Esta es la solución al conflicto entre israelíes y palestinos, y los que protestan en los campus no forman parte de ella
El autor se define como un pragmático a ultranza que sostiene que la única solución justa y realizable es que haya dos Estados para dos pueblos autóctonos
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NUEVA YORK.- Últimamente lectores me vienen preguntando, y me pregunto incluso yo mismo, qué pienso de las protestas universitarias en reclamo del fin de la guerra en la Franja de Gaza. Cualquiera que lea mis columnas sabe que desde el 7 de octubre me he centrado en lo que ocurre en Medio Oriente, pero el fenómeno de la protesta de los estudiantes ha crecido tanto que es imposible ignorarlo. Para ser breve: todo este tema me parece muy preocupante, porque el mensaje que predomina en muchos carteles y en los discursos más encendidos niega verdades cruciales de qué inició esta guerra y de lo que hace falta para que su conclusión sea sostenible en el tiempo.
Mi problema no es que las protestas en general sean “antisemitas”: en lo personal, no usaría ese término para describirlas, y de hecho, como judío, me pone profundamente incómodo la manera indiscriminada en que meten el antisemitismo en la cuestión palestino-israelí. Mi problema, en realidad, es que soy un pragmático a ultranza que vivió en Beirut y Jerusalén, a quien le importan las personas de todos los bandos, y que la principal enseñanza que sacó de sus décadas en la región es que la única solución justa y realizable para este problema es que haya dos Estados para dos pueblos autóctonos.
Los que apoyen eso, sin importar su religión, nacionalidad o inclinación política, son parte de la solución. Los que no estén de acuerdo, son parte del problema.
Y por todo lo que he leído y escuchado sobre las protestas, queda claro que han pasado a ser parte del problema, y por tres razones claves.
Primero, prácticamente todas reclaman que Israel deje su reprochable asesinato de civiles palestinos en su lucha contra los combatientes de Hamas, pero nada dicen de la vergonzosa violación que hizo Hamas del alto el fuego que existía hasta el 7 de octubre.
Esa mañana, Hamas lanzó una invasión en la que mataron a padres israelíes delante de sus hijos y a los hijos delante de sus padres —algo documentado en imágenes de video—, violaron mujeres israelíes, y secuestraron o asesinaron a todo aquel que lograban agarrar, fuesen bebés o ancianos enfermos.
Por supuesto que uno igual puede horrorizarse, y con razón, de la respuesta de Israel, que bombardeó todo en su camino y de una manera tan desproporcionada que miles de niños gazatíes murieron o quedaron huérfanos. Pero quien se niegue a reconocer que fue Hamas el que desató todo esto, es alguien que ya tomó partido y que sigue echando leña al fuego.
Al perdonarle la vida a Hamas, las protestas cargan tanto las tintas sobre Israel que algunos de los estudiantes hasta cuestionan su propia existencia, mientras que el criminal proceder de Hamas pasa como una encomiable aventura de descolonización.
En segundo lugar, cuando la gente grita consignas como “Liberen a Palestina” o “Desde el río hasta el mar”, lo que piden básicamente es la eliminación del Estado de Israel, y no la solución de dos Estados. Están diciendo que el pueblo judío no tiene derecho a la autodeterminación y a defenderse. Ni pienso eso de los judíos, ni pienso eso de los palestinos.
Creo firmemente en una solución de dos Estados donde Israel, a cambio de garantías de seguridad, se retire de Cisjordania, la Franja de Gaza y los sectores árabes de Jerusalén Oriental, y creo en un Estado palestino desmilitarizado que se comprometa con el principio de dos Estados para dos pueblos en esos territorios ocupados en 1967.
La tercera razón por la que estas protestas se han convertido en parte del problema es que ignoran la opinión de muchos palestinos de Gaza, que aborrecen la autocracia de Hamas. Y lo que enfurece a esos palestinos es precisamente lo que estas manifestaciones estudiantiles ignoran: Hamas lanzó esta guerra sin la aprobación de los gazatíes y sin prepararlos para brutal respuesta israelí que seguramente vendría. De hecho, un funcionario de Hamas dijo al comienzo de la guerra que sus túneles eran sólo para los combatientes, no para civiles.
