Las lecciones que deja el Reichstag
La cúpula vidriada de Norman Foster simboliza el espíritu de transparencia que anima al Congreso
BERLIN.- No era la primera vez que entraba en el Reichstag, pero sí la única hasta aquí en que lo haría acompañado por una autoridad con conocimientos suficientes para suscitarme algunas nuevas ideas.
El Reichstag, o Congreso alemán, ardió en llamas en la noche del 27 de febrero de 1933, ya en el gobierno de Hitler, y no volvió a funcionar en su vieja sede, actualizada como joya arquitectónica, hasta septiembre de 1999. Aún se discute si lo puso bajo fuego Marinus Van Luwe, un joven comunista holandés, que poco después del suceso sería ejecutado, o si Gšring, el futuro ministro de la Fuerza Aérea, que por entonces ocupaba la presidencia del Reichstag, facilitó a un grupo de facinerosos del Partido Nacional Socialista Alemán el ingreso furtivo por un túnel de calefacción desde sus oficinas, ubicadas en un edificio que todavía está en pie, calle por medio. Incluso, hay quienes dicen, contra las evidencias habidas de la existencia de diversos focos de incendio, que todo se produjo a raíz de un mero infortunio, un cortocircuito que contribuyó a profundizar la caída alemana en el delirio nazi y aceleró el estallido de la mayor tragedia mundial del siglo XX.
Aquel túnel ha sido cerrado, pero mientras observábamos lo que ha sido reconstruido de él como pieza de museo dentro del Reichstag modernizado por el gran arquitecto inglés sir Norman Foster, mi acompañante comentaba que la voluntad popular es invariablemente respetada en este ámbito parlamentario. Lo decía en el sentido de que si la mayoría no puede concurrir en alguna ocasión al recinto, por la razón que fuere, con todos sus miembros, la minoría dispone entonces de manera automática la incomparencia del número suficiente de sus propios diputados como para que al momento de votar se respeten las proporciones del quórum tal como ellas han quedado definidas desde las últimas elecciones.
Se comprenderá la perplejidad del señor Atiliano González-Péres, funcionario que, como visitante, me fue asignado por el Bundestag, que funciona en el Reichstag, cuando le referí un caso inversamente opuesto, el del infausto diputado trucho, con el cual el bloque de la mayoría de la Cámara de Diputados de la Argentina se aseguró, en una sesión de los años noventa, el quórum indispensable en la votación de un asunto que impulsaba el gobierno.
"¿Y la Corte Constitucional, qué hizo?", interrogó con alarma, sin saber hasta dónde llegan en la Argentina las competencias jurisdiccionales, por qué tribunales se expresan esas competencias y cómo se han encarnado las responsabilidades públicas de un tiempo a esta parte en el país.
Pero aun dando por descontado que no haya en adelante espacio para trampas más propias de antros de juego que de un Parlamento, esa comparación con las leyes internas del Bundestag deja una lección. Y es la de que las reglas, escritas o no, deben tender en lo posible a la previsibilidad de los resultados, a la neutralización, en nuestro caso, de la creatividad espontánea, cristalizada tantas veces en rutina, por las que suele abrirse paso la malhadada viveza criolla. Así pues, estamos.
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El Reichstag cuenta con una sala para rezar, que es también ámbito para la meditación, al que suelen concurrir, antes de las sesiones, entre veinte y treinta legisladores. Hay dos cruces, cuyas formas y contenido han sido configuradas con clavos, obra heterodoxa del artista Günther Uecker. Por pedido de los diputados se ha agregado al recinto una pequeña y más convencional cruz de madera.
Sólo para pensar, como ocurre con un recinto especial en el que hace años entramos en la Universidad de Berkeley, en California, y donde no se puede hablar ni llevar elemento alguno de lectura, o para el rezo o para ambas introspecciones, ¿no sería apropiado habilitar algún lugar en el edificio cuya entrada principal es Entre Ríos 51, en Buenos Aires? ¿No sería una invitación a la espiritualidad, incluso a la que estuviera desprovista de conciencia religiosa pero fuera por igual legítima?
