El detrás de escena de Lady Di en la Argentina: pizza "presidencial", un Jaguar bordó y todo el jet-set
El 23 de noviembre de 1995, la princesa de Gales aterrizó en el país para iniciar un "tour de caridad" y causó un verdadero revuelo; a 20 años de su muerte, todos los detalles de su visita
Lady Di embarcó en un vuelo de British Airways el 22 de noviembre de 1995 desde Londres con destino a Buenos Aires vestida de rojo. Aterrizó 13 horas 50 minutos y dos cambios de vestuario después: para volar cómoda eligió jeans y remera; para descender en suelo argentino, tailleur blanco, color impreso en su bandera tanto como en la nuestra. Un guiño de hermandad necesario cuando apenas habían pasado 13 años de la guerra de Malvinas y los británicos en suelo argentino no eran vistos con buenos ojos, aunque algunos meses antes ya había arribado un grupo de ellos causando una revolución: los Rolling Stones llegaron el 5 de febrero con su Voodoo Lounge Tour inaugurando un año de visitas internacionales que tuvo otro punto álgido cuando Mar del Plata se convirtió en sede de los Juegos Panamericanos.
El encuentro entre Lady Di y los argentinos, que seguían su historia a través de las revistas del corazón, se dio en un año bisagra tanto para la princesa como para sus anfitriones. Diana emprendía el viaje a Buenos Aires días después de destapar la caja de Pandora: en una entrevista con la BBC había revelado detalles de lo infeliz que había sido su matrimonio con el príncipe Carlos, de quien ya estaba separada aunque no formalmente divorciada (esto ocurrió recién el 28 de agosto de 1996), había confesado sus infidelidades y había hablado abiertamente de la relación de Carlos y Camilla Parker Bowles : “En mi matrimonio éramos tres”, lanzó provocando un verdadero escándalo en la corona británica.
En la Argentina, 1995 fue año de elecciones y Carlos Menem acababa de convertirse en el primer presidente reelecto desde la recuperación de la democracia, justo después de la trágica muerte de su hijo Carlos Saúl Facundo (ocurrida el 15 de marzo de ese año) , al estrellarse el helicóptero en que viajaba. Tras años de crecimiento económico para el país post-hiperinflación, mayo de 1995 había marcado un récord de desocupación del 18,4% según el INDEC. Quizás por eso los medios de la época reflejaron en los titulares previos al 23 de noviembre “desinterés” por la anunciada visita de Lady Di. “Le vino bien al Gobierno, ahora van a querer distraernos con ella. ¿No saben que lo que nos interesa es conseguir trabajo?”, cuestionaba un desocupado ante un cronista de LA NACION por esos días. Pese a todo, no sólo importó: 360 periodistas de medios locales e internacionales se acreditaron para seguir los pasos de la princesa durante cuatro días por Buenos Aires y el Sur.
“Cuando se supo que Lady Di venía a la Argentina, armamos un operativo con 20 personas. Para una revista como Gente la cobertura era algo parecido a la Copa del Mundo. Aquí la gente adoraba a la princesa. Su aura excedía la corona británica. No había edición de la revista sin algo dedicado a Lady Diana”, recuerda Ana D’Onofrio, ex prosecretaria general de redacción en LA NACION y por esos años directora de la revista Gente. “Era una época en que se invertía mucho en la producción, en las guardias. Esto es muy importante saberlo: había como un permiso para el oficio del paparazzo que ha desaparecido, después de la muerte de Lady Di el oficio quedó desprestigiado”, explica. La publicación de editorial Atlántida consiguió las “fotos secretas” de la visita de Diana al país, con imágenes que dieron vuelta al mundo, en las que se veía a la princesa nadando en la piscina de la residencia del embajador británico, donde se alojaba, obtenidas a fuerza de un trabajo casi de inteligencia y de largas guardias. “Estuvimos 24 horas ocupados con esta visita que había revolucionado la vida social de la Argentina”, cuenta D’Onofrio.
