Lo que no vi en la megacárcel de Nayib Bukele en El Salvador
La visita al Centro de Confinamiento del Terrorismo fue impresionante no solo por todo lo que muestran sino, principalmente, por lo que no se ve
- 5 minutos de lectura'
Eran las 18.31 del martes 6 de febrero y yo estaba volviendo al hotel de San Salvador junto a dos camarógrafos con los que había trabajado todo el día. Arrancamos con una entrevista al ministro de Seguridad salvadoreño, Gustavo Villatoro, y seguimos con varias notas en distintos puntos de la capital. Ya había anochecido y mi plan era terminar de desgrabar la entrevista y preparar las cosas para emprender el regreso a la mañana siguiente.
Eran las 18.31 y entró una llamada a mi celular. Era Wendy Ramos, de la Secretaría de Comunicaciones del gobierno de Nayib Bukele, la encargada de centralizar los pedidos de la prensa internacional. “¿Viste mi mensaje?”, me preguntó, algo acelerada. Yo no había llegado a ver el WhatsApp que me había mandado un minuto antes. Entonces fue al grano: en media hora salía un contingente hacia el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) desde el estacionamiento de la Casa Presidencial. No lo podía creer: después de tanto insistir, finalmente había conseguido entrar a la megacárcel insignia de la “guerra contra las pandillas” de Bukele. Confirmé que iba y a los camarógrafos –que entendían de qué iba la conversación- se les transformó la cara. Es que un día antes me habían dicho que la visita a la prisión –esa que había pedido incluso antes de viajar a El Salvador- no se concretaría. Entonces grabamos todo el día y las cámaras ya no tenían batería.
No importa, voy sola. El desafío era llegar a tiempo. El tránsito de San Salvador puede ser muy traicionero.
Llegué unos minutos tarde, y ahí seguían: dos combis y una pick-up con más de una docena de periodistas listos para salir a la megacárcel. Arrancamos. De las calles de San Salvador pasamos a una autopista iluminada y después a una ruta oscura y desolada. Unos 45 minutos después, la combi frenó. Nos rodearon militares fuertemente armados. Bajamos. A los hombres los cachearon intensamente. A las mujeres no, pero revisaron nuestras carteras y los vehículos.
Unos 15 minutos después llegamos al Cecot. Nos recibieron más militares y policías. Al ingresar, la inspección era muy exhaustiva, como conté en la nota. A pesar de una negativa inicial, logramos entrar con los celulares, para poder grabar y sacar fotos. Solo servían para eso, de todas maneras. Hacía varios kilómetros habíamos perdido la señal; es parte de la estrategia para aislar a los pandilleros.
Tuvimos una breve charla de introducción con el director de la cárcel, nuestro guía de ese tour coreografiado. Nos dijo que todos los presos del Cecot son pandilleros de “alto perfil criminal” y los culpables de la tragedia que los salvadoreños padecieron durante años. Asesinos seriales condenados a décadas, e incluso siglos, de prisión. Nos advirtió que no cruzáramos las líneas amarillas que hay en el piso cerca de las celdas por nuestra seguridad. Y que no los miráramos a los ojos: “No hagan contacto visual. El lenguaje no verbal es algo que ellos manejan muy bien”.
¿Cómo hacer para no mirarlos? Si una vez dentro del módulo 3 (uno de los ocho pabellones iguales en esa prisión gigante) estaban todos expuestos como en una vidriera. Esos hombres que en algún momento se creían dueños del país, y de la vida de miles de personas, estaban ahí, obligados a mirar al frente, para que nosotros, los foráneos, les viéramos las caras, los tatuajes, el sometimiento y, en algunos casos, la violencia contenida.
Lo que más me impactó fueron los tres presos que estaban afuera de las celdas, con las manos y los pies esposados, frente a una pared, con la cabeza gacha, híper rodeados de agentes de seguridad encapuchados. A uno de ellos lo usaron para mostrarnos cómo funciona, técnicamente, el “área médica”. “Pasen”, nos dijo el director. “Acá la señorita está preparando al interno. El procedimiento es talla y peso, toma de signos vitales, para posteriormente pasar acá con el médico”, señalaba, mientras una mujer con un guardapolvo y una gorra descartables celestes le tomaba la presión a un preso. El detenido, empujado por un agente penitenciario, no oponía resistencia. Él no buscaba contacto visual, solo quería que terminara la exhibición.
Toda la visita parecía un gran montaje, pero esa escena se sentía especialmente forzada. Una ficción. La prisión es tan nueva y aséptica (se inauguró hace algo más de un año) que da la sensación de que, si sacaran a todos los presos y las rejas, sería difícil reconocer que allí funcionaba una cárcel de máxima seguridad. Todavía no hay marcas en las paredes ni desarrolló algún olor propio. Eso hace que todo parezca aún más surreal.
Escribí trece notas desde El Salvador. Pero la de la cárcel fue sin dudas la que más impactó. “¿Te dio miedo?”, “¿los drogan para tenerlos tranquilos?”, “¿cómo hacen para que no se peleen?”, me consultan colegas y amigos. Para muchas de esas preguntas no tengo respuesta, pero la que más me aturde es la que yo misma me hice al salir del módulo 3: ¿algún día sabré qué pasa verdaderamente en el Cecot?
Otras noticias de El Salvador
"Seguridad y prosperidad". Bukele busca expandir su influencia regional con el lanzamiento de una Liga de Naciones
José Dutriz, nuevo presidente de la SIP. El “punto de encuentro” de Bukele y Milei en la relación con la prensa y los desafíos en la región
“Imbéciles”. La fuerte reacción de Bukele y su hermano contra una investigación sobre el sospechoso crecimiento de su riqueza
Más leídas de El Mundo
Tensión en Ucrania. EE.UU. y países europeos cierran sus embajadas en Kiev ante el riesgo de un “ataque aéreo significativo” de Rusia
Giro en la guerra. El mapa que muestra hasta dónde pueden llegar los misiles de largo alcance lanzados desde Ucrania hacia Rusia
Escándalo. Los videos sexuales que amenazan la sucesión del presidente con más tiempo en el poder en el mundo
Desregulación y ajuste. El abrupto giro a la derecha de Nueva Zelanda tras tener uno de los gobiernos más progresistas del mundo