Fue una semana intensa en el frente internacional de Jair Bolsonaro, no tuvo un solo día sin peleas con dirigentes de otros países. El lunes y martes, la victoria de Alberto Fernández lo llevó a advertir que la Argentina se convertirá en una nueva Venezuela si efectivamente el Frente de Todos triunfa en las elecciones presidenciales de octubre.
El miércoles fue el turno de Angela Merkel, a la que dedicó burlas e irónicos consejos por haber criticado su permisividad con la deforestación del Amazonas; el jueves le tocó a Noruega, por el mismo tema. Anteayer fue otra vez la ocasión de la Argentina: Bolsonaro se alineó con su ministro de Economía, Paulo Guedes, y dijo que, si bajo la conducción de Fernández, el país se cierra, entonces Brasil no abandonará el Mercosur.
En caso de que eso no haya sido suficiente, ayer apeló nuevamente a la injerencia electoral, o más bien religiosa-electoral: rogó a Dios que nuestro país sepa votar en octubre y "no retroceda". Esa sorprendente insistencia con la Argentina oculta razones que van más allá de la ligereza verbal de Bolsonaro para etiquetar a quien esté a su izquierda (prácticamente cualquiera) o de la certeza de que su defensa de Mauricio Macri no caló mucho ni en los votantes argentinos ni en el resultado de las PASO.
Detrás de esas advertencias sobre la Argentina, hay explicaciones políticas, económicas y diplomáticas. Contener a la izquierda brasileña, moldear un Mercosur más aperturista y cercar a Nicolás Maduro son tres ejes centrales de la admnistración Bolsonaro; una victoria de Fernández pondría en duda el éxito de todas ellas.
1. ¿Pueden Lula y el PT resurgir?
Una gran incógnita ronda el Planalto después del domingo pasado: ¿y si en Brasil pasara lo que ocurrió en la Argentina? Lula está encarcelado por corrupción, pero tal vez por poco tiempo más. Si bien el último sondeo de Datafolha muestra que el 58% de los brasileños creen que su prisión es justa, el 42% piensa exactamente lo contrario. Ese porcentaje puede ser una base para que el PT construya su regreso al poder. "[Bolsonaro] ataca los resultados electorales porque además que tener a un vecino populista a la vuelta de la esquina, el triunfo de Fernández representa mantener viva la ilusión del regreso de partidos de esa línea en Brasil, lo que es su peor pesadilla", dijo a LA NACION el analista brasileño Alberto Pfeifer.
La pesadilla sería incluso más grande si la izquierda retiene los gobiernos de Uruguay y Bolivia, también en octubre, y si el "correísmo" imita al kirchnerismo y vuelve al poder en 2021. El polo de la izquierda regional se habrá entonces reconfigurado.
Por ahora, el PT no parece haber recuperado la fuerza que el Frente de Todos desplegó el domingo. Pero Bolsonaro sí enfrenta un escenario similar al del Macri: su aprobación es baja y, pese a sus promesas, la economía brasileña se encamina a una nueva recesión. Ese panorama, sumado a la disolución de los partidos de centro, puede perfilar la resurrección de la izquierda, aun manchada como está por la corrupción.
Bolsonaro tiene más de tres años de mandato por delante, tiempo suficiente para cosechar victorias pero también para que la izquierda se rehabilite. Por eso el presidente no deja oportunidad posible de agitar fantasmas sobre qué significaría la llegada de Fernández a la Casa Rosada.
Para alejar esos nubarrones, la alternativa más segura de Bolsonaro es revitalizar la economía. De allí la amenaza de copiar a Gran Bretaña y poner en marcha un Brexit propio, el "Braxit" del Mercosur.
2. ¿Crecer con o sin el Mercorsur?
Para Paulo Guedes, Chile es, además de la economía más exitosa de la región, el equivalente a la Suiza latinoamericana. Y su país debe seguir ese camino de apertura total al mundo. Sin embargo para él y su presidente, entre Brasil y ese sueño, se interponen el Mercosur y su imperfecta unión aduanera.
