Los decepcionantes métodos del Gran Hermano Barack
WASHINGTON.- El ácido que carcomió la presidencia de George W. Bush fue el miedo: lo difundió y sucumbió ante él.
Podía verse el miedo en sus ojos, el miedo que lo dejó petrificado en aquella aula de una escuela de Florida cuando Andy Card le susurró al oído que un segundo avión se había estrellado contra las Torres Gemelas.
La sangrienta tragedia del 11 de Septiembre fue escalofriante. Pero en vez de alzarse por encima del miedo, Bush dejó que el miedo les ganara a otros instintos mejores. Él y Dick Cheney manipularon la información de inteligencia para ir a la guerra contra un país que no nos había atacado e implementaron las escuchas telefónicas sin orden judicial, todo en nombre de mantenernos a salvo de los terroristas.
Los norteamericanos quieren sentirse seguros, pero no a costa de contaminar los valores que nos hacen ser norteamericanos. Es por eso que Barack Obama resultaba tan estimulante en 2007, cuando denunciaba a viva voz el tóxico toma y daca de Bush. En ese entonces, el ascendente senador demócrata convocaba a la gente a oponerse a la "falsa opción" entre las libertades y la seguridad que planteaba Bush.
Y ahora que podemos imaginarnos a alguno de los tipos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) encerrado en un galpón de Fort Meade, Maryland, revisando millones de videos de gatos y de conversaciones de adolescentes borrachos, ¿cuánto puede tardar en llegar el Ministerio del Amor y la Verdad?
"Por supuesto que no había manera de saber si en determinado momento uno estaba siendo observado o no", escribió George Orwell en su novela 1984 . Era una ingenuidad seguir pensando que nos quedaba alguna pizca de privacidad después de que Google, Facebook, Instagram y Twitter lograron entrelazarse en nuestras vidas y nuestras noches.
Como dice Gene Hackman en la película Enemigo público , donde interpreta a un desilusionado analista de la NSA, la Agencia comparte la cama con la industria de las telecomunicaciones desde hace décadas y "son capaces de identificar un grano de sal en medio de la playa".
De todos modos, fue un golpe enterarnos de que desde hace siete años la NSA viene recolectando información de todas las llamadas telefónicas, nacionales e internacionales, que realizan los norteamericanos. El primero en informar de la recolección de los registros de la empresa Verizon, el periodista de The Guardian Glenn Greenwald, dijo que la NSA es "la joya de la corona del secretismo gubernamental".
The Washington Post y más tarde Greenwald revelaron a continuación otro programa secreto iniciado por el gobierno de Bush, cuyo nombre clave es Prism, y que permite a la NSA y al FBI pinchar Microsoft, Yahoo, Google, Facebook, PalTalk, AOL, Skype, YouTube y Apple, y levantar chats de audio y video, fotografías, mails y documentos, con el propósito de rastrear a terroristas extranjeros.
El presidente Obama defendió sus programas clasificados, incluso cuando Greenwald reveló otra de las herencias de Bush: la identificación de objetivos en el exterior para realizar posibles ciberataques.
Y no esperen que sea el Congreso el que arregle este asalto a la intimidad. En una inusual muestra de bipartidismo, impulsado por el pusilánime temor de que se los considere blandos con el terrorismo, ambos partidos se alinearon detrás de esta vigilancia indiscriminada y masiva, con excepción de algunos legisladores periféricos situados en ambos extremos del espectro.
El viernes, Obama estuvo en California para reunirse con el presidente chino, Xi Jinping, que está muy capacitado para dar asistencia técnica en temas de fisgoneo online . (La NBC reportó que los chinos hackearon las computadoras de campaña de Obama y McCain en 2008.) Ciertamente, nuestro Gran Hermano no podía reprender a Xi por el hackeo chino en Estados Unidos sin meterse en una situación peliaguda.
Según Obama, sus agentes no escuchan realmente las conversaciones, pero como bien explicó a The New Yorker la ex ingeniera de Sun Microsystems Susan Landau, el gobierno puede extraer una inmensa cantidad de información con el rastreo de "a quién llama uno".
Durante una audiencia del Congreso realizada en marzo, le preguntaron al director nacional de inteligencia, James Clapper, si la NSA estaba reuniendo información de "millones o centenares de millones de norteamericanos". Clapper respondió: "No, señor". Y agregó: "No a sabiendas". Esa desmentida socava nuestra fe en la sinceridad de quienes rastrean hasta el menor fragmento de nuestras vidas para ingresarlo en las computadoras del gobierno.
El presidente llama a este vasto aparato de escuchas "una modesta transgresión a la privacidad".
Allá por 2007 Obama dijo que no quería estar al frente de un gobierno que fuese la versión light de Bush-Cheney. Puede quedarse muy tranquilo. Con prisioneros a quienes se les niega el debido proceso muriéndose de hambre en Guantánamo, con la CIA que no siempre sabe a quién está matando con los aviones no tripulados y con el auge del negocio del espionaje interno, su gobierno no tiene nada de light .
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