"Lo peor es la claustrofobia": los italianos se impacientan por el coronavirus
Entre el miedo y la resignación, llevan dos semanas de cuarentena
ROMA.– Con miedo, pánico, psicosis, estrés, claustrofobia, adrenalina, calma zen, sarcasmo, angustia, resignación, pero también buena onda y esperanza. Así viven los italianos la cuarentena para darle batalla a la emergencia por el nuevo coronavirus, el mayor desafío que enfrentan desde la Segunda Guerra Mundial y que puso al país de rodillas.
Si hasta ahora el silencio era roto en la capital italiana por el ulular de alguna sirena de ambulancia o por los graznidos de las gaviotas peleándose por basura, ayer se sumó el ruido del revoloteo de un helicóptero en el cielo.
"¡Ahora también un helicóptero para controlar que no salgamos de casa! Parecemos en estado de sitio", exclama Benedetta, una elegante romana de 76 años que señala el cielo con su mano recubierta con un guante de látex.
Benedetta salió de su confinamiento para ir hasta la farmacia, donde, después de semanas de espera, le llegó una mascarilla que le salió 14,50 euros. "Es una barbaridad", comenta a LA NACION esta profesora de artes visuales jubilada y abuela de cinco nietos, que vive sola en el centro histórico de Roma.
¿Cómo vive el encierro? "Muy bien: leo, escucho música clásica, plancho, pongo en orden todas esas cosas que siempre hay en las casas, a las seis de la tarde prendo la televisión para ver el ‘parte de guerra’, miro películas, hablo mucho por teléfono y por Skype. Cocino y a la noche, antes de irme a dormir, me tomo una pastilla... Si no, imposible dormir", asegura entre risas, irónica, pero levantando las cejas como para decir que está obviamente muy preocupada por la situación.
Para muchos abuelos italianos como ella, que en este período tienen prohibido ver a sus nietos porque podrían convertirse en sus verdugos, la cuarentena es sin dudas deprimente.
"¿Cómo no asustarse viendo televisión y no pensar que el próximo en esa cifra de muertos espantosa puede ser uno?", se pregunta Antonio, otro jubilado que, con barbijo, pudo salir a dar una vuelta gracias a Isotta, su perra salchicha. "Lo peor es la claustrofobia y no poder siquiera ir al bar a tomar un café", dice.
Aventura
Para las madres con chicos, que además trabajan, si el bloqueo al principio fue la aventura de salir al balcón a cantar el himno, a hacer ruido con cacerolas y socializar con vecinos con quienes antes ni se saludaban, con el paso de los días se volvió un caos. "Yo trabajo desde casa, tengo a Viola, de 12, y Enrico, de 7, y estamos viviendo un delirio", cuenta Adriana, una arquitecta de 38 años.
"Los chicos tienen algo de clases online, pero no sé cómo manejar la situación porque mi niñera no viene, mi marido también está trabajando desde casa y está neurótico porque no hay fútbol y estoy desbordada", cuenta, exasperada.
Marco, de 50 años y dueño de una peluquería normalmente repleta, tampoco ve la luz al final del túnel. "Hago números y no me cierran, esto es una hecatombe", advierte. Separado, él también pasa las horas viendo películas, leyendo, tratando de hacer gimnasia en casa y pensando "en cómo cambiará el mundo después que pase todo esto".
La reflexión, el filosofar sobre este abrupto fin de un ritmo de vida frenético, basado en un consumismo exacerbado, es uno de los lados positivos que muchos ven en el parate obligatorio. "Es evidente que estábamos haciendo las cosas mal, que estábamos comprando a diario cosas innecesarias sin pensar en el espíritu interior, que todo esto tiene un mensaje", afirma Marina, guía de turismo, soltera, que se quedó sin trabajo pero que aprovecha este tiempo para organizar cursos de yoga online, con calma zen.
"A pesar de todo, en los últimos diez días hubo un estallido de solidaridad, crece el voluntariado y la gente redescubrió la comunidad y el orgullo de ser italiano", asegura Giacomo, un maestro de piano de 43 años convencido de que esta película catástrofe también puede ser para Italia "una oportunidad única para volver a renacer de las cenizas".
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