La mexicana Ceci Flores, creadora del colectivo Madres Buscadoras de Sonora, transformó su inmenso dolor en búsqueda y acción social, la BBC la distinguió como una de las 100 mujeres del año
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Si vivir la desaparición de un hijo es algo prácticamente insuperable, a Ceci Flores le tocó atravesar ese traumático dolor no una, sino tres veces.
Un macabro destino hizo que tres de sus hijos fueran desaparecidos en distintos momentos en México, un país dominado por esta tragedia y que este año superó, según el registro oficial, la cifra de 100.000 personas en paradero desconocido.
Aunque lo ocurrido dejó “una madre muerta en vida”, como ella misma se define, Flores no se quedó de brazos cruzados sino que decidió emprender la búsqueda de sus hijos a tiempo completo con sus propias manos.
Con un pico y una pala, se echó al monte a cavar y a buscar posibles restos de sus hijos. Uno de ellos fue liberado al poco tiempo, pero a los otros dos nunca los encontró. En su búsqueda, dio con cientos de otros desaparecidos en fosas clandestinas que permitió a sus familiares, al menos, cerrar con algo de dignidad el capítulo más doloroso de sus vidas. Presidenta fundadora del colectivo Madres Buscadoras de Sonora y de México, Flores compartió con BBC Mundo su historia tras haber sido incluida en el reconocido listado de 100 Mujeres de este 2022 de la BBC.
“Antes de que mis hijos desaparecieran yo me dedicaba a ser feliz. Pero hace siete años me cayó la desgracia y toda mi vida cambió. A mi primer esposo lo encontré con otra mujer hace casi 20 años y decidí irme de Sinaloa a Bahía de Kino, en Sonora. Fui madre soltera de mis seis hijos”, relata Flores.
“Me regalaron un terreno y allí fui poco a poco comprando madera y láminas para construir una casita. Muchas me las regalaban los vecinos y gente del barrio, que les daba lástima que yo tuviera tantos niños y no tuviera casa. Trabajaba mis ocho horas en una casa y cuando regresaba, en mi casa monté una pequeña tienda que luego fue un comedor. Con los años, conocí a un hombre que me propuso matrimonio y pasé a tener una vida muy bonita y feliz, como la que siempre había querido para mis hijos”, agrega.
“Pero en 2015, al mes de que mi hijo Alejandro se fuera a la ciudad de Los Mochis, en Sinaloa, lo secuestraron. Iba rumbo al trabajo junto a su jefe cuando se los llevaron. Él no le debía nada al cartel, mi hijo no se drogaba… Tenía 21 años. Ahí empezó mi pesadilla. Inmediatamente fui para allá y empezamos la búsqueda. Pagamos rescate por él hasta en tres ocasiones, pero no sirvió de nada. Lamentablemente, después de siete años, no hemos sabido nada de él”.
La segunda desaparición
Apenas estaba superando la desaparición de Alejandro, cuando en 2019 secuestraron en Sonora a otros dos de sus hijos: Marco Antonio, que tenía 32 años, junto a Jesús Adrián, de 15. “Llegó el cartel con camionetas con gente armada y se los llevaron”, rememora Flores.
“En ese momento, me quería volver loca de dolor y no concebía que tuviera que revivirlo todo. No podría describir lo terrible de esa experiencia. Yo le imploraba a Dios, pensaba que era una pesadilla de la que quería despertar”. describe con crudeza.
No obstante, emprendió una nueva búsqueda. “Se los llevaron a la 1 de la mañana y a las 4 yo ya estaba en el monte sentada esperando que amaneciera para buscarlos, porque era allí donde habíamos encontrado muchos cuerpos en la búsqueda de Alejandro”, comienza diciendo.
Acto seguido, su relato estremece aún más: “A los pocos días de su desaparición, tras hablar con muchas personas en la zona, supe quiénes lo habían hecho. Me metí en la casa de aquella persona que mandaba en ese cartel y le amenacé: ‘Si vos no me entregas a mis hijos, detrás de mi viene un cartel muy fuerte igual o peor que el tuyo, que van a matar a tu hija y toda tu familia para que sufras el infierno que sufro yo’, le dije. Creo que esa persona vio tanto odio y tanto coraje en mi mirada que tuvo miedo o lástima de mí, no lo sé. Le dije que tenía tres días para que aparecieran mis hijos con vida o su hija acabaría muerta. Es algo tremendo que obviamente jamás haría, pero es lo que me salió”.