La prensa tuvo que sortear un estricto operativo de seguridad para seguirle los pasos. Diez días antes del arribo de la princesa, habían viajado los servicios de seguridad británicos para hacer un relevamiento completo de todos los puntos que visitaría. El segundo jefe del Departamento de Asuntos Extranjeros de la Superintendencia del Interior, el comisario Ricardo Angel Arean, fue el jefe de la custodia real desde que Lady Di aterrizó. Su equipo le ofreció protección personal. La Dirección General de Operaciones de la Superintendencia de Seguridad Metropolitana tuvo a su cargo los puestos fijos de vigilancia. Un helicóptero Sikorski se puso a su disposición para trasladar a la comitiva desde Ezeiza hasta la base militar de Aeroparque tanto en el arribo como en su salida del país. Para los trayectos terrestres, se dispuso que Lady Di viajara en un Jaguar bordó con vidrios polarizados de la embajada británica, acompañada por diez automóviles de seguridad. En tanto, la parte protocolar de la Cancillería argentina estuvo a cargo de Jorge Faurie, el actual ministro de Relaciones Exteriores del país que en ese momento era el Director Nacional de Ceremonial. "Era una persona sumamente encantadora, además de bonita, con un altísimo sentido del humor", cuenta el canciller a LA NACION.
Para seguirla, Gente inauguró el “motopaparazzo”: “Desplegamos un operativo para lo oficial, es decir las fotos de los eventos que estaban en la agenda, y otro para las fotos diferentes, a cargo de Gabriel Pico y Hernán Pepe. Contratamos un servicio de motos para que los fotógrafos la siguieran por la ciudad. Para sacar las fotos en la piscina, buscamos una terraza. Había un voto de confianza de la gente también para permitirnos entrar en sus casas y hacer las guardias”, repasa D’Onofrio.
Día 1: 23 de noviembre de 1995
Lady Di llegó a Ezeiza a las 7.45 acompañada por su secretario personal, Patrick Jephson, su dama de compañía Lady Liz Campden y fue trasladada en helicóptero hasta Aeroparque. Sus anfitriones fueron el embajador británico Peter Hall y su mujer, junto a Jorge Faurie y el intendente de la Capital Federal, Jorge Domínguez, quien la esperó con un ramo de flores.
"En la película The Queen, de Hellen Mirren, en la parte donde habla del fallecimiento de Lady Di pasan imágenes de noticieros y de televisión reales cuando estaba en vida la Princesa y ahí se muestra la llegada de ella a Aeroparque. Hizo una broma conmigo. Como soy petiso y ella es alta y encima usaba tacos, hizo bromas sobre eso varias veces", recuerda el canciller Faurie.
A bordo del Jaguar previsto para sus traslados, llegó a la residencia del embajador, y alentada por el clima cálido porteño, se animó a darse un chapuzón en la piscina y nadar unos largos. A las 10.15 ya estaba lista para comenzar con su ajetreada agenda. Llegó a las 11 a ALPI, donde visitó la sala de terapia física y recibió el segundo ramo de flores del día, esta vez rosas, de manos de un niño paralítico.
"Entramos en un salón grande y ella se sentó entre los chicos que estaban siendo vacunados o en tratamientos contra la poliomielitis. Ella se acercaba, los tocaba, les hablaba, les sonreía. Tenía como una empatía muy grande con la gente", destaca el actual canciller. Lady Di salió de ALPI a las 11.40.
A las 12, visitó el Servicio Nacional de Rehabilitación donde todavía está su firma en el libro de huéspedes. Allí fue recibida por el ministro de Salud y Acción Social Alberto Mazza, y se acercó a un grupo de niños de entre 3 y 16 años que hacía manualidades. Pasó por el gimnasio y por la pileta. Almorzó en la embajada velozmente porque a las 16 la esperaban los niños del Hospital Garrahan y quería hacer una visita fuera de agenda antes: la Casa Cuna.
"Tenía esa capacidad de no parecer almidonada. Era humana, accesible. Unas niñas en el Garrahan le preguntaron por qué era una princesa, ella les contó y una de las nenas le preguntó si ella también podía ser una princesa y con su respuesta la hizo sentir especial", detalla Faurie.
