La avanzada populista que hoy recorre Europa, Estados Unidos, parte de Asia y Brasil no nació por generación espontánea. Tampoco fue la respuesta improvisada de líderes accidentales o impensados fenómenos sociales que se fueron gestando en las últimas dos décadas, como los desbalances de la globalización, la creciente desigualdad, la desconfianza en la política tradicional, o las inmigraciones masivas.
Detrás de ella y detrás de esos dirigentes, hay ideólogos, estrategas y genios tácticos que le dan forma y fondo, espíritu y proyección a una ola que apunta a salvar al mundo de lo que, creen, es la decadencia progresista, a debilitar las democracias liberales y a devolver a Occidente viejos valores tradicionalistas.
Sus enemigos, como dicta el manual del buen populista, son siempre visibles pero también muy diferentes: van desde el globalismo, la Unión Europea y la ciencia hasta Angela Merkel y el papa Francisco.
Ellos no son titiriteros ni protagonistas, aunque a veces quisieran serlo; son, en todo caso, los guionistas, escenógrafos o productores de la obra. No se ven, pero son esenciales para la ejecución del poder y para su expansión.
Los cerebros de la oleada populista son cuatro; uno de ellos, el más joven, es el más apegado a la ciencia de los números y tiene solo una misión, desde hace 25 años: retirar a Gran Bretaña de la Unión Europea. Los otros tres forman una creciente red que mezcla política, religión y filosofía con una alta dosis de nostalgia, o más bien ensoñación, porque su añoranza no viaja al siglo XX sino al medioevo.
Estos cuatro monjes negros son los Rasputines contemporáneos, no solo por ser los cerebros del poder sino también porque su influencia, como la del místico religioso de los Romanov, es una peligrosa arma de doble filo.
Dominic Cummings
El vehemente asesor político del premier británico odia las ideologías y las burocracias públicas y no se considera a sí mismo ni partidario ni libertario ni populista, pero ciertamente tiene todas sus mañas: su lema para la próxima campaña electoral de Boris Johnson es "el pueblo contra los políticos". El pueblo, claro, sería el primer ministro, educado en Eton y Oxford.
Para unos es un monstruo por sus crueles maneras, para otros es un oráculo capaz de persuadir a cualquiera de que la Tierra es un cubo y si de algo sabe Cummings es de campañas.
Él fue el encargado, en 2016, de lograr lo imposible: convertir una idea que parecía desquiciada –la salida de Gran Bretaña de la UE- en una realidad. Historiador graduado en Oxford y experto en comunicación, lo hizo como jefe de campaña de Leave y con un manejo acertadísimo de entonces dos incipientes y dudosas herramientas que ya son un clásico de cualquier contienda electoral: la Big Data y las fake news.
Sin escrúpulos para apelar a mentiras, fue el dueño de las ideas y del slogan que llevaron la campaña al éxito y al triunfo en el referéndum: "¡recuperemos el control!". Proponía a los británicos restaurar el control de su país, como si lo hubiese perdido por completo ante la UE, Cummings siempre detestó a Bruselas y al concepto de un gobierno común; pero irónicamente no dudó en recibir cientos de miles de libras en subsidios del bloque en la granja que comparte con sus padres.
Hace un par de meses, cuando asumió, Boris Johnson convocó a Cummings a Downing Street para que lo ayudaran a acomodarse en el poder por mucho tiempo. Necesita sus planes y su genio táctico para ganar en una Gran Bretaña completamente dividida y en un partido Conservador tironeado por la extrema derecha. Nada mejor para convencer a ese grupo radical de Brexiters que Cummings. O al menos eso parecía hasta hace unos días.
Cummings fue el motor de la suspensión del Parlamento y de las amenazas de expulsión a parlamentarios conservadores. Estas medidas estaban destinadas a mostrar a Johnson como un líder firme pero terminaron alienando a los legisladores oficialistas, que se rebelaron y le dejaron bien claro sus límites al premier. Hoy Johnson ya no está tan seguro de su éxito electoral en unos eventuales comicios.
Olavo de Carvalho
El brasileño Olavo de Carvalho no tiene ni el laurel académico ni el alma estratega de Cummings pero, como filosofo autodidacta, tuvo la habilidad para convertirse en el ideólogo de Jair Bolsonaro, sus poderosos hijos y su círculo más cercano.
Recluido en Virginia, Estados Unidos, Olavo mezcla observaciones astrológicas con cuestionamientos a los clásicos griegos, elogios a la dictadura brasileña y furiosas críticas a la globalización, al avance del Islam, a la secularización de Occidente. Lo hace, con una elocuencia asombrosa y una seductora retórica, en blogs y videos que le permitieron convertirse un poco en pop star filosófico y otro poco en "influencer" de la ultraderecha brasileña, bastante antes de que Bolsonaro llegara a la presidencia.
