Los golpes de Estado recrudecen en África y alimentan la inestabilidad del continente
Tras la ola democrática de la década del noventa, los militares vuelven a tomar el poder con discursos de fuerza y arrogancia como los únicos capaces de garantizar el orden
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PARÍS.– El golpe de Estado en Gabón, esta semana, es el último de una catarata de putschs que golpearon el continente africano desde 1950, y que recrudecieron en los últimos tres años con ocho casos. Un “efecto dominó” que afectó particularmente a África Occidental y la región del Sahel.
¿África, un continente de golpes de Estado? El putsch militar que provocó la caída del presidente Mohamed Bazoum en Níger el 26 de julio era el 108° desde 1950. El de Gabón, el pasado miércoles, el 109°. Las cifras son todavía más impresionantes si se tienen en cuenta los otros 110 intentos de golpe que fracasaron en el mismo periodo. Pero si bien el poder es derrocado regularmente en numerosos países africanos, no todos se ven afectados del mismo modo. Algunos, como Tanzania o Namibia, escapan al fenómeno. Por el contrario, Sudán y Burundi se ubican en primera línea, con 17 y 11 putschs o tentativas respectivamente.
África Occidental y más precisamente el Sahel -es decir, la línea de países al sur del Sahara- son claramente las zonas más afectadas. Senegal es una excepción, con solo un intento de golpe en 70 años. Los demás países son claramente los más inestables del continente, con no menos de diez golpes e intentos en Burkina Faso; ocho en Malí, Níger y Nigeria, y siete en Chad y Mauritania.
“En comparación con África Central, donde existe una relativa estabilidad y cierta longevidad de los jefes de Estado, en África Occidental hay una concentración de esos golpes de fuerza”, confirma Francis Laloupo, investigador en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS).
Después de las independencias, hubo una primera ola de golpes hasta los años 90. Al punto que esa práctica se convirtió en una triste tradición. En Burkina Faso, en Malí y en Níger, las juntas se sucedieron al ritmo de putschs y pronunciamientos. Las democracias balbuceantes cedieron rápidamente el lugar a regímenes militares liderados por un partido único. A partir de los 90, los golpes siguieron produciéndose en el Sahel, aunque su número fue en disminución.
“A fines de la Guerra Fría, una nueva esperanza democrática renació en el continente, y los golpes de Estado comenzaron a ser percibidos como una forma ilegal de acceder al poder”, analiza Laloupo.
“Pero esas ilusiones desaparecieron pronto para dar lugar a una nueva ola de golpes en estos últimos años”, señala a su vez Stephen Smith, profesor en la universidad Duke de Estados Unidos.
En efecto, a partir de 2020, más de la mitad de los golpes de Estado exitosos en África se produjeron en solo cuatro países del Sahel, entre ellos tres en África Occidental: Malí, Níger, Chad y Burkina Faso.
Nueva generación
Pero, ¿por qué países tan disimiles como el pobrísimo Níger y el rico Gabón siguen caminos similares? Todas esas naciones tienen historias políticas, realidades económicas, tradiciones militares y democráticas bien diferentes. El origen no es, en consecuencia, el mismo, aunque sí lo es el camino escogido.
“Es una tendencia mundial”, señala Leonard Mbulle-Nziege, analista camerunés, especialista de transiciones democráticas en África francoparlante. “La nueva generación que hizo estudios superiores no ve los beneficios de los sistemas democráticos: la seguridad, la economía no mejoraron. Tampoco comprenden por qué no pueden vivir de la misma manera que los europeos, por ejemplo”, agrega.
Entonces, el hartazgo se expresa contra el sistema. Una prueba: el jefe de la junta de Burkina Faso y presidente de transición, Ibrahim Traoré, tiene apenas 35 años. En Malí, su homólogo Assimi Goita, tiene 40.
“Los años 2020 marcaron un giro histórico en el continente, similar a la década de los 90, cuando se pasó de regímenes monopartidistas hacia el pluralismo. Esto se asemeja a una nueva ola de independencia, pero se trata en realidad del rechazo del modelo democrático y la relación con Occidente”, estima Smith. En la mayoría de esos países, las instituciones democráticas se construyeron según el modelo de las expotencias coloniales, sobre todo de Francia, creando en la gente una amalgama entre post-colonialismo y democracia.