Dicen las crónicas de la época que Diana se mostraba hiperquinética y no perdía un minuto para cumplir con todos sus compromisos. Eso sí: entre la visita al Hospital de Niños y el regreso a la residencia durmió una siesta en el auto. Es que esa noche tenía que estar radiante: el embajador ofrecía una cena en su honor.
La cita fue a las 21.30 en el jardín de la lujosa casa de la calle Agote decorada con antorchas encendidas, siete mesas de ocho comensales cada una con manteles de hilo blanco, y un escenario dispuesto para el show de tango a cargo de Osvaldo Zotto y Natalia Hills e Inés y Carlos Borquez, de Sólo Tango. Entre los 53 invitados estuvieron: los embajadores de Holanda, Portugal, Grecia e Italia, el vicecanciller Fernando Petrella, Laura Ayerza, Martín Redrado, Johnny Casal, Angie Anchorena, Teddy García Mansilla, Carlos Sánchez Alzaga, Carlos Pulenta, el vizconde Alexis de Noailles, la baronesa Von Thielmann y Gonzalo Bergadá.
"Fue muy cordial, hablamos un poco de deportes. Hubo una orquesta de tango", repasa Petrella ante la consulta de LA NACION.
Día 2: 24 de noviembre de 1995
El viernes no amaneció tan caluroso como el día anterior. La mañana estaba fresca, aunque soleada. Sin embargo, Diana se despertó temprano, y a las 7.30 volvió a mostrarse en la piscina de la residencia del embajador, con un traje de baño enterizo, tal como solía usar cuando sospechaba que los paparazzi podían estar mirándola a través de un teleobjetivo. Nadó diez minutos, se envolvió en una toalla y desapareció del jardín para comenzar con sus compromisos, que aunque eran muchos, no le quitaban de la cabeza a su verdadera preocupación: sus hijos. Según recuerda el canciller Faurie, cada vez que podía pedía un teléfono para hablar con ellos: "En todo momento los llamaba. Les preguntaba cosas muy específicas. Era muy pegada a sus hijos. Era una madre que estaba pendiente de ellos. No era que los llamaba una vez al día. En cada desplazamiento aprovechaba y llamaba a alguno de los dos. Presumo que los chicos estaban muy apegados a ella también".
A las 10.45 llegó al Hospital de Oncología Angel Roffo. La recibieron el decano de la Facultad de Medicina, Luis Ferreira y Alejo Carigati, director del lugar. Cerca del mediodía visitó el British American Benevolence Society, un centro para ancianos de origen británico donde fue recibida por su director John H. Wood. Poco antes de las 13 estuvo en la quinta presidencial de Olivos, donde la esperaba el presidente y su hija, Zulemita Menem con un gran banquete que incluyó áspic de centolla con huevos al caviar, suprema de pollo con salsa de frambuesas, budín del cielo y torta helada de postre, con vinos de la bodega Menem. Lady Di no probó el vino pero sí pidió pizza, la especialidad de la residencia presidencial.
Sólo 18 personas fueron parte de ese convite: el entonces jefe de Gabinete Eduardo Bauzá, el canciller Guido Di Tella, el ministro Alberto Mazza, Alberto Kohan, secretario general de la presidencia, el senador Eduardo Menem, el intendente de Buenos Aires Jorge Domínguez y y el embajador británico sir Peter Hall, todos ellos con sus respectivas parejas. Los periodistas acreditados protagonizaron un espectáculo aparte. Ante la angustia de no conseguir una declaración de la princesa, acudieron al presidente: “Con Lady Di hablaré sobre lo que ella quiera hablar. Creo que es la mujer más fotogénica del mundo, pero es mucho más que eso porque trabaja para los necesitados”, dijo Menem antes de recibirla en el jardín de Olivos. Según trascendió después, apenas pudo conversar con la princesa ayudado por la intérprete de Cancillería, por la falta de práctica de su inglés.
"Tenía un encanto personal enorme. Era extremadamente hábil en términos comunicacionales. Sabía manejar muy bien su imagen y su persona con los medios de comunicación. Estaba en el momento justo con la postura adecuada para la toma de fotografías o las cámaras de televisión", destaca Faurie.
