Los focos de tensión se expanden y elevan los temores de los israelíes
A la ofensiva del grupo Hamas con misiles sobre varias zonas del país, se suman las tensiones entre árabes y judíos en las ciudades mixtas
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TEL AVIV.– “El lunes cayó un misil a una cuadra y tuve un ataque de pánico muy fuerte, lloré todo el día”, cuenta, envuelta en angustia, Dafna Gurovich, residente de Ashdod, blanco de cohetes lanzados por el grupo islamista Hamas desde la Franja de Gaza a toda hora. Al igual que miles de residentes, tiene los zapatos siempre preparados para salir corriendo y considera “logros” actividades rutinarias como comer o bañarse.
A 75 kilómetros de allí, en Beersheva –a solo 40 kilómetros de Gaza– vive Lorena Brofman, junto con su marido y sus dos pequeños hijos. “Tenemos un minuto para refugiarnos y mi mente solo repite que no voy a llegar”, confiesa, en relación al momento en que escucha la sirena y corre a refugiarse al cuarto de juegos de sus hijos.
La escalada de violencia entre Hamas e Israel se intensificó en ambos lados y, pese a los intentos internacionales, aún no se vislumbra un cese al fuego. Más de 2500 misiles fueron lanzados desde Gaza en los últimos seis días. A ese escenario –con misiles que dispararon también desde Siria y El Líbano– se le suma una gravísima crisis interna entre extremistas árabes y judíos, que tiene como epicentro Jerusalén Este y las ciudades mixtas, y que deja al país al borde de la guerra civil.
La sociedad israelí enfrenta en este momento estos dos frentes: árabes y judíos se sienten expuestos a ataques en las calles. A la par de estos enfrentamientos, que incluyen bombas molotov, los ciudadanos deben refugiarse de los misiles, que ayer, tras 48 horas de silencio, volvieron a hacer sonar las sirenas en el centro del país, donde se registró un muerto y varios heridos.
Itay Atias, de 24 años, es israelí, vive en Tel Aviv y está acostumbrado a las situaciones de estrés: conduce una ambulancia de Magen David Adom, el servicio nacional de emergencias médicas. Sin embargo, los últimos cinco días asegura que fueron “muy estresantes, inesperados y difíciles”.
“Me refugiaba en mi edificio, pero las paredes son frágiles y hay ventanas, entonces, en medio de una sirena, fui corriendo a un edificio más seguro, a 50 metros”, explica. Lleva consigo un kit de primeros auxilios e intenta mantener la rutina lo más normal posible. “Siento que así gano”, resume. Suena la tercera sirena del día y sale corriendo de su casa: “Estamos entrando a una guerra”.
La sirena suena, al mismo tiempo, en Ramat Gan, un suburbio de Tel Aviv. En un refugio, junto con su novio y otras diez personas, está Yael Drelevich. “Salimos a la escalera con todos los vecinos, escuchamos una explosión fortísima, y supimos que las esquirlas habían caído cerca”, cuenta, atemorizada, la abogada de 31 años. A 150 metros de su casa, y en un lugar por el que ella había pasado diez minutos antes, había caído un cohete y causado la muerte de un hombre.
Al igual que muchos ciudadanos, está aprendiendo a sobrevivir a la fuerza. “Cuando sonó la primera sirena estaba en un bar. Vi gente corriendo y no entendía nada, no tengo el oído acostumbrado a la alarma”, relata, mientras recuerda la última vez que sintió miedo. “No tenía esta sensación de pánico en la calle desde que me fui de Argentina”, dice. Las sirenas subsiguientes ya la encontraron resguardada en el refugio de su pareja: un sótano con baños y ducha.
La alarma vuelve a sonar en los distintos barrios de Ashdod, donde anoche cohetes produjeron un gran incendio cerca del puerto de la ciudad. “Estaba en la plaza con mi hija mayor [de 4 años], ella escuchó la sirena primero y salió corriendo para el refugio del edificio, que está a unos metros”, cuenta, aún acelerado por la situación Alan Lavintman, un ingeniero en sistemas de 39 años. En esa ciudad, el intendente Yehiel Lasri pidió que todos dejaran los ingresos de los edificios abiertos, para que los vecinos pudieran refugiarse.
Padre de dos hijas, Lavintman intenta explicarles la compleja situación que está sucediendo. “Cuando suena la sirena, les digo que son fuegos artificiales y que hay que refugiarse”, cuenta, mientras revela que siente mucha decepción. “Este conflicto nunca terminará. Y a esto ahora se le suma un quiebre local interno nunca antes visto”, dice.
A 65 kilómetros de allí está Jerusalén, que si bien no volvió a sufrir cohetes desde el lunes pasado, es un lugar crítico por los choques entre árabes y judíos. Allí trabaja Jéssica Cohen, de 29 años, que vive en Tel Aviv. “Estoy buscando gas pimienta para comprarme y está agotado en todos lados”, revela, mientras indica que tiene miedo no solo a los misiles, sino también a las agresiones de extremistas árabes.
En Nof Hagalil, ubicada a 3 kilómetros de la ciudad mixta de Nazareth, la tensión religiosa se vive allí también a flor de piel. Mariel Niemetz Haase trabaja en un jardín de infantes de la zona. “Cuesta ver que árabes de nuestra ciudad, que yo crío o conozco, seas violentos”, cuenta la argentina, que vive hace 18 años en el país, y añade que hay árabes y judíos con mucho miedo de salir a la calle, algo que “nunca se vivió acá y que está generando una gran brecha que costará años reparar”.
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