“Al otro día me llamaron y me dijeron que me iban a dar mi regalo del Día de la Madre. En el lugar donde me citaron encontré a mi hijo más pequeño con vida, a Jesús Adrián. Ahí me devolvieron un poquito de mí, de mi vida, porque yo estaba muerta completamente y ya no sabía lo que hacía. Él me dijo que no desesperara, que estaba seguro de que su hermano también volvería con vida, pero que lo habían lastimado muchísimo y estaban esperando a que se recuperara. Pero después de casi cuatro años, mi hijo todavía no vuelve a casa y sigo alzando la voz por él”, afirma.
La interminable búsqueda en el monte
Pasado un año de la primera desaparición de Alejandro, las cosas comenzaron a complicarse aún más para Flores. “Mi esposo se cansó -relata-. Me dijo que si mi hijo estaba muerto yo debía de dejar de andar buscándolo, que estaba loca. Me dio a elegir entre los dos y le dije que jamás lo elegiría por encima de mi hijo, que no podía pedir que dejara de buscar a una parte de mi vida. Así que se fue y yo me quedé sola con todo esto”.
“Perdí a mis hijos, perdí mi matrimonio, perdí mi estabilidad, mi casa… Todo se me fue a la basura con la desaparición de mis dos hijos porque no me importó nada más que andar en el monte buscándolos. En aquel momento, cuando me entregaron a Jesús Adrián, pusimos el nombre del colectivo Madres Buscadoras de Sonora aunque luego pasó a ser de todo México, porque también buscamos en otros estados”, enfatiza.
Y agrega: “Al comenzar, seríamos apenas unas cinco o seis personas. En este momento somos más de dos mil mamás, aunque sé que conmigo están miles más a la espera de que pueda ayudar a sus hijos con nuestras búsquedas. Nos organizamos para hacer las búsquedas en el monte con nuestras manos, con nuestras propias herramientas. Allí nos ponemos a cavar sin descanso o buscamos cuerpos sobre la superficie. No hacemos público el lugar al que vamos a ir por seguridad. Solo avisamos a las autoridades para que nos puedan acompañar”.
En este tiempo el grupo encontró unos 1.500 cuerpos en fosas clandestinas y más de 1300 personas que fueron localizadas con vida en diferentes partes del país.
“Imagínate lo que eso supone para la familia. Yo me pongo en su lugar, que alguien me llame para decirme que mi hijo está ahí con ellos... Imagínate qué bendición, qué recompensa tan grande me daría Dios”, dice.
“Por eso -agrega-, cada día antes de acostarme, me pregunto por qué tengo tanto castigo, por qué he encontrado a miles de personas pero Dios todavía no me entrega a mis hijos”.
El papel de las autoridades
“Muchísima gente nos contacta cada día en busca de ayuda para localizar a sus desaparecidos. Incluso las autoridades, que deberían guiarnos a nosotros, nos han pedido información en algunas ocasiones. La verdad es que da mucha satisfacción pensar que la gente confía más en nosotros que, en ocasiones, en las propias autoridades. Por muchas personas que desaparezcan en México, nunca pensamos que nos puede pasar a nosotros. Yo misma jamás había prestado atención a las historias y casos de otras madres rastreadores antes de la desaparición de mis hijos. Sentía que estaba muy ocupada para ponerme a pensar en las necesidades de otras personas”. cuenta Flores.
“Lamentablemente, llegó el momento en el que yo me convertí en una de esas madres de desaparecidos. Compré mi primer pico y pala que se convirtieron en mis herramientas de trabajo para buscar en el monte a mis dos hijos desaparecidos. Dejé mi carro nuevo para comprar uno viejito con el que andar en terreno. Nunca pensé todo lo que iba a pasar, lo hice sin saber todo lo que esto iba a afectar a mi vida. Pero sigo luchando, tengo que seguir buscándolos”, afirma, decidida.
“Jamás pensé que iba a arrastrar a mis otros hijos, que tanto he luchado por protegerlos. Los convertí en activistas como yo, en luchadores sociales, cuando ellos tendrían que estar en la escuela, en sus casas con sus hijos… Y, lamentablemente por seguirme a mí, pues ahora mi hija mayor tiene también un colectivo de búsqueda en Los Mochis”, revela.