A las 15, Lady Di abandonó la comida para continuar con su tour de caridad. Se montó en el Tren de la Costa, acompañada por Santiago y Eva Soldati, y fue recibida en San Isidro por el intendente, Melchor Posse. Ese día se cumplían cuatro años de la muerte de Freddie Mercury y en el tren sonó “I was born to love you”, del disco póstumo de Queen sin su frontman, Made in Heaven, otra reliquia británica de 1995. Tras visitar el Hospital Municipal de San Isidro emprendió el regreso al centro porteño. La esperaba otra pomposa gala a la noche.
Enfundada en un vestido rojo de Christian Lacroix, corto y escotado, Lady Di dijo presente en el Palacio de Correos (actual CCK) cuarenta minutos tarde. La recibió la Orquesta Sinfónica de Ciegos dirigida por Edgardo Manfredi, y la princesa no dudó en saludar a todos los músicos. Primero hubo un servicio de drinks en planta baja y luego se pasó al segundo piso, donde se serviría la comida. Se dispusieron 43 mesas de diez comensales cada una, decoradas con centros de mesa blancos y verdes con amarilis, gardenias, gypsophillas y hojas de roble.
En la mesa de Lady Di se sentaron el canciller Guido Di Tella y su señora, la presidenta de ALPI, Susana Durañona de Vila Echague, María Muro de Peña, Mariano Paz, de la comisión Nacional de Discapacitados y su mujer, el director del Palacio, Haroldo Grisanti, y la comitiva que la acompañaba a todos lados: el embajador Peter Hall y su mujer, su dama de compañía lady Liz Campden, el vicecanciller Fernando Petrella y su señora, el ministro de salud Alberto Mazza y su esposa, y Jorge Domínguez y su esposa.
"El programa de su visita tuvo una carga muy alta de contenido social. Ella vino invitada por ALPI y se hizo una comida muy grande en el Correo Central para recaudar fondos para esa organización", explica Faurie. "Fue una comida muy formal en la que ella estuvo acompañada por el Canciller [por entonces Guido di Tella]", agrega Petrella.
El menú de Martha Katz incluyó ensalada de centolla y salsa de palta, pechuga de pollo con salsa de oporto con hongos y parfait de naranjas acompañados con vinos de Chandon. Para Diana hubo un plato especial: comió truchas del Sur, tomó media copa de vino tinto y mucha agua mineral.
El show estuvo a cargo de Peter MacFarlane quien montó Eliza & Gardel con cuadros de My Fair Lady y tangos. Entre los invitados estuvieron Jorge y Carlos Anzorreguy, Jorge Badaracco, Jorge Blanco Villegas, Rafael Cash, Gloria César, Amalita Fortabat con Inés Lafuente, Sergio Einaudi, Omar y Liz Fassi Lavalle, Ronaldo Fernández Prol, Mariano Grondona, Julio Ramos, Carlos y Pompi Fontán Balestra, Guillermo Harteneck, Juan Larreta y María Elisa Mitre, Roque Maccarone, Santiago y Eva Soldati, Nicolás Joost Newbery.
Día 3: 25 de noviembre de 1995
Tal como tenía previsto, la princesa tomó un vuelo a Puerto Madryn para disfrutar del avistamiento de ballenas y visitar una pequeña ciudad galesa, Gaiman, que pasó a la posteridad como el pueblo que visitó Lady Di. Hasta allí la siguió la prensa, que no quiso perderse cada paso de Diana en el país.
Desde Madryn voló en helicóptero hasta la estancia La Adela, donde almorzó. Luego se dirigió a Puerto Pirámide donde se montó en la lancha Berretín, timoneada por Jorge Schmidt, 4 kilómetros mar adentro.
Las publicaciones de esos días cuentan que las ballenas dieron un formidable espectáculo una hora antes de que llegara la princesa a la costa. Sin embargo, Lady Di tuvo ocasión de ver muy de cerca a los cetáceos, tanto, que si se estiraba un poco hacia el mar podría haber acariciado a uno.
A las 16.45 descendió de una Ford Explorer de la gobernación frente a la plaza principal de Gaiman junto al embajador británico. La recibió el intendente Raúl Milton Mac Burney con el gobernador de Chubut Carlos Maestro. Un coro de niños cantó una canción infantil galesa y luego los fotógrafos la siguieron hasta el Museo Galés.
