Los errores que activaron una catástrofe epidemiológica flotante
YOKOHAMA.- En las primeras horas de la noche, se escuchó la voz del capitán a través del intercomunicador: un pasajero que había desembarcado del crucero nueve días antes había dado positivo para un nuevo coronavirus que se propagaba por China a toda velocidad. Si bien los pasajeros se inquietaron bastante, era la última noche de su lujoso crucero de dos semanas a bordo del Diamond Princess, así que la fiesta siguió, mientras el barco se acercaba al puerto japonés de Yokohama.
Los pasajeros cenaron bife de lomo, presenciaron algún espectáculo desde una de las 700 butacas del auditorio y colmaron los bares y las pistas de baile hasta bien entrada la noche. En total, las autoridades japonesas tardaron más de 72 horas en imponer la cuarentena desde que se enteraron del caso confirmado vinculado al barco.
La demora del gobierno japonés, la improvisación y las ineficientes medidas de contención durante las dos semanas del período de aislamiento contribuirían a convertir al Diamond Princess en una catástrofe epidemiológica flotante.
Los pasajeros con fiebre fueron dejados en sus camarotes durante días sin que se les hiciera el análisis del virus. Los funcionarios de salud e incluso algunos médicos trabajaban a bordo sin uniforme completo de protección. Los tripulantes enfermos compartían camarote con colegas sanos que seguían cumpliendo funciones en el barco, socavando la eficacia de la cuarentena.
Con 634 infectados y dos muertos, el crucero representa la máxima concentración de casos de coronavirus fuera de China, lo que le ganó su propia categoría en los datos compilados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Ahora que la cuarentena terminó y que casi todos los pasajeros se fueron, la preocupación es que empiecen a esparcir el virus en tierra firme. Desde el fin de la cuarentena, las autoridades japonesas permitieron que unos 1000 pasajeros que dieron negativo para el virus se fueran libremente, pero los expertos temen que algunos de ellos desarrollen los síntomas más adelante.
En las primeras horas del 2 de febrero, incluso antes de que el barco atracara en Yokohama, las autoridades de Hong Kong informaron al Ministerio de Salud de Japón sobre aquel primer pasajero infectado. Pero recién pasadas las 23 de esa noche, cuando los espectáculos a bordo terminaron, se aconsejó a los pasajeros que no salieran de sus camarotes. Cuando el barco atracó, los médicos que abordaron fueron puerta por puerta para ver si tenían fiebre, tos, y para hacerles el análisis a algunos de ellos. A bordo la gente seguía socializando, mezclándose en las filas del comedor, compartiendo cucharones, saleros y pimenteros en las mesas.
Los pasajeros suponían que su partida se demoraría un día, o algo así. A la mañana del día siguiente, 5 de febrero, el capitán volvió a hablar por el intercomunicador y les dijo que el Ministerio de Salud japonés había confirmado 10 casos de coronavirus a bordo del crucero.
Muchos ya iban camino al comedor para el desayuno, pero el capitán les indicó que debían volver de inmediato a sus camarotes, donde permanecerían aislados durante los próximos 14 días. Atrapados allí, los 2666 pasajeros ahora tenían tiempo de recordar cada uno de los encuentros interpersonales que podía haberlos puesto en contacto con el virus en los días previos a la clausura del barco. Y cada día aparecían nuevos casos: primero 10, después otros 10 y luego un pico de 41.
Lo más desesperante para los pasajeros era la sensación de que les retaceaban información. Pasaban horas desde que el Ministerio de Salud filtraba a los medios los datos de los nuevos contagios hasta que los pasajeros a bordo eran notificados.
El segundo día, las autoridades sanitarias empezaron a permitir que los alojados en camarotes sin ventanas pudieran salir por turnos a cubierta para ventilarse. Recién al tercer día se informó a los pasajeros que debían mantenerse a dos metros de distancia unos de otros.
Análisis
Al principio, las autoridades sanitarias no analizaban a todos los pasajeros en busca del virus, al argumentar falta de recursos. Se enfocaban, en cambio, en los individuos de alto riesgo: quienes había tenido contacto directo con el pasajero originalmente infectado, y luego pasaron a los adultos mayores y personas con síntomas.
A algunos les costó conseguir atención médica, incluso tras haber empezado a manifestar síntomas de la enfermedad. Carol Montgomery, de 67 años y oriunda de San Clemente (California), llamó a la enfermería para avisar que tenía fiebre y que quería que le hicieran el análisis. Le dijeron que eso dependía del Ministerio de Salud, y que a bordo no había kits de prueba. Su esposo, John, llamó a la embajada norteamericana en Tokio e intentó convencer a un funcionario de que todos debían ser analizados. "Me siento bajo el microscopio -dijo Montgomery-. Somos los conejillos de indias de un experimento".
Durante todo ese tiempo, los tripulantes trabajaban a destajo, en turnos de hasta 13 horas. Los 1045 tripulantes tuvieron que permanecer en sus puestos a pesar del creciente riesgo; 85 se contagiaron. "El estrés emocional, físico y psicológico que estamos sufriendo es realmente terrible", dijo una mujer del personal de cocina, que contrajo el virus.
A medida que los casos de contagio iban en aumento, el aburrimiento de los pasajeros se convirtió en miedo. En grupos privados de Facebook, manifestaban su desesperación por salir, y sus familias viralizaban el hashtag #getthemoffthatboat ("bájenlos de ese barco"). Cuestionaban la efectividad de la cuarentena y advertían que el virus podía pasar de camarote a camarote a través del sistema de ventilación.
Una semana y media después, Estados Unidos decidió evacuar a sus ciudadanos a bordo, pero resultó ser problemático. Cuando los 328 pasajeros y tripulantes norteamericanos iban camino al aeropuerto de Tokio, los funcionarios se enteraron a través de las autoridades sanitarias de que 14 de ellos estaban infectados. Finalmente, decidieron evacuarlos igual a todos. Pusieron a los infectados en la parte posterior y dividieron el avión con plástico y cinta adhesiva.
Otros países hicieron lo mismo, al evacuar en aviones chárteres a sus ciudadanos en cuarentena. Sin embargo, muchos pasajeros simplemente tuvieron que bajarse del barco solos en Yokohama al finalizar la cuarentena, incluido un gran número de japoneses, que representaban la mitad de todos los pasajeros a bordo.
Traducción de Jaime Arrambide
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