El genio de Foster ha aunado a la arquitectura de piedras y cemento del viejo Reichstag el vidrio de la transparencia sugerente de que los actos del Congreso están para ser examinados por la opinión pública. Desde el recinto se observa cómo los ciudadanos recorren el Reichstagskupell, la famosa cúpula nueva, concebida por Foster, y en la cual está habilitado al público un restaurante que funciona no sólo para que se coma y se beba, sino también para que haya un símbolo vivo más de que se está en la casa que es de todo el pueblo alemán.
Cada diputado dispone de una partida presupuestaria para invitar por año a Berlín, a visitar el Reichstag, a cien ciudadanos de la respectiva comarca política, a quienes paga viaje y estadía.
Hay dos cámaras. Una, el Bundestag o Parlamento Federal, en la actualidad de 603 miembros que han sido elegidos por cuatro años según un sistema mixto de circunscripciones y régimen de representación proporcional. Los social demócratas, con el apoyo del partido Verde, cuentan con una leve minoría que hace posible su gobierno de base parlamentaria.
Otra, el Bundesrat, o Consejo Federal, en el que la representación está dada por los dieciséis Estados federados de la república y de acuerdo con la población de cada uno de ellos hasta un máximo de seis comisionados por lŠnder. Allí los demócratas cristianos, con sus aliados liberales, se encuentran hoy en mayoría, con la consiguiente expectativa de que puedan trabar algunas de las reformas del Estado que alienta el canciller Gerhard Schršder. Las facultades del Bundesrat están concentradas en las cuestiones concernientes al interés directo de los Estados que conforman la República Federal.
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En el Reichstag se vota, en principio, de pie o a mano alzada. El recuento por estimación, así se lo llama, lo realiza la presidencia con la ayuda de dos secretarios, que actúan en nombre de la mayoría y de la minoría. Cuatro o cinco veces al año el resultado puede ser tan reñido como para que haya controversias sobre cómo se computaron los números. En tal caso los legisladores salen del recinto -al cual concurren con relativa frecuencia en razón de las atribuciones significativas de las comisiones- y reingresan por puertas identificadas con alguna de las siguientes tres inscripciones: "Sí", "No", "Abstención".
En los sufragios nominales los diputados entregan a la presidencia una papeleta de color azul -color de la confiabilidad y la lealtad, según un código universal-, si lo hacen de manera positiva; roja -el color de la violencia y la negación-, si el voto es de oposición, y blanca, cuando se abstienen.
La interpelación a los ministros se realiza los miércoles. También en esto el formato aplicable es el de la previsibilidad. Los diputados tendrán derecho a formular dos preguntas cada uno, que habrán elevado por escrito el viernes anterior. Sin son preguntas complejas, podrán ser contestadas de la misma forma por los ministros. Los diputados están habilitados para plantear otros interrogantes en el curso de los debates.
El Reichstag renovado por el arquitecto Foster está enriquecido con aportes de grandes profesionales de los otros países aliados en la Segunda Guerra: Estados Unidos, Rusia y Francia. Unas cinco mil cajas de metal, concebidas por el francés Cristian Boltanski, recuerda, como memoria única, a todos los diputados electos desde la fundación de la república, en 1918, con especial indicación del nombre de los mártires del nazismo y una sola y elocuente caja negra, reservada a lo que fue la voz del nacional socialismo.
Más explícita y no menos conmovedora es la placa que en el patio del Ministerio de Defensa, donde fueron ejecutados, recuerda a quienes se complotaron para atentar contra la vida de Hitler el 20 de julio de 1944, entre ellos el coronel conde Claus von Stauffenberg, a cuyo cargo estuvo la explosión de la bomba que apenas produciría heridas leves en el dictador: "Ustedes no soportaron la vergüenza y se rebelaron en símbolo de arrepentimiento y sacrificio y dando la vida por la libertad, el derecho y el honor".
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