Los dos pueblos italianos que se pelean por ver quién tiene el mejor secreto de la longevidad
En la isla italiana de Cerdeña, dos pequeños pueblos se disputan el trono más anciano del mundo; esperan atraer visitantes obsesionados con postergar la mortalidad
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PERDASDEFOGU, Cerdeña.— En lo profundo de las montañas de Cerdeña, en un camino sinuoso frente a un parque infantil abandonado, un cartel da la bienvenida a los visitantes a Perdasdefogu, hogar del “Récord Mundial de Longevidad Familiar”. Los retratos en blanco y negro de los arrugados habitantes que han alcanzado los 100 años de edad observan una tranquila calle principal cerca de la “Plaza de la Longevidad”. Los afiches de la campaña prometen el renacimiento de la ciudad a través del “ADN” y la “Longevidad”.
El aislado pueblo, antes más conocido por una base militar que durante décadas fue una plataforma de lanzamiento de oportunidades económicas y misiles de largo alcance, intenta posicionarse como capital mundial de las vidas de largo alcance.
Destruida, como tantas ciudades italianas, por la pérdida de empleo, la baja natalidad y la huida de los jóvenes, Perdasdefogu está aprovechando su reconocimiento en el Guinness de los Récords como el municipio con “la mayor concentración de centenarios” —actualmente hay siete de ellos en una población de unos 1780— para impulsar un rejuvenecimiento económico.
La esperanza es que los extranjeros reacios a morir, desesperados por conocer los secretos para vivir en perpetuidad, impulsen un auge del turismo. O que los investigadores genéticos, deseosos de estudiar la materia prima de los residentes, inviertan en instalaciones de última generación, y tal vez incluso mejoren el servicio telefónico irregular con la instalación de cables de fibra óptica.
Pero hay un peligro en el reinado de Perdasdefogu. Seulo, un pueblo más pequeño situado en el corazón de la isla, ha amenazado los grandes planes de Perdasdefogu al reclamar el título, y Perdasdefogu lo quiere fuera de su territorio.
“Ni siquiera vale la pena hablar de ellos”, dijo Salvatore Mura, de 63 años, ingeniero y político local que presentó la solicitud de Perdasdefogu a Guinness. Argumentó que, al no tener 1000 habitantes, Seulo no cumplía los requisitos de Guinness para la clasificación y quedaba fuera de la carrera. “Es una cuestión de matemáticas”.
Mura, acompañado por Giacomo Mameli —un dinámico escritor de 81 años que espera que el nuevo estatus de la ciudad genere publicidad para un festival literario que dirige—, caminaba por la plaza del Juicio Final y un mural de ancianos con chalecos de lana y típicas gorras.
Los dos ofrecieron todo tipo de explicaciones sobre la longevidad de los habitantes del pueblo. Señalaron las numerosas huertas con sus zucchinis de gran tamaño; hablaron del pan de papa local que, según insinuaron, fue estudiado por genetistas; y exaltaron las ayudas digestivas naturales, incluido un queso ácido que temblaba como un cubo blancuzco de gelatina.
“Esto”, dijo Mameli, levantando un cuenco, “es un Maalox natural”, en alusión al antiácido.
Los hombres señalaron los retratos de centenarios junto a la florería —cuyo principal negocio son los funerales— y junto al hostal dirigido por la hermana de Mameli, que mencionó que en Seulo había una mayor concentración de centenarios. (“Pero no tienen 1000 personas”, respondió mordazmente su hermano. “Qué pena”).
Los hombres se detuvieron en el bar de la familia Melis, que en 2014 ganó el récord Guinness de mayor edad combinada, con más de 800 años entre los nueve hermanos vivos.
Mura dijo que el milagro económico de Perdas, como llaman los lugareños al pueblo, ya había comenzado, con una marca de vino inspirada en los centenarios y un nuevo negocio que promovía la miel endulzada por el aire “que respiraban los ancianos”.
En su paseo, él y Mameli visitaron a los ancianos del pueblo en las plazas y en sus porches, y repartieron a los miembros del club de centenarios comentarios de longevidad sobre el poder del minestrone local y el aire de la montaña, los garbanzos y el estilo de vida sencillo de Perdasdefogu. Pero los centenarios tendían a salirse del guion.
Mura incitó a Bonino Lai, de 102 años, a hablar de los superalimentos locales. Lai, en cambio, recordó cómo, después de los lanzamientos de misiles desde la base que los fiscales cerraron en su día por verter residuos peligrosos enriquecidos con uranio, él y sus amigos buscaban piezas caídas “y champiñones”.
“¡Eran buenos!”, añadió. “Todo el mundo los buscaba”.
Cuando Mura intentó que Lai volviera a hablar del trabajo al aire libre, él ensalzó las ventajas de conseguir una sinecura permanente en la municipalidad.
“Conocía al alcalde y a los concejales”, dijo. “Pensaban que era un buen tipo”.
Otros decían que la variedad era la sal, o al menos, el conservante de la vida.
“Un día hago esto”, dijo Annunziata Stori, que cumplirá 100 años en agosto, mientras enrollaba a ciegas sémola en pequeñas perlas de pasta frégula. “Otro día espaguetis. Otro día lasaña”.
