Los "chalecos amarillos" despiertan fascinación y miedo en el mundo árabe
TÚNEZ.- Quizás porque las imágenes de París en llamas resultaron muy familiares en el mundo árabe, evocando los convulsionados tiempos del comienzo de década, los "chalecos amarillos" suscitaron gran expectativa entre los medios de comunicación y preocupación entre los gobernantes. El nuevo orden autoritario -con la excepción de la transición tunecina- devolvió estabilidad a las calles árabes, pero no la tranquilidad a sus gobernantes.
Todos ellos saben que padecen un déficit de legitimidad y temen que en cualquier momento se desate un nuevo estallido de rabia, quizás más furibundo que el de aquella "primavera árabe" que se desencadenó en diciembre de 2010.
No hay mejor ejemplo de ello que el mariscal Abdel Fatah al-Sisi, de Egipto , que no quiere dejar ningún cabo suelto para la protesta. Y menos cuando podría adoptar la forma de un "chaleco amarillo", la nueva enseña revolucionaria en la inquieta Francia . De forma discreta, la semana pasada miembros de las fuerzas de seguridad se dirigieron a tiendas y distribuidores de material de construcción para informarles la prohibición temporal de vender chalecos amarillos a la ciudadanía. Las autoridades incluso arrestaron al abogado disidente Mohammed Ramadan por haber colgado en su perfil de Facebook una foto suya vestido con la temida prenda en solidaridad con los activistas franceses.
En Túnez, un grupo de activistas se inspiró en el chaleco como emblema, pero lo tiñeron de rojo, el color de la bandera nacional. Hace pocos días, los "chalecos rojos" se presentaron en público y anunciaron la pronta organización de una fola de movilizaciones a imagen y semejanza de los manifestantes de la antigua metrópolis. "Nuestras principales demandas son reducir el desempleo y la inflación, que erosionaron el poder adquisitivo de los tunecinos. Y tenemos una lista de 22 medidas concretas para atender estos problemas", afirmó su vocero, Riad Jrad, un estudiante de 22 años.
Aunque se definen como "ciudadanos independientes unidos en el malestar", otros activistas sociales de organizaciones con un largo historial de lucha desconfían de ellos. "Son exmiembros de un sindicato de izquierda radical muy cercanos Nabil Karoui, un magnate de los medios opositor al gobierno. Seguramente, él los financia", confiesa uno de ellos con una sonrisa irónica en los labios. Así las cosas, parece poco probable que las movilizaciones de los "chalecos rojos" cuenten con el apoyo de los partidos y movimientos de izquierda, lo que pone en duda el éxito de su campaña.
Situación social
Sea como fuere, su aparición generó un cierto desasosiego. Por eso, días después, una página web anónima bajo el título de "los chalecos azules" instaba a los tunecinos a trabajar duro para sacar adelante el país y olvidarse de dañinas protestas. Quizás detrás de la iniciativa se halle algún grupo afín al gobierno, que fue elegido democráticamente, pero también tiene motivos para la preocupación. La situación social del país es volcánica, y amenaza con hacer erupción en las próximas semanas, cuando se cumplirá el octavo aniversario de la revolución.
Cada año, la efeméride sirve para condensar el malestar de las capas más humildes, que vieron incumplidas sus demandas de justicia social.
El año pasado, el Ejecutivo tuvo que recurrir al toque de queda para frenar unas airadas protestas por su política de austeridad, que en los barrios marginales se tradujeron en la quema de autos y el saqueo de algún supermercado. Las escenas de violencia recordaron las que se producen en los suburbios franceses de forma recurrente.
Este año, las movilizaciones podrían desbordarse si a los jóvenes activistas y desempleados se sumara la UGTT, el todopoderoso sindicato tunecino, protagonista de todos los acontecimientos transcendentales de la historia reciente del país.
El sindicato, que cuenta con un millón de afiliados, convocó a una huelga parcial a fines del mes pasado y prepara una huelga general para el 17 de enero próximo, tres días después del aniversario de la revolución. Su principal demanda es un aumento del sueldo de los empleados públicos acorde con la inflación, que supera el 7% anual.
Sin embargo, el margen de maniobra del Ejecutivo es muy limitado por los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI ), con el que firmó un préstamo de 2900 millones de dólares. Con más de 800.000 empleados públicos, el pago de sus salarios representó el año pasado cerca del 15% del PBI, solo superado por países como Corea del Norte . No es posible reducir el déficit sin rebajar ese porcentaje, a lo que no ayuda el anémico crecimiento económico del país, por debajo del 3%.
El año pasado, el gobierno presentó un programa para incentivar la jubilación anticipada de los empleados públicos. Sin embargo, fue un fracaso y este año optó por congelar de nuevo los salarios.
Medio Oriente se adentra en 2019 sin haber neutralizado las causas de fondo que provocó la "primavera árabe". Una nueva llamarada se podría desencadenar en cualquier momento en cualquier país, quizás por la llegada de algo tan aparentemente inofensivo como un chaleco de trabajo. Amarillo, rojo o azul.
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