Lavado de cerebro, amenazas y presión psicológica: el drama de los niños ucranianos deportados por soldados rusos
A los 9 años, Iliya vio morir a su madre en sus brazos por las heridas de un bombardeo y luego fue trasladado al Donetsk; la lucha de su abuela por recuperarlo
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KIEV.- Iliya tiene 11 años. De grande quiere ser médico. “Quiero salvar vidas humanas y devolver el favor a la nación, que me salvó de los rusos”, dice.
Iliya se ha vuelto el símbolo de uno de los hechos más dramáticos de la guerra en Ucrania: la deportación forzosa de niños puesta en marcha en forma sistemática por Rusia desde incluso antes del comienzo de la invasión a gran escala del país. Se trata de un crimen de guerra por el que, en marzo pasado, la Corte Penal Internacional de La Haya emitió una orden de arresto contra el presidente ruso, Vladimir Putin, y contra su comisionada para los derechos del niño, Maria Alekseyevna Lvova-Belova.
Iliya fue uno de los primeros niños deportados por los rusos y luego recuperado por la oficina de Daria Herasymchuk, comisionada presidencial para los Derechos del Niño y la Rehabilitación Infantil de Ucrania.
De los 19.546 niños identificados con nombre y apellido y trasladados por fuerza a los territorios ocupados o a Rusia, hasta hoy su oficina pudo recuperar 386, luego de negociaciones hiper complejas, de las que no puede dar información.
“Cada caso es distinto y detrás hay una estrategia distinta”, apunta Herasymchuk, que destaca que en Rusia llaman esta deportación una “evacuación”. De hecho su homóloga rusa dijo recientemente que habían “evacuado” a 744.000 niños. “No sabemos de dónde sale esta cifra, Rusia exagera siempre, creemos que es menor y podría estar entre 200.000 y 300.000, pero el punto es que están minimizando un crimen de guerra y una política de genocidio de los niños ucranianos que, en verdad, comenzó en 2014, cuando los rusos comenzaron a deportarlos, a darlos en adopción a familias rusas y a cambiarles el pasaporte en el marco de la rusificación emprendida en las zonas ocupadas del sudeste”, denuncia.
En una reunión con medios latinoamericanos organizada por la ONG ucraniana Transatlantic Dialogue Center y con la ayuda de la Fundación internacional International Renaissance Foundatio, Herasymchuk precisó que los rusos utilizan diversas estratagemas para deportar niños. “Matan a los padres y deportan a sus hijos; detienen a sus padres y deportan a sus chicos; provocan situaciones invivibles en poblados bombardeados y ocupados -sin luz, calefacción, agua, comida-, por lo que convencen a los padres a mandar a sus niños a campus de dos o tres semanas en Rusia para que se tomen vacaciones, sin decirles que no volverán más; los sacan de orfanatos blanco de bombardeos; y en las zonas ocupadas hay médicos que les hacen controles y a niños sanos les encuentras falsas enfermedades terribles por las que tienen que irse a Rusia a curarse”, explica.
“A todos los niños que logran apresar les hacen un lavado de cerebro, los amenazan, les hacen presión psicológica y les dicen que sus padres los abandonaron y que van a crecer en Rusia. A los rusos no les importa que, en verdad, estos chicos tienen padres o parientes, les dicen que Ucrania no existe y que cuando sean grandes van a ser soldados rusos y van a ir a combatir a sus padres en Ucrania”, detalla.
Su oficina ha creado un portal que se llama “Niños de la guerra” en el que da información minuto a minuto acerca de este drama, pone las fotos de los niños desaparecidos y recopila las historias, trágicas, de los 386 niños que ha logrado recuperar en este año y medio de guerra.
La dramática historia de Iliya
Iliya es uno de ellos. Como su situación psicológica se lo permite, según Herasymchuk, el chico aparece ante los periodistas y cuenta asépticamente su terrible experiencia.