Adolfo Melis, también de 99 años, y miembro sobreviviente de los hermanos que batieron el récord, guarda rosarios en el bolsillo de su chaqueta deportiva y dice que lo importante era no alterarse por las cosas.
El residente oficial de mayor edad de la ciudad, Antonio Brundu, de 104 años, cuyo padre vivió hasta los 103, habló con seriedad sobre la perseverancia en el sufrimiento.
“Si no tienes trabajo estable, ¿qué vida llevas?”, preguntó, mirando con recelo la pila de diarios locales que informaban de la reivindicación del rival, Seulo, y con preocupación a su bisnieta, de 26 años, que lo ignoraba y miraba la pantalla de su teléfono en la cocina. “¡Yo tenía 45 cabras!”.
En lo que todos coincidían era en el orgullo por el nuevo récord de su pueblo.
“Habitante por habitante, somos el número 1″, dijo Antonio Lai, de 100 años (sin parentesco directo con Bonino), que responde al apodo de “la Pistola” y presumió de que hace tan solo dos años renovó su licencia de manejo. (”Debía de ser una licencia inglesa”, dijo su nieto político, Giampiero Lai. “Conducía por el lado equivocado de la carretera”).
La fama del ránking de Guinness vino acompañada de beneficios a los que Lai no tenía intención de renunciar. “Una mujer de 84 años —una mujer grande— se acercó y me dio un beso”, dijo.
Los pocos jóvenes que quedan en el pueblo están menos entusiasmados de ostentar el título más decrépito del planeta.
“Todo está orientado a los viejos”, dijo Alessio Vittorio Lai, de 16 años, tataranieto de “la Pistola”, mientras echaba monedas en una máquina de cigarrillos una noche. Su amigo Gabriele Pastrello, de 16 años, nieto de Bonino Lai, el entusiasta de los champiñones, estaba de acuerdo. “Aquí no pasa nada”, dijo.
En Seulo tampoco parecía pasar mucho.
El pueblo tenía un cartel de bienvenida similar —”El pueblo de los centenarios”— y también decoraba su calle junto a la ladera con las fotos en blanco y negro de los residentes que habían alcanzado el hito de los 100 años. Su tienda de turismo ofrecía ejemplares de The Blue Zones Kitchen: 100 Recipes to Live to 100, de Dan Buettner, un autodenominado “explorador” —y poseedor del récord Guinness de distancia en bicicleta—, que ha contribuido a poner en el mapa a Seulo y a otros puntos importantes de la llamada Zona Azul, donde la gente vive mucho tiempo.
Los habitantes de Seulo se burlan de la pretensión de Perdasdefogu al trono geriátrico.
“No es así”, dijo Maria Murgia, de 89 años, con velo y vestido negro, mientras paseaba con su amiga Consuelo Melis, de 30 años, que llevaba un sostén deportivo y pantalones de yoga. “Se equivocaron en los cálculos”.
“¡Somos nosotros!”, gritó Giovanni Deiana, de 79 años, que estaba sentado en un banco con sus amigos en un parque infantil, por lo demás vacío, a las afueras de la ciudad; le preocupaba de que su esposa viviera hasta los 106 años, igual que su madre. “¡Nosotros!”.
Igual que Perdas con su base de misiles, Seulo también solía ser conocida por otra cosa. Un mural en la pared de la municipalidad muestra a un joven barbudo de los años 30 con botas de pastor y un título de médico para honrar el antiguo récord del pueblo de tener la mayor densidad de graduados universitarios de Italia.
“Pero entonces se fueron”, dice Enrico Murgia, de 55 años, alcalde de la ciudad.
Murgia dijo que los cinco centenarios vivos de la ciudad —con dos más en el horizonte— dieron a Seulo, con solo 790 habitantes, una densidad de superancianos mucho mayor que la de Perdasdefogu. (El sábado murió una, Pietrina Murgia, a los 100 años, con lo que el número se redujo a cuatro).
Ingeniero de formación, dibujó gráficos circulares e hizo ecuaciones para mostrar “la cifra real que nos proyecta como la ciudad con mayor longevidad del mundo”.
Cálculos aparte, la distinción de Seulo por su extrema longevidad, dijo, era ”marketing” y se dirigió al pueblo con un puñado de folletos turísticos (“Descubre el elixir de la larga vida”). Se los entregó a personas que ya viven allí.
Se detuvo en la casa de Anna Mulas, de 100 años, quien, al ser preguntada por el secreto de su notable resistencia, recordó que llevaba sacos de cemento en la cabeza para ayudar a construir su casa. Pero, sobre todo, castigaba a su hija por no ofrecer suficientes caramelos a los invitados.
Murgia se acercó al Museo de la Longevidad, que abrirá pronto, pintado con murales de ancianos, y prometió “una actividad turística vivencial”.
Al atardecer, contempló la vista de su pueblo de colores pastel y lamentó cómo los años de una gripe porcina habían matado a miles de cerdos, lo que costó muchos puestos de trabajo y obligó a al menos 200 residentes a mudarse.
“Habríamos tenido 1000 personas”, dijo. “Con esos 200, podríamos haberle pegado a Perdas”.
Por Jason Horowitz
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