Los familiares de las víctimas reviven el duelo en Uruguay
Muchos se enteraron por televisión de que sus parientes estaban en la lista de asesinados
MONTEVIDEO.- Sonia y Erica Mambrigadez se enteraron por los medios de que su padre estaba en la lista de las 15 víctimas de los enfermeros de la muerte en Uruguay. "Fue como verlo morir de nuevo", dijeron luego de una noche en vela, en la que derramaron tantas lágrimas como cuando su padre murió, hace dos años, en una cama de hospital, menos de 24 horas después de ser internado.
Como ellas, la mayoría de las familias de quienes padecieron el accionar de los enfermeros Marcelo Pereira y Ariel Acevedo, detenidos el domingo luego de varios años de silenciar vidas en dos hospitales de Uruguay, vieron los nombres de sus seres queridos escritos en una pantalla de televisión.
"¿Sabés qué feo que es estar mirando la tele, siguiendo el caso, y de repente ver el nombre de tu padre ahí, en esa lista?", dice Erica, de 39 años, sentada en el living de la casa de su hermana Sonia, de 34, tratando de componer su voz y su ánimo al recibir a LA NACION. Hace horas que no se mueven de esta vivienda en el barrio montevideano del Cerro, a 20 minutos del centro de la ciudad, en una zona de casas modestas y sobre una calle recién asfaltada que ni figura en los mapas.
Tratan de entender, como si eso fuera posible. Entender su propio dolor, que volvió a surgir como aquel 2 de abril de 2010, cuando murió su papá, Adrián, de 73 años. Entender al homicida, Ariel Acevedo, que confesó diez de los 15 crímenes conocidos. Los otros fueron a cuenta de su compañero, Marcelo Pereira.
Entender sus motivos, su sangre fría, su meticuloso sigilo para actuar en las sombras. Según sus palabras, quería aliviar el dolor de sus pacientes, actuó "por piedad". Otras versiones sostienen que a los dos les molestaban las demandas y las mañas de los pacientes mayores y que los suprimían de puro hartazgo y saturación. Por no hablar de la presunta competencia entre ellos, algo que fue mencionado el primer día por un ministro de gobierno.
"No tiene justificación. Ellos están para ayudar, para mantener la vida, no para quitarla", dice Erica.
Adrián Mambrigadez había ido a acampar ese 2 de abril con sus amigos a un camping de San José, en las afueras de Montevideo, así, como un adolescente con sus compañeros de colegio. A sus 73 años, tenía suficiente energía para dormir en carpa y moverse en bicicleta por el barrio, en una muestra de vigor que causaba la admiración de sus cinco hijos y 16 nietos. Pero la salud lo traicionó en su aventura campestre y tuvo un derrame cerebral que motivó su traslado, primero a una clínica de San José, y luego, a las seis o siete de la tarde, a la terapia intensiva de la Asociación Española, el hospital donde trabajaba Acevedo. Murió al mediodía siguiente.
"Estaba en coma, tenía un derrame cerebral completo. El desenlace iba a ser la muerte, pero no se sabía cuándo. Nos habían dicho que podía vivir días, semanas o meses. Tenía un corazón muy fuerte, era una persona muy sana. Y al otro día nos avisan que había muerto", recuerda Sonia.
El cuadro clínico bastaba para que Sonia, Erica y sus hermanos tomaran su muerte como el hecho natural que debía ser, el final de una vida que completó su recorrido. Siguieron el llanto, el duelo, el sano recuerdo en las anécdotas que pueblan los almuerzos en familia, sobre este hombre que trabajó en un frigorífico, fue el aguatero del barrio y que vendía cosas reparadas por él mismo los domingos en la feria. Bicicletas viejas, parlantes desvencijados, radios mudas, todo servía, todo volvía a marchar en sus manos.
Noticia
Pero cuando las hijas vieron su nombre en la televisión, anteanoche, acompañado de una voz de circunstancia, la realidad comenzó a girar enloquecida a su alrededor.
"Yo me sentí como si estuviera recibiendo la noticia de que mi papá falleció de vuelta. Realmente sentí eso", dice Sonia. "Y te empiezan las dudas también. Si él no lo hubiera matado? Porque ahora sabemos que lo mató él. Capaz que papá podría estar con nosotros, con secuelas, pero en fin, con nosotros."
"Y además el psicópata hizo la lista de las víctimas. ¿Qué? ¿Los anotaba cuando los mataba?", se pregunta Erica. "Debía tener todo anotado, porque le dio los nombres al juez. Iba matando y anotando. A una le da por pensar eso, que escribía que había matado a fulanito, a menganito. Mi padre murió hace dos años. ¿Cómo se iba a acordar, si no?", añade.
Sonia cuenta que el Ministerio de Salud la llamó para ofrecerle asistencia psicológica por el impacto de la noticia. "¿Atención psicológica?", dice Erica, que interrumpe con sorna. "Que le den la asistencia al enfermero. Nosotros no la precisamos, la precisa él, que cometió los homicidios."
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