mayoría nacidos en la Unión Soviética de la década de 1950, como Putin—, que tienen posiciones aún más reaccionarias y recalcitrantes que su presidente, señal de que los halcones del Kremlin van en ascenso y de una escalada contra todos los que parezcan enemigos, sea dentro o fuera del país.
El ascenso de los funcionarios de seguridad de la órbita del presidente sigue el mismo trayecto recorrido por Putin, de aquel joven líder que a principios del nuevo siglo le mostraba una cara amable a Occidente y se rodeaba de asesores progresistas, al hombre actual, que coquetea con desatar una guerra total en Europa.
También es la historia de la larga lucha del Kremlin por pergeñar una ideología que dé sostén al gobierno de Putin, una estrategia que apela cada vez más a pintar a Occidente como enemigo, a Ucrania como amenaza, y a Rusia como baluarte de los “valores tradicionales”.
“Es un intento colectivo de dar forma a una contra ideología, ya que Putin no tiene ideología”, dice Konstantin Remchukov, editor de un diario de Moscú con vínculos con el Kremlin, con relación a la que considera “una visión conservadora-reaccionaria” de la cúpula de la seguridad rusa. “El postulado básico es que todos están en contra de Rusia.”
Nadie sabe realmente cómo toma Putin sus decisiones o a quiénes escucha más antes de dar su siguiente paso. Según el Kremlin, el presidente ruso está estudiando la respuesta por escrito que Estados Unidos y la OTAN le enviaron la semana pasada en respuesta a los reclamos rusos en materia de seguridad, entre otros, la garantía de que Ucrania nunca se sumará a la OTAN.
El viernes, el Kremlin dijo que las respuestas de Occidente no despejaban las mayores preocupaciones de Rusia. Pero hasta ahora Putin guarda silencio y evita hacer comentarios públicos sobre Ucrania desde diciembre, a pesar de sus casi diarias apariciones ante las cámaras.
Para entender lo que piensa, por lo tanto, no hay más remedio que dejarse guiar por las pistas que dejan los halcones de su gobierno. Algunos de ellos fueron compañeros de Putin en la KGB soviética y han sido acusados por funcionarios occidentales de supervisar los asesinatos, las operaciones de influencia en el extranjero, el espionaje cibernético y la brutalidad bélica que fueron alejando al Kremlin de Europa y Estados Unidos.
Putin es conocido por permitirse giros verbales engañosos y antioccidentales, pero su principal asesor de seguridad nacional, Nikolai Patrushev, los adopta con mayor fervor y sin el menor empacho. Putin habla de enemigos empeñados en tergiversar el glorioso pasado de Rusia, pero para su jefe de inteligencia exterior, Sergei Naryshkin, la lucha por el relato de la historia es una prioridad y una cuestión personal.
Putin abraza una mayor participación del Estado en la economía, pero su ministro de defensa, Sergei K. Shoigu, ha llevado esa tendencia al paroxismo y una descomunal iniciativa estatal para construir nuevas ciudades en Siberia.
“Es como una máquina del tiempo que nos lleva de regreso a los peores años de la ocupación de Hitler”, dijo Naryshkin sobre Ucrania hace unos días, y describió al gobierno proccidental de Kiev como una “verdadera dictadura”. Sus declaraciones fueron durante la inauguración en Moscú de una exhibición titulada “Abusos de los derechos humanos en Ucrania”.
Por su parte, el mes pasado Shoigu calificó a los nacionalistas ucranianos como “no humanos”, y Patrushev dijo que la “rusofobia” en Ucrania es resultado de una campaña de propaganda occidental que puede rastrearse hasta los envidiosos escribas europeos que ensuciaron la reputación de Iván el Terrible.
“No les gustó que el zar ruso desconociera su liderazgo político y moral”, dijo Patrushev sobre el tirano del siglo XVI, famoso por su temible policía secreta.
Ahora, mientras Putin evalúa hasta dónde tirar de la cuerda en Ucrania, la pregunta es hasta qué punto adhiere a la mentalidad conspiracioncita de sus halcones. En Moscú, algunos analistas creen que en Putin todavía prevalece una vena pragmática. Sopesa los reclamos y la paranoia fogoneada por sus confidentes, como Patrushev, y los aportes más moderados de personas como el primer ministro Mikhail Mishustin, un tecnócrata encargado de mantener andando la economía.
“Conservadores radicalizados”
“Son conservadores radicalizados”, dice Remchukov, que en 2018 dirigió la campaña por la reelección del alcalde de Moscú, exjefe de gabinete de Putin. “Puede ser un núcleo conservador, pero Putin está en el centro”.
Hay muchas señales, sin embargo, de que los “radicalizados” van ganando terreno. Y el cambio más obvio se produjo dentro de Rusia, donde el envenenamiento del líder opositor Alexei Navalny, en 2020, fue seguido durante el año pasado por una amplia campaña de represión contra activistas, medios de comunicación y hasta prestigiosos académicos.
Cuantas más tropas rusas se concentran cerca de la frontera con Ucrania, más relevante se vuelve otro elemento clave de la ideología de los funcionarios de seguridad: la glorificación del pasado soviético. Patrushev dijo que el colapso de la Unión Soviética “le dejó libres las manos a la élite neoliberal occidental” y permitió que le impusiera sus valores no tradicionales al mundo. Para Patrushev y sus colegas del área de seguridad, la nación rusa está destinada a recuperar ese estatus de baluarte contra Occidente, junto a Ucrania y otros países postsoviéticos que pertenecen legítimamente a la esfera de influencia de Moscú.
“Esta es una de las corrientes más oscuras del nacionalismo ruso, multiplicada por el afán imperialista”, dice Andrei Kolesnikov, integrante del grupo de expertos del Centro Carnegie de Moscú. El objetivo de la élite de seguridad de Rusia, dice Kolesnikov, es “la restauración del imperio”.
Putin se ha referido varias veces al colapso de la Unión Soviética como una “catástrofe geopolítica”. Pero en el pasado también solía buscar consejo de una amplia variedad de funcionarios, incluidos varios liberales y progresistas. Ahora esos funcionarios han sido radiados o directamente expulsados del gobierno, mientras que los tecnócratas, como Mishustin, rara vez hablan de asuntos fuera de su órbita de competencia.
Esos temas quedan para los funcionarios de seguridad de élite, conocidos colectivamente como los siloviki, muchos de los cuales, como Patrushev, Naryshkin y Alexander Bortnikov, el jefe de inteligencia internar, fueron colegas de Putin en la KGB.
Los analistas ahora se preguntan si a Putin le queda suficiente “vena pragmática” para evitar una guerra abierta y declarada con Ucrania: las sanciones económicas de Occidente tendrían consecuencias de amplio alcance, como lo anticipó el desplome de las acciones rusas de las últimas semanas, en medio del temor a una invasión. Y las bajas entre las tropas rusas podrían tener un efecto rebote impredecible en la política interna, y hasta manchar el legado de Putin.
“Si vamos a una guerra fratricida con Ucrania y hay muertos, eso será lo único que recuerden de Putin”, dice el periodista Remchukov. “Eso Putin lo sabe, y es un pecado que tal vez no puede permitirse.”
Traducción de Jaime Arrambide
Por Anton Troianovski
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