El año pasado, este pensador autodidacta, a veces apodado "Trotsky de la derecha", fue el encargado de imprimirle ideas, vuelo y envergadura a los esquemáticos mensajes de la campaña presidencial del excapitán y entonces legislador. El ahora mandatario llegó a Olavo a través de sus hijos, atraídos todos por el desprecio del filósofo por "revolución cultura marxista" y por "la identidad de género, la homosexualidad y el abortismo".
También crítico de cualquier establishment, Olavo suele decir que él tiene poca influencia directa sobre el día a día del gobierno y que sólo le recomendó dos ministros a Bolsonaro, el canciller Araújo –por su fervor antiglobalización- y el ahora exministro de Educación Ricardo Vélez, ultraconservador y tradicionalista.
Sin embargo, el ala pragmática y moderada del gobierno, conducida por los militares, no le cree para nada y se enfrenta en público y cada vez con más frecuencia con el ideólogo del presidente al punto de que la grieta del gobierno comienza a profundizarse peligrosamente.
Steve Bannon
Si Cummings es solo un estratega y Olavo solo un ideólogo, Steve Bannon es la mezcla perfecta de ambos. Ultracatólico, antiglobalización, tradicionalista, este exbanquero y luego editor de un medio fue el gestor de la irrupción de Donald Trump y de su mensaje en Estados Unidos y el mundo.
A mediados de 2016, Bannon se acercó al entonces candidato cuando nadie creía que Trump podría derrotar a la aparentemente invencible Hillary Clinton. Él, sin embargo, le prometió que tenía las ideas, el mensaje y las tácticas adecuadas para llegar a un grupo de votantes que se sentía huérfano de representación y, eventualmente, a la Casa Blanca.
Trump lo nombró jefe de campaña y allá fueron ambos de la mano, como Cummings, de la big data, las fake news permanentes en redes sociales y de mensajes nativistas y soberanistas llenos de matices raciales y religiosos. Pocos creyeron que este outsider y su monje negro ganarían con palabras tan extremas pero ellos no sólo llegaron a la Casa Blanca sino que transformaron al Partido Republicano en el altavoz de una filosofía nacionalista y tradicionalista.
Para gobernar con éxito, Bannon recomendó a Trump una máxima: "Hay que controlar las fronteras, la moneda y la identidad nacional". El presidente no dudó en poner en marcha ese mensaje, pero eventualmente él y Bannon se enemistaron.
La Casa Blanca fue un trampolín para Bannon; de allí, saltó al mundo. Decidido a desplegar su arsenal de ideas en el mundo y convencido de que el mensaje nacionalista-nativista de base religiosa cristiana tiene una gran audiencia global, fundó "el movimiento", una ofensiva destinada a alentar el avance de la ultraderecha populista en donde sea, desde Europa a Brasil, desde Marine Le Pen y Nigel Farage a Jair Bolsonaro.
Uno de los grandes blancos de esa ofensiva es precisamente Francisco, a quien Bannon –con el apoyo del ala ultraconservadora de la Iglesia- acusa de haber liberalizado el Vaticano. Lector voraz, curioso patológico y gran constructor de redes, Bannon busca sus ideas más profundas en un gurú ruso.
Alexander Dugin
Filósofo, sociólogo, historiador, profesor en la Universidad de Moscú, políglota. A Alexander Dugin no le faltan títulos. Pero sus rasgos más salientes no son académicos, son políticos: es el ideólogo de Vladimir Putin y el oráculo de los grupos de extrema derecha de España a Estados Unidos que proponen precisamente un movimiento global populista; en la Argentina tampoco le faltan fans.
Dugin cree que el mundo está en su ocaso y que hay que reconstruirlo sobre la base de valores cristianos del Medioevo. En parte, culpa al liberalismo de esa decadencia: cree que es esa ideología precisamente la que despojó al hombre de todas sus formas de identidad colectiva, la nacional, la religiosa y ahora también la de género, por lo que aborrece al multiculturalismo, al Islam, al movimiento para el avance de los derechos de las mujeres o de las minorías.
Propone, como idea superadora, la "cuarta teoría política", un esquema que va más allá del liberalismo, el comunismo y el fascismo y proyecta la identidad colectiva como orden superador.
A veces descripto como el "filósofo más peligroso del mundo", Dugin también ambiciona un nuevo orden global, multipolar, en el que Rusia tendría un rol preponderante.
A Dugin le cae bien la Argentina, cree que es el país "más intelectual del continente" y la visitó varias veces, la última en abril. Entonces, no ahorró críticas a la política local; cuestionó al macrismo y al kirchnerismo (ambos "liberalismos, uno de derecha, otro de izquierda"). Y reservó sus elogios para Juan Domingo Perón.
"Perón es genial; es el profeta ontológico. Solo Perón ha visto profundamente el problema más importante de la humanidad: el del ser. Y la humanidad solo puede ser comunidad", dijo.
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