“El mayor obstáculo que enfrentamos en nuestra labor es la inactividad, la pasividad y la burocracia por parte de las autoridades en la búsqueda de desaparecidos. En este tiempo me he sentido sola por su falta de apoyo. Que este año se hayan superado las 100.000 desapariciones oficialmente en México demuestra el nulo trabajo que han hecho las autoridades. Si existiera de verdad la seguridad que va pregonando por ahí el gobierno, ¿creen que iba a haber tantos desaparecidos?”, se pregunta.
Amenazas y apremios
Tanto Flores, como otros miembros del grupo que encabeza, han recibido muchas amenazas en este último tiempo. “Me llamaron por teléfono desde la cárcel para decirme que estaban ofreciendo 50.000 pesos (US$2.530) por mi cabeza. Yo les dije que no, que valgo más. Lo hice en forma de broma, pero sí, me da miedo...”, confiesa. Sin embargo, enseguida asegura que su mayor miedo es no volver a ver a sus hijos.
“Lo que queremos es poder encontrar a nuestros hijos y que puedan descansar en un lugar digno. Uno de los peores momentos que viví en estos años de búsqueda fue cuando el cartel me encañonó en 2019, cuando estábamos trabajando en unas fosas donde había más de 54 cuerpos. Preguntaron por mí y me dijeron que me tirara al suelo. Yo les dije que no, que si me iban a matar lo hicieran viendo la cara de una madre inocente. Entonces me empezaron a cuestionar por qué buscábamos allí, que si estaban desaparecidos era porque eran delincuentes o escoria de la sociedad y debíamos olvidarlos”, rememora.
“Yo les respondí que, buenos o malos, una madre siempre iba a luchar por sus hijos, así fueran malandros, y los iba a buscar. Porque no tengo otra opción y el amor por mis hijos es más grande que el miedo. Yo creo que tanto les dije que los acabé sensibilizando. Me dijeron que me marchara y no volviera nunca. En ese momento estaba segura de que de ahí saldría muerta o desaparecida”, retrata.
Un lucha incesante
Flores asegura que en estos años también ha vivido momentos muy positivos. “Como cuando encontramos en la carretera a un joven que se llamaba Marco Antonio. Difundimos su imagen hasta que su familia lo reconoció tras años de no saber de él. Él no se acordaba de cómo había desaparecido, solo que un día salió a trabajar y la familia le perdió el rastro”, recopila.
“Fue una locura porque, hasta que su familia se reencontró con él, me lo llevé a mi casa. Antes lo llevé al mar. Se bajó de mi camioneta como un niño chiquito emocionado, corriendo, y se metió al agua aunque no sabía nadar. Lo cuidé como si fuera un niño cuyo sueño era ir a la playa, bañarse y chapotear. Fue muy bonito. La casualidad quiso que se llamara como mi hijo desaparecido, con edad parecida, y que era muy bueno y noble como él. En mi casa lo vestí con su ropa”, relata.
Y agrega: “Un día le compré una libreta y le dije que hiciera un dibujo de él, de su familia. Y entonces me hizo prácticamente el primer dibujo que mi hijo Marco Antonio me hizo cuando él estaba chiquito. Eso me causó mucho impacto. No sé si fue casualidad o el destino… Lo que me vino a la cabeza fue que mi hijo se había reencarnado en esa persona para darme paz”.
Flores todavía no puede creer que la hayan incluido en la lista de 100 Mujeres de la BBC: “Me dio mucha satisfacción y alegría ver que no solo en México están viendo la lucha que estamos haciendo, sino que está trascendiendo fuera, que estamos siendo reconocidas en otros países”.
Por último, concluye: “A quienes me dicen que abandone la búsqueda y que me olvide, les digo que tendrían que estar en mis zapatos para entender la magnitud del problema. ¿Cómo voy a dejar esa parte de mi vida? Hasta no tener un hijo desaparecido, no lo vas a entender. No pierdo la esperanza de que mis hijos van a volver algún día a casa, como sea. La esperanza de encontrarlos es lo que me mantiene de pie y caminando por todas las partes del país”.
*Por Marcos González Díaz
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