Los desafíos tras la Guerra Fría
Por Bob Deans The New York Times
WASHINGTON.- Al caer, en 1989, el muro de Berlín arrastró consigo el centro de gravedad estratégico que había alineado las naciones del planeta durante la Guerra Fría.
Diez años después, Estados Unidos ha emergido como la nación individual más poderosa de la historia, capaz de aplicar una enorme influencia en una escala verdaderamente global.
El desplome de la antigua Unión Soviética ha generado cambios acelerados y desconcertantes, y generado posibilidades infinitas para toda una generación de inversionistas y diplomáticos, pero la tarea de forjar un nuevo orden mundial para reemplazar el antiguo sigue siendo un proceso aún no terminado.
Si bien el fin de la Guerra Fría creó oportunidades nuevas para Estados Unidos, también presentó al país desafíos cuya resolución determinará la forma que adoptará el mundo hasta bien entrado el siglo XXI.
En cada una de esas cuestiones (manejar el colapso de la antigua Unión Soviética, enfrentar el surgimiento de China como una potencia mundial, reducir la amenaza de una guerra nuclear y construir un mercado global), el progreso ha sido limitado e incluso amenaza con estancarse.
El desafío ruso
Si la desintegración del muro de Berlín fue la señal para el principio del fin de la Unión Soviética, el final fue dos años después, cuando Moscú disolvió su extenso imperio.
El reto para Estados Unidos, en este caso, era tratar de atenuar los efectos del desplome soviético, con la esperanza de impedir la anarquía, el caos y una guerra potencial, todo lo cual ha ocurrido en la Madre Rusia en su camino de ser un Estado comunista convertirse en una democracia de libre mercado.
"Ha sido un proceso agitado, confuso, lleno de suspenso e incluso peligroso", dijo el hombre clave de la administración Clinton en Rusia, Strobe Talbott, en un discurso pronunciado hace varias semanas en la Universidad de Harvard.
Las buenas noticias en lo relativo a Rusia es que sigue estando, al menos nominalmente, bajo el control de su presidente, elegido democráticamente, Boris Yeltsin. El próximo junio, los rusos acudirán a las urnas para elegir a un sucesor, en lo que será la primera transferencia democrática del poder en la historia del país.
Amenaza nuclear
Los esfuerzos norteamericanos para reducir la amenaza atómica mundial dieron fruto en sus primeras etapas, pero tropezaron durante los últimos 18 meses.
Clinton no logró persuadir a la India y a Paquistán de no hacer pruebas con armas nucleares cuando ambos países midieron sus ambiciones atómicas en 1998. Tampoco pudo impedir que el Senado, controlado por los republicanos, bloqueara el mes último la ratificación del Tratado Amplio de Prohibición de Pruebas Nucleares, que habría frenado experimentos atómicos en las 154 naciones signatarias.
El mandatario norteamericano también se ha mostrado impotente ante el rechazo de la Duma (Cámara baja rusa) de ratificar el tratado START II, que desde 1996 establece reducciones de misiles con ojivas nucleares por parte de Estados Unidos y Rusia.
Ahora que media docena de naciones posee armas nucleares, que una docena de Estados totalitarios y grupos terroristas está tratando de adquirirlas y que hasta 70 países tienen conocimientos y equipos necesarios para construir tales armas en un corto plazo, la amenaza de un ataque nuclear no ha hecho más que aumentar desde el fin de la Guerra Fría.
China y el comercio
Por otra parte, es difícil detectar progresos visibles en las relaciones de Estados Unidos con China, la nación más habitada de la Tierra. Con una quinta parte de la población mundial en su territorio, China está preparada para asumir un papel cada vez más importante como potencia militar y económica durante las décadas venideras.
Clinton heredó malas relaciones con Pekín, al asumir la presidencia menos de cuatro años después de la brutal matanza de la plaza Tiananmen (1989), que enfrió las relaciones de China con la mayor parte del mundo. Después de que las bombas norteamericanas destruyeron la embajada de China en Belgrado, en junio, los vínculos llegaron a su nivel más conflictivo.
Una de las claves del ingreso de China en el grupo de potencias mundiales es su creciente poderío económico. Con exportaciones que este año se acercarán a los 200.000 millones de dólares, el gigante oriental sigue estando al margen de las naciones protagonistas del comercio global, al no ser miembro de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Clinton rehusó un trato, la primavera última, que habría otorgado a China la membresía en la OMC a cambio de una gran cantidad de concesiones por parte de Pekín (entre otras, reducciones arancelarias y protección a las inversiones).
"Va a ser muy difícil tener una economía mundial estable y próspera si China no es parte de esa organización en los próximos años", estimó Robert Hormats, de la firma de inversiones Goldman Sachs.