Chile tiene 26 acuerdos comerciales firmados con unos 50 países y un arancel promedio de 6% para los productos que importa. El Mercosur, en sus casi 30 años, alcanzó cinco tratos – el último con la Unión Europea–y su Arancel Externo Común (AEC) ronda, en promedio, el 12%. Grandes aficionados a las amenazas, Bolsonaro y su equipo llegaron al gobierno, el año pasado, con un ultimátum a sus socios del bloque: o se renegocian a la baja esas tarifas o Brasil, por lejos la economía más grande, se va.
En Macri, Bolsonaro encontró voluntad de bajar esas tarifas y hace unos meses el Planalto guardó su amenaza. Tuvo que desempolvarla la semana pasada, un poco para advertirle a Fernández que las políticas proteccionistas de Cristina Kirchner no tienen lugar en este Mercosur. Y otro poco para avisarle a los sectores brasileños vinculados a la Argentina que el "Braxit" no es una idea descabellada, menos aun si se forjan nuevos acuerdos de libre comercio.
Como en la advertencia a Fernández, el aviso interno no encontró una audiencia muy predispuesta; las críticas llovieron. La relación entre ambos países está en baja por el pobre desempeño de ambas economías: la corriente de comercio (exportaciones e importaciones) fue de 26.000 millones de dólares en 2018, 13.000 millones menos que en 2011. Sin embargo, ese volumen es inimaginablemente mayor que el intercambio previo al nacimiento del Mercosur y benefició a ambas economías.
Brasil tiene un PBI cuatro veces mayor que el argentino y grande es la tentación del gobierno de derecha de pensar que no necesita a su vecino del sur. Sin embargo, su economía sí sufriría si se fuera del Mercosur. Lo sabe el sector automotriz, que pena por el derrumbe de ventas por la recesión argentina. Le temen las panaderías brasileñas, conscientes de que sus precios sufrirían una inflación inmediata: el 50% del trigo que usan para sus productos es importado y proviene, casi en su totalidad, de la Argentina; sin Mercosur, esa importación estaría expuesta a tarifas. Brasil puede efectivamente salir del bloque. Pero para hacerlo, Bolsonaro deberá negociar hacia adentro y afuera de su país, sin un triunfo asegurado.
3. ¿Cómo acorralar a Maduro sin la Argentina?
Bolsonaro tampoco tiene éxito garantizado en su ambición de forzar la salida de Nicolás Maduro del poder venezolano sin la Argentina. Obviamente cuenta con el socio más influyente posible en esa embestida diplomática, que, de vez en cuando, es aderazada con insinuaciones militares. En esa ofensiva, Estados Unidos tiene a Bolsonaro como su aliado estratégico en la región.
Sin embargo, el Brasil de Bolsonaro necesita también de un partenaire de peso regional que contribuya a darle legitimidad y aliento diplomático a la misión de cercar al chavismo para detener a la gran tragedia humanitaria de Venezuela. Ese aliado fue hasta ahora la Argentina.
Con la salida del México de López Obrador del Grupo de Lima, la presión sobre Maduro perdió una pieza clave y la grieta regional se hizo evidente. La marcha de nuestro país profundizaría esa fractura y, fundamentalmente, daría aire a Maduro ya que ubicaría de un lado a dos de las cuatro potencias regionales –Brasil y Colombia– y del otro, a las dos restantes –México y la Argentina–.
Poco se sabe sobre cuál sería la postura de Fernández frente a Venezuela; por ahora solo habla el irrelegable antecedente de las gestiones kirchneristas. En cambio, sí se conoce qué piensa el candidato peronista sobre Bolsonaro; él no se quedó atrás en calificativos en su respuesta del lunes.
No siempre los presidentes argentinos y brasileños se llevaron personalmente bien. Pero desde que la democracia llegó al continente, ambos Estados afianzaron su relación con acuerdos, como el Mercosur o la cooperación nuclear, que sorprendieron al mundo y llevaron la vecindad más allá del determinismo geográfico. Fernández y Bolsonaro decidirán hasta dónde llegará esa tradición.
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