Las mismas voces, pero más agresivas
El problema de fondo en Cataluña sigue siendo el mismo que hace dos años: que quieren irse y que el gobierno central no acierta con la respuesta. La desgraciada novedad es la sistematización de la violencia.
Una violencia durísima. No vista. Inédita en la España democrática. Impensable la visión de ciudadanos de a pie que salen a la calle con casco si les toca atravesar una zona caliente.
Que eso ocurra en Barcelona, una de las principales ciudades del país y marca en Europa, no entra en lo razonable. Tampoco la espiral con que esa violencia se acelera.
Desde el lunes, cuando comenzaron los estallidos, cada día han ido un poco más allá. Un paso más. Y otro. Y otra frontera más en los enfrentamientos. La última, la necesidad de apelar al "cañón de agua". Un arma disuasoria antidisturbios que nunca se había usado hasta ahora en la España democrática.
¿Qué hará el gobierno del "moderado" Pedro Sánchez si esto sigue así? ¿Qué hará la oposición? De un lado el gobierno habla de mantener la cabeza serena y reducir las reacciones a lo necesario para no cometer errores que se conviertan en polvorín. "No ceder ante la exaltación", dice el presidente.
La oposición, en cambio, clama por "medidas". ¿Se saca de la calle a los violentos con medidas extremas? ¿O se enciende otra mecha?
Estas eran las preguntas que iban y venían mientras Barcelona ardía por quinta noche consecutiva.
De algún modo, Cataluña ya está hoy emocionalmente separada del resto de España. En ninguna otra región se vive lo que por allí ocurre a estas horas.
No hizo falta una declaración institucional: son las salvaguardas que, por estas horas, toma el resto de España para viajar allí lo que marca la diferencia.
Tras cinco días de protestas, el resto de España lo piensa antes de viajar. Ignora si conviene viajar por ruta o no. Tampoco tiene toda la certeza si se viaja en avión. Tampoco por tren. Y una vez que se llega, no se sabe si se puede salir del hotel. O, si se ha salido, a qué hora volver.
La imagen que se creó es que Cataluña tiene, al menos por estas horas, una frontera ilusoria. Que algo sucede a un lado de ese muro imaginario que del otro lado no ocurre. Hoy no es lo mismo viajar a Cataluña que desplazarse a Galicia, Extremadura o Andalucía.
Decisiones de ese tipo se empiezan a hacer públicas. El clásico entre el Barcelona y el Real Madrid se posterga. No hay garantías para jugar en el Camp Nou. Tampoco hubo Turandot en el Teatro Liceo. Cierran lugares públicos. Una vez más, la Sagrada Familia –con turistas que sacan entradas con semanas de anticipación– cerró las puertas.
Las embajadas de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña advierten de los riesgos de viajar a Barcelona. Cataluña hoy no es como el resto de España.
Hay quienes dentro del gobierno socialista empiezan a impacientarse ante la "moderación" de Sánchez
¿Cuándo se normaliza esto? ¿Cuánto dura? ¿Cuándo la vida vuelve a ser normal? Son preguntas que empiezan a escucharse en lo cotidiano. Algunos dicen que es cosa de días. Otros, que después de las elecciones de noviembre. Otros no están tan seguros.
En medio de esa tensión, más de medio millón de personas marcharon pacíficamente para pedir la "libertad" de sus dirigentes presos. La mecha con la que todo ardió. Están enojados con España. No quieren esa España. No quieren ser España. Y ese sigue siendo el fondo de la cuestión.
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