Nada de esto disculpa en lo más mínimo a Israel por sus excesos, pero insisto: fue Hamas el que extendió la invitación.
Falta de pensamiento crítico
Mi opinión es que Hamas estaba dispuesto a sacrificar a miles de civiles para ganarse el apoyo de la próxima generación global en TikTok. Y le funcionó. Pero una de las razones por las que funcionó responde a la falta de pensamiento crítico de muchos miembros de esa generación, resultado de una cultura universitaria demasiado centrada en qué pensar y no en cómo pensar…
Recomiendo encarecidamente algunos artículos sobre la furia de los gazatíes con Hamas por iniciar esta guerra sin ningún objetivo en mente más que la tarea infructuosa de intentar destruir a Israel para que el líder de Hamas, Yahya Sinwar, tuviera su venganza personal.
Me llamó especialmente la atención un artículo publicado el diario The National de Abu Dhabi y escrito por Ahmed Fouad Alkhatib, un palestino estadounidense criado en Gaza. Se titula: “Perdí a 33 miembros de mi familia en esta guerra con Israel, pero es vital manifestarse contra Hamas”. Alkhatib sitúa el ataque del 7 de octubre en el contexto del aumento de las protestas contra un gobierno inepto y autócrata que venían estallando periódicamente en Gaza desde 2019 bajo la consigna “Queremos vivir”.
Alkhatib, analista político y miembro de alto rango del Consejo Atlántico, dice: “Como crecí en Gaza, viví el ascenso al poder de Hamas y su gradual toma de control sobre la franja, la política y la sociedad palestinas, siempre escudados en un relato de resistencia, y fogoneando al extremismo para sabotear las perspectivas de una resolución pacífica del conflicto con Israel. Meses antes del 7 de octubre, decenas de miles de habitantes de Gaza salieron a las calles en franco desafío a Hamas, como ya había ocurrido en 2019 y 2017”.
Alkhatib agrega que el movimiento de protesta “Queremos vivir“ denunció las condiciones de vida y el desempleo en Gaza, así como la falta de un horizonte político que pudiera imprimir un cambio significativo en la realidad y las oportunidades de ese territorio.
El régimen de Hamas no era más que una empresa criminal y despótica que utilizaba Gaza como refugio para los miembros y cómplices del grupo y que convirtió a los palestinos en sujetos dependientes de la ayuda de la comunidad internacional, y Gaza en una “ciudadela de la resistencia” que era parte de una nefasta alianza regional con Irán”.
Un campus universitario con pensamiento crítico podría haber impartido una clase al aire libre sobre ese tema, y no sólo sobre la violencia de los colonos israelíes.
Lo que los palestinos y los israelíes más necesitan ahora no son gestos demostrativos de desinversión, sino gestos reales e impactantes de inversión, no la amenaza de una guerra más cruenta en Rafah, sino una manera de conseguir más socios para la paz.
Hay que invertir en grupos que promuevan el entendimiento árabe-judío, como las Iniciativas Abraham o el Fondo Nuevo Israel. Invertir en el desarrollo de capacidades de gestión para los palestinos en Cisjordania y Gaza, como la maravillosa red de Educación para el Empleo, o Anera, para ayudar a la nueva generación a asumir el control de la Autoridad Nacional Palestina y construir instituciones sólidas y no corruptas capaces de administrar un futuro Estado palestino.
No es momento para pensamientos excluyentes. Es momento para el pensamiento complejo y pragmático: ¿cómo llegamos a dos Estados-nación para dos pueblos autóctonos? Los que quieran que la cosa cambie, y no meramente dejar sentada su posición, que defiendan esto, trabajen por esto, le den la espalda a quien lo rechace y se abrace a quien lo defienda.
Traducción de Jaime Arrambide
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