“El problema es que esos accesos de independencia terminan siempre en callejones sin salida. Esos militares, que declaman discursos de fuerza y arrogancia, no tienen ideas. Francia hizo muchos errores, pero no se la puede hacer responsable de todo. El futuro de esos regímenes está predestinado”, analiza Leonard Mbulle-Nziege, para quien, más allá de todas sus diferencias, el factor común de todos esos nuevos dirigentes surgidos de golpes de Estado es el “populismo-neosoberanista”. A su juicio, la multiplicación de putschs permite temer la extensión del contagio y que “el retroceso democrático se produzca también en sistemas estables como el de Benín o Togo”.
En todo caso, ¿cómo democratizar Estados cuyas historias los convirtieron en totalmente dependientes del extranjero? En Níger, solo el 45% del presupuesto del Estado proviene de recursos nacionales. Pobreza y desigualdad de riqueza fragilizan permanentemente esas sociedades.
“Mientras Níger es el tercer productor mundial de uranio, 85% de su población no tiene acceso a la electricidad. A pesar de la voluntad manifiesta contra la prevaricación, el presidente depuesto, Mohamed Bazum, no consiguió revertir la situación”, señala Mbulle-Nziege.
“Es necesario erradicar absolutamente los putschs de nuestro continente. Pero también terminar con las causas políticas profundas que los crean: el mal gobierno, la corrupción y la impunidad”, escribió en Twitter Aliune Tine, director del centro Africa Jom.
Muchos consideran como causa principal de esa situación el fracaso de los gobiernos regionales para hacer frente al terrorismo. La expansión jihadista desestabilizó, en efecto, casi todo el continente desde la aparición del Estado Islámico en 2006 y la diseminación de parte de sus tropas tras su derrota en Siria y en Irak en 2019. Hoy, sus herederos —siempre presentes— siguen ganando adeptos.
“El control jihadista reposa sobre dos pilares: el terror y la ausencia dramática de servicios públicos”, afirma el sociólogo Jean-Pierre Olivier de Sardan.
Política fallida
Por esa razón la política exclusiva de seguridad practicada por Francia no dio resultados, a pesar de la eliminación de centenares de terroristas desde 2014. Por otro lado, la arrogancia de las potencias extranjeras —sobre todo de Francia—, que dictan su visión y sus métodos, alimenta el resentimiento de las poblaciones locales.
Para ellas, Francia simboliza un orden internacional ineficaz y aleccionador, argumento principal de los putschistas, cuyo “neosoberanismo” los lleva a aceptar acuerdos leoninos con China y con milicias mercenarias como la rusa Wagner.
En esa dinámica de lucha contra los grupos terroristas, no solo hay que señalar la presencia desestabilizadora de los militares de los grandes países extranjeros, como Francia y Estados Unidos, sino también una dinámica de externalización que lleva a la multiplicación de actores periféricos de esos Estados.
Entre esas sociedades militares privadas está, por supuesto, la rusa Wagner, que llegó a República Centroafricana en 2016, a Libia en 2017 y hoy está presente en Malí y en otros 14 países africanos, sino también la turca Sadat; las norteamericanas Blackwater (convertida en Academi), Constellis y Relyant; la británica Executive Outcomes; la china Frontier Services Group (FSG) o las sudafricanas Dyck Advisory y Paramount Group, activas en el noreste de Mozambique frente al movimiento Ansar Al-Sunna (Al-Shabaab en Mozambique).
Por fin, y más allá de las contingencias regionales, la desestabilización del Sahel bien puede ser considerada como una imagen amplificada de las actuales recomposiciones geopolíticas mundiales: el soberanismo-populista de los putschistas refleja la afirmación de muchos Estados que intentan practicar una política extranjera autónoma, como lo declaman los miembros del Brics, por ejemplo.
A juicio de Francis Laloupo, “la emergencia de las juntas en África es el último avatar de la crisis de las democracias, las tendencias autoritarias observadas en el mundo, el rechazo del multilateralismo y la reconfiguración de las relaciones internacionales”.
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