A las 17.17 se dirigió a la casa Ty Te Caerdydd para el “té de las 5”, un bar que hasta el día de hoy recuerda desde una vitrina el paso de la princesa y le rinde un pequeño homenaje cada 31 de agosto. Allí, el coro de la Escuela de Música de Gaiman cantó un carnavalito, “Chacoteando y bailando”. Lady Di tomó el té, pero no probó ninguna de las 25 tortas artesanales de la casa.
A los dueños del lugar les avisaron una semana antes que la princesa los visitaría, y los servicios de seguridad británica inspeccionaron el lugar: "Cuando nos dijeron que iba a venir Lady Di no podíamos creerlo. Finalmente llegó el día, ella nos visitó, pudimos verla y conocer su don de gente. Cuando saludó personalmente a cada uno de los integrantes del coro nos dimos cuenta de por qué era tan querida. Creo que eso, sumado a su campaña humanitaria, provocó que tanta gente en todas partes del mundo llorara por su muerte", recordaron en una charla con LA NACION.
Día 4: 26 de noviembre de 1995
La princesa regresó esa noche a Buenos Aires y a la mañana siguiente voló desde Aeroparque en helicóptero al Tigre, para visitar Casa de vida, un centro de rehabilitación de drogadictos.
Allí estuvo acompañada por Petrella que contó a este medio: "Todos estuvieron muy próximos a ella. Charlaron y se rieron. Mi recuerdo fue que la reunión no la terminó ella, sino el protocolo británico que estaba urgido por otros compromisos que tenía. Ella estaba en lo suyo. Es la impresión que uno tenía".
Luego, navegó en barco a la isla Miramar, del empresario menemista Mario Falak, un parque de cuatro hectáreas con lago artificial, 200 flamencos y 50 cisnes, canchas de tenis y paddle y helipuerto y amarradero propios."Recuerdo que le llamaban la atención el sonido de los pájaros carpinteros en un momento durante el almuerzo", agrega Petrella. A las 17 emprendió el regreso a su país desde Ezeiza.
Un ícono para siempre
“Quedó muy impactada con la calidez de los argentinos, con la comida y el fervor. Ella no tenía idea que era tan popular en este país”, dice Ana D’Onofrio, quien recuerda el despliegue de la cobertura por su visita como un hecho sin precedentes. “Tanto Lady Di como Carolina de Mónaco eran las it girls de hoy. Eran las musas de los grandes diseñadores, eran verdaderos íconos. Pero además, Diana era una influencer. Una verdadera influencer. Su figura tuvo un rol preponderante como embajadora humanitaria. La solidaridad, el humanismo, el pensar en los otros, fue algo en lo que fue muy pionera. Marcó para siempre el rol de la realeza, porque las que han seguido ahora también lo hacen –analiza- Ella decía 'no soy una figura política', pero de hecho sí lo fue. Se ocupaba de aquellos que no tenían voz, que estaban en peor situación, por la guerra, por el hambre, por la enfermedad. Reformuló y resignificó la tarea de la realeza en el mundo. Marcó el camino de que cuanto mejor ubicada está una persona más responsabilidad tiene. Sus acciones no eran para el jet set o para una figuración esnob. Desde Lady Di, aquellos que ocupan una posición de tanta importancia tienen la responsabilidad de ser un factor de cambio, por la trascendencia que tienen. Ha sido un personaje que ha dejado mucha luz aún en el tormento en que vivió”.
"Era una persona llana, muy accesible y cálida en el trato con todos -dice Faurie-. Diana de Gales era una mujer carismática, extremadamente bonita y joven que representó un momento que se magnificó con su muerte. Como dijo Tony Blair, era la princesa del pueblo. Ella acercó a la realeza a la gente que la sintió próxima y eso le dio un gran valor". El canciller recordó además una anécdota: "Son recuerdos muy muy agradables de mi vida profesional. Ella no tenía por qué agradecer, porque era mi trabajo, pero tuvo la delicadeza de escribirme dos veces después de su visita, incluso para preguntar por un tema personal mío. Tenía esa empatía que la hizo muy apreciada".
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