Su mamá murió en sus brazos el 21 de marzo de 2022, cuando tenía 9 años. Ambos se encontraban en un refugio, esperando poder escapar a través de un corredor humanitario. Estaban abrazados, en medio del frío, la oscuridad, el hambre y el fragor de los bombardeos sobre Mariupol, la ciudad mártir del sur de Ucrania, arrasada por los rusos. Los dos ya estaban heridos por esquirlas de un misil: su mamá, en forma más grave en la cabeza y él, en una pierna.
Luego de morir, su mamá fue enterrada por vecinos en un patio. Y cuando llegaron los soldados rusos, se lo llevaron a Iliya en una camilla hasta un hospital de Donetsk, en el Donbass ocupado. “Entonces yo les dije que tenía parientes, mi abuela, pero ellos decían que me querían mandar a Rusia cuando me recuperara de mi herida en la pierna, que al principio me querían amputar, pero que después me operaron”, cuenta Iliya. “Estando internado, me obligaban a hablar o escribir en ruso, aunque yo toda la vida lo había hecho en ucraniano. Ellos sólo quieren inculcar el ruso para volvernos zombies”, acusa.
Su abuela, Olena, llora al contar cómo los rusos mataron a su única hija y cómo logró recuperar a su nieto Iliya (que tras dar su testimonio es acompañado a otro lugar). “En esos días había perdido comunicación, no había comunicación. Yo ya había decidido irme de Mariupol en 2017 porque ya había problemas. Estaba desesperada, en el último contacto mi hija me dijo que estaban vivos y esperando salir por un corredor humanitario. Pero el 26 de marzo mi otro hijo, que vive en Austria, me mandó un video de un noticiero ruso en el que se veía a Iliya herido en un hospital y decían que su mamá había muerto en un bombardeo”, cuenta.
“Yo tenía miedo y estaba destrozada porque habían matado a mi hija, pero cuando vi al nene en la tele, recuperé fuerzas y empecé a pensar en cómo sacarlo de Donetsk”, relata. Fue entonces que se puso en contacto con la oficina de Herasymchuk que la ayudó a recuperar al niño.
“Ellos ya le habían preparado los documentos, ya estaban por llevárselo para que fuera adoptado en Rusia, pero logramos evitarlo”, dice Olena, suspirando. Cuando finalmente pudo ir a buscar a su nieto, hubo un momento lleno de emoción. “Iliya no lo podía creer, estaba muy perdido, nos abrazamos fuerte y empezamos a llorar. Cuando pudimos cruzar a Ucrania, sentimos alivio”, relata. “¿Por qué un chico tiene que vivir algo así?”, se pregunta, gesticulando.
Genocidio
“Los rusos tienen una sola meta, el genocidio”, contesta Herasymchuk. “Esto no se puede explicar de ninguna otra manera. Lo peor es que no hay ningún sistema de seguridad global en el mundo que pueda impedir este crimen de guerra. Hay muchas teorías, leyes, organizaciones, pero en la práctica no funcionan”, asegura, al destacar que es bienvenida la ayuda de cualquier organización o país en este punto, sobre el cual, como es sabido, colaboran especialmente el papa Francisco y el Vaticano.
“Los ucranianos no somos víctimas, somos defensores de nuestra tierra y vamos a mover cielo y tierra para que cada niño deportado vuelva a su hogar. Superman siempre tiene ayudantes y los ucranianos necesitamos ayudantes”, afirma Herasymchuk, una mujer fuerte y determinada, que revela que es madre de un niño discapacitado.
“Ahora trabajamos para que esto nunca vuelva a pasar en ningún lado. No sólo no queremos que haya más niños deportados, sino queremos cuidar de todos los niños. Los rusos han matado a casi 500 niños -muchos que estaban con sus padres, en auto, escapando, han herido a más de 1000, 13 niños han sido sexualmente abusados… Pueden ser cifras, pero para los ucranianos es un dolor inmenso. Y no tenemos tiempo ni para llorar ni para bajar los brazos”.
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