Londres, capital del turismo del divorcio millonario
Los fallos con cifras astronómicas provocaron una oleada inmigratoria de parejas ricas
LONDRES.- Ya se sabe que en busca de romance o de una cigüeña, el lugar ideal es París. Pero si las cosas no marchan como se esperaba, ahora sólo es cuestión de cruzar el Canal de la Mancha porque Londres se ha convertido en la capital del "turismo del divorcio", especialmente para quienes cuentan con una abultada cuenta bancaria.
De los 150.000 divorcios concedidos el año pasado en Inglaterra y Gales, 24.000 fueron de parejas en las cuales por lo menos un integrante era extranjero. Es decir, uno de cada seis divorcios. Más de la mitad de estos casos fueron protagonizados por multimillonarios que escogieron dirimir sus disputas conyugales en las cortes de la capital británica.
Las razones de este peculiar fenómeno son múltiples. Las más obvias son un régimen impositivo favorable y el carácter cosmopolita de una ciudad en la que un 65% de los niños nacidos en 2010 tienen un progenitor extranjero.
Pero la clave parece estar detrás de la fama de "generosidad" que los tribunales londinenses se ganaron a raíz de una serie de juicios célebres en los que otorgaron a la parte ganadora cifras astronómicas -notablemente superiores a las concedidas en el resto de Europa y Estados Unidos- en materia de compensación.
Las más favorecidas son las mujeres, especialmente aquellas que abandonaron sus carreras para dedicarse a la vida familiar. En esas circunstancias, los jueces suelen concederles hasta un 50% del patrimonio conyugal. Un banquero británico tuvo que entregarle a una enfermera tailandesa la mitad de su fortuna de 33 millones de dólares por más que su matrimonio duró apenas dos años y medio.
El caso que puso el tema en la tapa de todos los diarios no fue, sin embargo, el de una divorciada Cenicienta, sino el de una multimillonaria dispuesta a defender la fortuna de su familia.
La historia comenzó en Alemania, en 1998, cuando Katrin Radmacher, heredera de 160 millones de dólares, firmó un contrato prenupcial con su novio francés, Nicolas Granatino, por el cual se comprometían a no sacar el más mínimo provecho pecuniario de la vida en común. Tres meses más tarde la pareja contrajo matrimonio en Londres.
La relación empezó a deteriorarse cuando, en 2003, Granatino decidió abandonar su carrera de banquero para abrazar la carrera de investigador en biotecnología en Oxford con un salario diez veces inferior. Tres años más tarde, entabló una demanda de divorcio en la que exigía una "pensión compensatoria" de 15 millones de dólares anuales.
En un primer momento, la justicia se pronunció a favor del francés representado entonces por Nicholas Mostyn, abogado de Paul McCartney y del príncipe Carlos en sus respectivos divorcios, pero otorgándole 10 millones. El caso pasó por todas las instancias hasta llegar a la Corte Suprema, que por primera vez reconoció la validez "moral" de un acuerdo prenupcial. Granadino vio así su manutención reducida a 110.000 dólares anuales que le serán pagados hasta que el más joven de sus hijos cumpla los 22 años.
Oleada
La noticia de la sentencia desencadenó una oleada inmigratoria de multimillonarios dispuestos a instalarse aquí por un año, el período mínimo necesario para poder presentar sus querellas ante magistrados británicos. También parece haber instalado la práctica entre los potentados -especialmente los rusos- de firmar acuerdos prenupciales en los cuales las partes se comprometen a ponerse bajo la jurisdicción de la legislación británica no importa dónde terminen contrayendo enlace.
Algunos ni siquiera esperan a agotar todas las instancias judiciales. Tras ocho años de matrimonio y un hijo, la norteamericana Madonna y Guy Ritchie alcanzaron un acuerdo fuera de los estrados que se cree que dejó al cineasta británico con 75 de los 100 millones de dólares que, según Forbes , la cantante gana en un solo año.
De lo que no caben dudas es de que el "turismo del divorcio" está llenando los bolsillos de las grandes firmas legales británicas, que han visto sus ingresos trepar hasta en un 65%. Para el londinense común, en cambio, parece constituir un desastre. Las disputas hogareñas de los ricos están empezando a atorar el trabajo normal de las cortes; esto provoca enormes demoras en el funcionamiento de la justicia.
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