Liz Truss intentó ser la nueva Margaret Thatcher: ¿por qué no funcionó?
Ambas se presentaron a sí mismas como la solución al declive británico, pero Thatcher era una outsider, lo que hizo que sus afirmaciones fueran creíbles
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LONDRES.- Gran Bretaña tiene un duro invierno por delante. Los precios de la energía se están disparando, la libra cayó en relación con el dólar, las tasas hipotecarias aumentaron considerablemente y el Servicio Nacional de Salud está bajo presión. La presión sindical detuvo los trenes y ralentizó la entrega del correo real. Para los británicos mayores, todo esto recuerda inquietantemente los problemas que enfrentó Gran Bretaña durante el “invierno del descontento” de 1978 y 1979.
La ahora ex primera ministra Liz Truss intentó imitar a una figura política que saltó a la fama durante ese período: Margaret Thatcher. Como Thatcher en 1979, Truss afirmó que Gran Bretaña estaba en declive y que ella era la respuesta. Culpó tanto al contexto global, incluida la pandemia de Covid-19 y la invasión rusa de Ucrania, como a la oposición laborista. Durante su discurso ante la conferencia del Partido Conservador en Birmingham el 5 de octubre, Truss reconoció que “el statu quo no es una opción”. Afirmó, entonces, que su partido era “el único partido con un plan claro para hacer que Gran Bretaña se moviera” y que tenía “la determinación de cumplir”.
Sin embargo, mientras Thatcher tejió una narrativa dominante de declive que resonó en el público y le permitió prescribir un camino hacia la renovación, el discurso de Truss sonó hueco.
A pesar de que los dos enfrentaron un período similar de agitación y tormento doméstico, la posición de Truss fue fundamentalmente diferente de la de Thatcher porque su partido ha estado en el poder durante los últimos 12 años y no representa de manera creíble un nuevo tipo de política como lo hizo Thatcher.
Las elecciones de 1979 estuvieron dominadas por reclamos por el declive británico, muchos británicos veían a su país como “una gran nación que alguna vez se quedó atrás”. La propia Thatcher fue a la BBC y declaró: “No puedo soportar el declive de Gran Bretaña. Simplemente no puedo”.
Como argumenta el historiador Guy Ortolano, Thatcher utilizó como arma los temores públicos sobre el declive durante la campaña y en sus primeros años como primera ministra. Culpó con éxito al Partido Laborista en funciones por los problemas de Gran Bretaña y se ofendió por los intentos de los laboristas de culpar a las condiciones mundiales por el declive británico.
El esfuerzo de Thatcher por aprovechar los temores sobre el declive también funcionó porque ella era una outsider, tanto con respecto a su relación con el Partido Conservador, como a su sexo y clase. Pertenecía a la clase media británica y era una mujer en un mundo político dominado por los hombres (cuando fue elegida por primera vez, era una de las 25 mujeres en un Parlamento de 630 bancas).
Ser una genuina outisder le permitió a Thatcher hacer campaña contra el establishment político tanto de su partido como del laborismo. Esta afirmación resonó en el público británico porque parecía cierta.
Thatcher también cultivó la imagen de que era un nuevo tipo de líder, alguien que estaba lista para hacer cambios importantes. No estaba interesada en jugar en los márgenes de la política. “Por difícil que fuera el camino y por mucho que nos llevara llegar a nuestro destino, teníamos la intención de lograr un cambio de dirección fundamental. Defendimos un nuevo comienzo, no más de lo mismo”, escribió en sus memorias. Presionó por el desmantelamiento del Estado de bienestar a través de recortes de impuestos y un enfoque más militante en contra de los sindicatos.
Thatcher entendió el declive británico no solo en términos económicos, sino también en términos de moralidad y valores. Hizo hincapié en el alejamiento de Gran Bretaña de los valores victorianos buenos y anticuados, así como en la decadencia moral evidenciada por los disturbios, las huelgas y el crimen a fines de la década de 1970 en Gran Bretaña. La responsabilidad individual era clave para Thatcher. Para Thatcher, convencer a los británicos de que la nación estaba en declive y necesitaba sus nuevas recetas se convirtió en el mensaje clave, de hecho, en el centro de su identidad política.
El estatus de outsider de Thatcher y su llamado a cambios importantes contrastan con la situación de Truss. El Partido Conservador ha controlado el gobierno británico durante 12 años. Las ideas de Truss no representaron algo nuevo o fresco. En cambio, sus políticas representaron una continuación de la política conservadora pasada, desde asuntos exteriores hasta la atención médica y el importante recorte de impuestos. Truss no ofreció ninguna visión clara distinta de sus predecesores conservadores. Debido a que su partido ha estado en el poder durante tanto tiempo y ella ha sido parte del gobierno, Truss tampoco pudo acusar fácilmente tanto a la política laborista como a la conservadora de cómplices del declive británico.
En su breve mandato, Truss se volvió incluso más impopular que Boris Johnson entre el público británico. Incluso la mayoría de los conservadores británicos tuvieron una opinión negativa de Truss, lo que indica que sus recetas se sintieron obsoletas después de tantos años de dominio conservador. Bajo estas circunstancias, la retórica de un “declive británico” de Truss sonó hueca. Incluso a los británicos convencidos de que su nación está en declive les resultó difícil ver a Truss, con sus recetas conservadoras ahora estándar, como la la persona que podía revertir esta tendencia.
Thatcher fue, infamemente, una “dama que no da vueltas”. Truss, por otro lado, no tuvo rumbo en sus intentos de generar una narrativa creíble del declive y la renovación británicos.
Por Robert Ralston (profesor de la Universidad de Birmingham)
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