Lograr un mensaje que no se evapore, el gran desafío de Francisco
¿Cómo proponer un mensaje de paz en un país con tanta violencia? ¿Cómo pedirle ejemplaridad a una Iglesia que conoció los escándalos del fundador de los Legionarios de Cristo? ¿Cómo hablarles a los migrantes, a los indígenas? ¿Cómo condenar el narcotráfico que hoy compromete a políticos, funcionarios y policías? ¿Cómo moverse en el mayor país católico de lengua castellana, pero donde los conflictos entre la Iglesia y el Estado fueron, y en parte siguen siendo, tensos? Éstas son sólo algunas de las preguntas que surgen ante la visita de Francisco a México.
El país tiene una historia tan rica como dramática desde sus orígenes. Bastaría recordar los cruentos enfrentamientos entre las etnias prehispánicas de los que se aprovechó Hernán Cortés para dominar con cruel habilidad pueblos enteros. La Guerra Cristera (1926-1929) fue otro capítulo doloroso.
Juan Rulfo, el autor de Pedro Páramo, obra maestra de la literatura mexicana que cumple ahora 60 años, lamentaba que nunca la violencia hubiera abandonado a la sociedad mexicana. Octavio Paz, el gran poeta, sostenía que la conquista y la colonización española les habían legado la lengua en la que se expresan, pero que ya no comprendían los idiomas anteriores y el cristianismo había sepultado a sus antiguas divinidades.
"¿Qué le han dejado a México las seis visitas papales anteriores -cinco de Juan Pablo II y una de Benedicto XVI-?", se interroga el sociólogo Bernardo Barranco, uno de los mayores especialistas de su país en estos temas. Advierte con cierto escepticismo que "los mensajes se evaporan, se les resbalan tanto a la clase política gobernante como a la jerarquía eclesial".
Sin embargo, dice que se introdujo un cambio, ya que "Francisco ha determinado los temas por los lugares y la agenda que eligió para su visita". Cuentan los lugares y los gestos. Se refiere especialmente a San Cristóbal de las Casas, donde está la tumba del emblemático obispo Samuel Ruiz; a Michoacán, martirizada por los secuestros; Ciudad Juárez y los migrantes. En la capital del atormentado estado de Chiapas tuve ocasión de conocer a Samuel Ruiz, ya obispo emérito, cuando en la catedral una multitud -donde abundaban los indígenas y no faltaban jóvenes entusiasmados por el subcomandante Marcos- festejaba su aniversario episcopal.
La periodista norteamericana Barbara Fraser, residente desde hace años en Lima y versada en estos temas, me comentaba que "la reyerta en la cárcel de Nuevo León en la víspera de esta visita revela la complejidad de la situación que enfrentará: violencia, crimen organizado, falta de oportunidades para los jóvenes, corrupción e inoperatividad del sistema de justicia". Fraser sostiene que esta realidad trasciende las fronteras de México porque es común a todos los países latinoamericanos. "Las palabras de Francisco -afirma- desafiarán tanto a la Iglesia como a las autoridades de toda la región."
Algunos esperan, pese a todo, que la presencia de Jorge Bergoglio tenga incidencia en las cuestiones que a él tanto le preocupan. Es triste que en el continente con mayor número de católicos las desigualdades y la violencia sean un denominador común.
La realidad desafía la misión misma de la Iglesia y cuestiona en parte la historia de la evangelización. No se le escapan a este papa, con alma de misionero y con una incuestionable austeridad de vida, las dificultades enumeradas.
Llegó a México anoche después de su paso por Cuba para encontrarse con el patriarca de Moscú, como ejemplificando los grandes temas de su pontificado y la urgencia que lo signa: el ecumenismo (anunció su próximo viaje a Suecia para conmemorar la reforma luterana) y la cuestión social.
Conviene aclarar -señala el sacerdote Ignacio Navarro, amigo personal de Bergoglio- que Francisco pidió rezar en soledad frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe.
"Si bien los jesuitas hicieron una verdadera gesta en nuestro continente, la guadalupana, con su hermosa semblanza indígena, misionó antes que ellos, y acaso mejor", sostiene.
En la imagen que la tradición atribuye a Juan Diego, los aztecas leían un código que los llevaba a hacerse bautizar sin mediación de los misioneros españoles. Francisco quiere arrodillarse ante ese retrato que tanta devoción despierta en los mexicanos y que es la patrona de América latina.
Jorge Casaretto, obispo emérito de San Isidro, recuerda la desconfianza del Papa ante las frías ideologías y su fervor por la religiosidad popular, donde vislumbra "una interioridad que se expresa en gestos y signos que comprometen la vida misma".
El autor es director de la revista Criterio
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