Límites: la crisis en Afganistán desnuda el fracaso de Occidente para reconstruir Estados fallidos
Como pasó en otros países, la intervención militar de EE.UU. y sus aliados volvió a fallar como estrategia para construir una democracia; la credibilidad de las potencias, dañada por el éxito talibán
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WASHINGTON.– Cada vez que da un discurso, Joe Biden cierra su mensaje con la misma frase: “Que Dios bendiga a nuestras tropas”. El presidente suele llevar con él una hoja con el conteo exacto de los soldados muertos en Irak y Afganistán. “Cada uno de esos muertos son seres humanos sagrados que dejaron familias enteras”, dijo, en abril, cuando anunció la retirada de Afganistán, punto final de la “guerra eterna”. La desastrosa salida de Kabul que siguió a esa decisión, con imágenes desgarradoras, marcó un nuevo fracaso para otra intervención militar, y fue catalogada como una catástrofe que, para muchos, deja una cicatriz en la credibilidad de Estados Unidos y sus aliados.
Biden, que llegó a la Casa Blanca con la promesa de liderar una administración competente y renovar el liderazgo global de Washington, pasó la última semana intentando contener la debacle en Afganistán, la mayor crisis de su joven presidencia. Biden negó un golpe a la credibilidad de Estados Unidos por las enormes fallas del repliegue. Pero no hubo tregua: las críticas por el pandemonio en Kabul luego de la atropellada de los talibanes llegaron desde todos los frentes: republicanos y demócratas, que denostaron la pobre planificación de la retirada; analistas y los aliados europeos de la OTAN que acompañaron a Estados Unidos a Afganistán, y a los que Biden se propuso reconquistar luego de los roces con Donald Trump.
Josep Borrell, jefe diplomático de la Unión Europea (UE), dijo que fue “una catástrofe”. La expremier Theresa May se preguntó en el Parlamento británico: “¿Qué dice de nuestro país, de la OTAN, si dependemos totalmente de una decisión unilateral de Estados Unidos?”. La canciller alemana, Angela Merkel, advirtió que la comunidad internacional ahora debe “luchar contra el posible resurgimiento del terrorismo en Afganistán”, contradiciendo a Biden, que minimizó ese riesgo.
La Casa Blanca se recostó en un frío cálculo político: la retirada de Afganistán cuenta con un amplio apoyo público, y la gente, con el tiempo, pasará la página, siempre y cuando el país evite un nuevo atentado terrorista. El fracaso de Irak, que terminó en el retiro de 2011, o la fallida intervención en Libia, ese mismo año, sumaron hartazgo.
A diferencia de 2001, cuando Bush tejió la invasión de Afganistán, Estados Unidos enfrenta un cúmulo de desafíos domésticos que son prioritarios para Biden: una pandemia, alto desempleo, una mayor desigualdad y una ofensiva contra el racismo –que el presidente llamó “la mayor crisis de nuestra época”–, una infraestructura deteriorada, un déficit galopante, y un escenario político tóxico que llevó al ataque al Congreso a principios de este año. Hace 20 años, la obsesión era Al-Qaeda; ahora es China.
Robert Daly, director del Centro Woodrow Wilson, fue cauto a la hora de extrapolar el daño causado por la caída de Kabul y el retorno de los talibanes al poder a la credibilidad de Estados Unidos, pero sí remarcó en que representa un “verdadero retroceso” para el gobierno de Biden, y su intento de demostrar que puede disputar el liderazgo global a China, y que, como ha dicho el propio Biden, Estados Unidos “ha vuelto”.
“Retirarse de Afganistán no es el problema. El problema es la incompetencia masiva y fatal que se ha mostrado durante la última semana”, afirmó a LA NACION Daly, que a la vez ofreció un matiz: “¿Esa incompetencia significa que otras naciones, que se inclinaban a apoyar más la influencia estadounidense que la influencia china, ahora le dan la bienvenida a China como modelo del orden global? No, no lo creo”.
Daly abogó por eludir la tentación de sacar conclusiones en “la tiranía del presente”. La promesa de Biden de renovar el liderazgo global de Washington, puntualizó, es una afirmación sobre la confiabilidad y la idoneidad de Estados Unidos, y Daly no cree que Estados Unidos deje de ser confiable para la OTAN, los aliados en Asia o Taiwán. Pero, insistió, la caída de Kabul si deja interrogantes sobre la idoneidad del país.
“Esto no fue repentino. Es cierto que la administración pensó que tenía más tiempo. Se equivocaron. ¿Es un fallo de la inteligencia militar, la CIA, la Casa Blanca o el servicio exterior? Es evidente que es un fracaso masivo. Pero también es cierto que no empezamos a sacar a la gente de manera inmediata y sistemática. ¿Por qué no se hizo tan pronto como el presidente Biden fijó la fecha límite del 11 de septiembre para la retirada? ¿Qué estaban haciendo, qué estaban esperando? ¿Por qué no fue una prioridad máxima?”, se preguntó. “Digamos que fue una falla de inteligencia. Igual deberíamos haber hecho eso de inmediato. Este es un golpe extremo a la competencia de Estados Unidos”, concluyó.
Hubo, durante la semana, interrogantes respecto del compromiso de Estados Unidos con la defensa de los derechos humanos en aras al futuro que le espera a los afganos –sobre todo, a las mujeres– si los talibanes reciclan el terrorífico régimen que gobernó con puño de hierro a Afganistán desde 1996 a 2001. Ken Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch, cree que las consecuencias para Estados Unidos serán más acotadas de lo que se estima ahora.
“Lo que muestra Afganistán es el límite de la intervención militar como estrategia principal para construir una democracia”, definió Roth a LA NACION. “Vimos el desastre de Irak y de Libia. Lo que hizo Biden es básicamente decir que 20 años son suficientes, y no hay razón para pensar que otro año u otros 20 de intervención militar construirán una democracia en Afganistán, y creo que tiene razón. Eso es todo. Esto no es un comentario más amplio sobre el apoyo de Estados Unidos a los derechos humanos o la democracia de otras formas más productivas”, agregó.
Roth dijo que la credibilidad de Estados Unidos tuvo un “enorme problema” con Trump que Biden ahora intenta resolver, y la retirada militar de Afganistán no cambia eso.
“La retirada se ejecutó mal. Debería haber sido previsible que el ejército afgano colapsaría y Biden podría haberse retirado más gradualmente. Pero esa es una crítica a la ejecución, no al compromiso o la política general que no afecta a la credibilidad de Estados Unidos de manera más amplia en el apoyo a los derechos humanos y la democracia”, definió.
Para Roth, el problema de Estados Unidos es de consistencia. “Si Trump pudo ganar en 2016, ¿cómo sabemos que no volverá a ganar? ¿O surgirá otra figura similar a Trump y romperá todos los compromisos de derechos humanos? Esa es una pregunta legítima”, indicó.
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