Liturgia maradoneana, delirio y fiesta inolvidable en Nápoles, “tierra argentina en Italia”

ROMA.– En cualquier rincón de Italia donde viven argentinos hubo emoción, euforia, delirio. Pero fue Nápoles el lugar que más vibró y festejó después del sufrido, infartante y dramático triunfo de la selección argentina. Y, tal como destacaron ayer todos los diarios italianos, más allá del océano y los más de 10.000 kilómetros que las dividen, Nápoles se unió a las celebraciones de Buenos Aires a partir de un mito “inmortal”, Diego Armando Maradona, presente como nunca y que, como coreaban los hinchas miraba desde el cielo a Lionel.

Fue tan fuerte la cercanía de Nápoles a la Argentina en el logro del sueño de una tercera copa, que los napolitanos, que por cábala nunca abren la ventana del edificio en el que se encuentra el “santuario” de Maradona, donde hay un mural que lo recuerda, en el quartiere degli Spagnoli, hicieron una excepción. Y abrieron esa ventana que sólo se abre cuando el Napoli gana el “scudetto” y que estaba cerrada desde 1990. Todo un mensaje.

Los entre 500 y 2000 hinchas argentinos que, desde diversas ciudades de Italia, pero también, de todo Europa, llegaron a Nápoles para ver juntos la final del Mundial, peregrinaron hasta ese lugar legendario, antes de que comenzara el match. Prendieron velas, cantaron, se encomendaron a “el Diego”.

Aunque todo comenzó unas horas antes, al mediodía local, en la céntrica Piazza Dante, el lugar elegido para un banderazo impresionante, a la altura del momento. Empezaron los saltos y cantos de aliento a la selección, por Maradona y por Messi, y los napolitanos comenzaron a aprenderse el “Muchachos”, el “hit” de este mundial. De allí, en una procesión por la que se cortó el tráfico, por la via Toledo, todos llegaron al “santuario”, donde decenas de napolitanos –que se autodefinen “argentinos nacidos en otro hemisferio”–, acompañaron el sentimiento.

“Estoy tramitando la ciudadanía en Turín, en el norte, pero me hice 800 kilómetros para venir a ver el partido acá en Nápoles, que es como tierra argentina acá en Italia”, dijo Agustín, un cordobés que contó que cuando la selección pasó las seminfinales, todos los grupos de argentinos en redes sociales se organizaron para juntarse en Nápoles, el lugar más emblemático para cualquier hincha de fútbol, donde vivió “el Diez”, el ídolo que logró la Copa en 1986.

Mariano, un rionegrino que viajó desde la ciudad de Pescara, explicó que también decidió ir a Nápoles porque “es la tierra del Diego y el Diego es lo más grande que hay”. Y la ciudad del Vesubio, que Maradona rescató de las humillaciones del rico norte y le hizo recuperar su orgullo cuando le hizo finalmente ganar dos “scudetti”, respondió. Hubo una pantalla –no tan gigante– para ver el partido ahí mismo, en esa parte de la ciudad que pasó a llamarse “Largo Maradona”. También en algunos bares del centro, aunque los hinchas pudieran ver el match en el Club The Wall, en el Centro Direzionale, con capacidad para 1000 personas.

Cuando terminó un partido que empezó bárbaro, pero que al final fue angustiante –un locutor de la RAI habló de “un asalto al corazón de las personas”–, en Nápoles estalló la fiesta. Una fiesta que no fue sólo de los argentinos llegados en masa, sino también de los napolitanos. Hubo petardos, fuegos artificiales, bocinazos y locura hasta entrada la noche. “La verdad, estando fuera de la Argentina, Nápoles era el mejor lugar para estar por el cariño por la selección, por el recuerdo de Diego y por eso tuvimos la idea de tomarnos el tren e irnos a Nápoles. Era como estar en casa”, resumió a LA NACION Ana Tito, cónsul argentina en Roma, que también dijo presente en un momento inolvidable.

En Roma, donde varios argentinos pudieron juntarse a ver el partido en la Casa Argentina, espacio cultural de la legación diplomática argentina, hubo festejos, de otro nivel, en la Piazza Venezia, corazón de “la ciudad eterna”. Aunque podían verse argentinos también en el Lungotevere con camisetas y circulando en auto con banderas y tocando bocina, eufóricos.

La alegría continuó por supuesto este lunes, cuando hasta hubo hinchas que se plantaron en una bicisenda que costea la pista del aeropuerto de Fiumicino para homenajear, desde lejos, a los nuevos campeones, que hicieron una escala técnica para recargar combustible y seguir luego viaje hasta Buenos Aires.

“Cuando vimos que el avión hacía una escala en Roma, se nos ocurrió ir al aeropuerto”, contaron a LA NACION los sacerdotes Facundo Bernabei, cordobés, de 43 años, y Beltrán Gómez, entrerriano, de 48, que viven y trabajan desde hace seis años en una parroquia de Roma.

“Fue increíble, porque encontramos ahí a más locos, los locos de Fiumicino… Y en el atardecer de Roma vimos despegar el avión que lleva la Copa del Mundo, que fue muy emocionante”, coincidieron.

En ese momento, con banderas puestas en el suelo, todos empezaron a gritar “¡Dale campeón, dale campeón!”.

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