Se trata de los últimos vestigios de un proyecto masivo de recuperación de tierras del Imperio Azteca del siglo XIV que continúa alimentando a la gente de la Ciudad de México en la actualidad
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Era temprano en la mañana de un domingo y yo estaba en los Jardines Flotantes de Xochimilco, 28 km al sur del centro histórico de Ciudad de México. El interminable laberinto de canales y vías fluviales ya se estaba llenando de coloridas trajineras (embarcaciones típicas) repletas de visitantes de la capital mexicana.
Los vendedores ofrecían choclo a la parrilla y michelada (una bebida a base de cerveza, jugo de limón, chile, sal y salsas), mientras una banda llenaba el aire con música de mariachi.
Cientos de turistas llenan los canales de Xochimilco todos los fines de semana para disfrutar de una extravagante exhibición de sombreros, comida, música y arte. Sin embargo, mientras navegan entre las chinampas, o “jardines flotantes”, la mayoría permanece ajena al hecho de que están contemplando una antigua maravilla de la ingeniería.
Estas granjas insulares hechas por el hombre son los últimos vestigios de un proyecto masivo de recuperación de tierras del Imperio Azteca del siglo XIV que continúa alimentando a la gente de la Ciudad de México incluso hoy.
Tierra sobre agua
Cuando los aztecas llegaron al Valle de México en 1325, cuenta la leyenda que fueron recibidos por una vista inusual en el lago de Texcoco. Un águila con una serpiente en el pico estaba posada sobre un nopal en las orillas pantanosas del lago, exactamente como sus dioses habían profetizado sobre el lugar que los aztecas llamarían hogar. La tribu errante decidió establecerse y construir aquí su ciudad capital. La llamaron Tenochtitlan.
Tenochtitlan pronto se convirtió en una de las ciudades más poderosas de Mesoamérica, pero no sin encontrarse con una serie de problemas de construcción. Cuando los aztecas comenzaron a construir a orillas del lago Texcoco, se dieron cuenta de que no había suficiente tierra para expandirse. Había agua por todas partes. El paisaje lacustre del Valle de México estaba cubierto por cinco grandes lagos: Texcoco, Xaltocan, Zumpango, Chalco y Xochimilco, e islotes pantanosos muy pequeños.
Para resolver su crisis territorial, la evidencia arqueológica y las narraciones de los escritores coloniales españoles nos dicen que los aztecas idearon un plan genial: las chinampas. Construyeron artificialmente estas largas y estrechas franjas de tierra sobre lagos poco profundos apilando tierra sobre juncos y los elevaron a la altura requerida. Luego, las islas se anclaron al fondo del lago mediante una cerca de ahuejote, un sauce nativo.
Mientras que los aztecas construyeron el centro de la ciudad de Tenochtitlan conectando las islas existentes a través de puentes y pasarelas, en áreas más alejadas del centro de la ciudad, como la cuenca del lago Xochimilco, usaron chinampas para crear jardines flotantes que podrían usarse para la agricultura, la cría de animales, la caza y forrajeo. La ingeniosa técnica de cultivar en el agua permitió a los aztecas sostener su creciente imperio.
“[Las chinampas] no son solo una técnica agroecosistémica productiva y sostenible, sino que también son representativas de la cultura azteca y llevan el legado de los pueblos indígenas que nos enseñaron a relacionarnos con la naturaleza, ser parte de ella y convivir con ella”, explica Patricia Pérez-Belmont, fundadora de Transformaciones Sostenibles Umbela, una organización sin fines de lucro que crea soluciones innovadoras e inclusivas para los problemas ambientales de Ciudad de México.
Ciudad flotante
El resultado fue una ciudad flotante única en su tipo, distribuida en 13 kilómetros cuadrados, separada por canales y conectada por calzadas, habitada por más de 250.000 personas. Cuando los españoles llegaron a Tenochtitlan en el siglo XVI, quedaron perplejos al ver caminos que eran mitad de tierra y mitad de agua, granjas flotantes que estaban llenas de la generosidad de la naturaleza y canoas ágiles que podían transportar a cientos de personas.
Desafortunadamente, los españoles destruyeron Tenochtitlan y hoy se puede ver muy poco de la antigua metrópolis, aparte del mosaico de islas artificiales en los Jardines Flotantes de Xochimilco y algunas ruinas en el centro de la ciudad.
Las chinampas inscritas en el Patrimonio Mundial siguen siendo fecundas y ecológicamente viables incluso hoy. Estas granjas en islas artificiales forman uno de los sistemas agrícolas más productivos del mundo, ya que son increíblemente eficientes y autosuficientes. Esto se debe a que el suelo se enriquece continuamente con finos sedimentos del lago, restos de plantas y excrementos de animales.
Además, las cercas de ahuejote alrededor de cada isla previenen la erosión, protegen la chinampa contra el viento y las plagas y actúan como enrejados naturales para los cultivos de vid. A principios del siglo XVI, los chinamperos aztecas podían producir hasta siete cultivos diferentes en un año, lo que producía 13 veces más que la agricultura de secano.
Uso inteligente del agua
Sin embargo, el aspecto más innovador de las chinampas es el uso inteligente del agua. Estas islas angostas tiene un suelo poroso y rica materia orgánica, lo que les permite absorber el agua de los canales circundantes y retenerla durante un período más prolongado. Además, las capas de chinampa están diseñadas de manera que permiten que los cultivos de raíces profundas extraigan agua subterránea directamente y la utilicen según sus necesidades, aliviando así tener que usar un sistema de riego externo.
“Las chinampas son como esponjas gigantes; no es necesario regarlas, pero pueden ser productivas durante todo el año”, dice Lucio Usobiaga, fundador de Arca Tierra, una organización que trabaja en estrecha colaboración con los agricultores de Xochimilco para implementar prácticas de agricultura regenerativa.
Su equipo, junto con una red de agricultores locales, ha restaurado más de cinco hectáreas de chinampas de Xochimilco durante los últimos 12 años y está comprometido con la producción de alimentos sabrosos y de calidad mediante la implementación de tecnologías aztecas tradicionales, como la siembra en compañía, donde se cultivan juntas plantas mutuamente beneficiosas.
El ecosistema único de Xochimilco de islas-granjas artificiales y canales ricos en nutrientes también proporciona nichos ecológicos seguros para la fauna acuática endémica y migratoria. Las chinampas albergan casi el 2% de la biodiversidad del mundo, incluida la salamandra ajolote, en peligro crítico de extinción, un maravilloso anfibio que posee el superpoder genético para regenerar cada parte de su cuerpo.
Para los lugareños, las chinampas son una expresión de su identidad cultural, económica y social.
“Las chinampas son reverenciadas y veneradas en nuestra sociedad. A través de las chinampas no solo perpetuamos los saberes y tradiciones de nuestros abuelos sino que preservamos nuestra relación con la naturaleza que tiene varios siglos”, comenta Sonia Tapia, líder del equipo agrícola de Arca Tierra.
Caída en desgracia y apogeo
Sin embargo, la agricultura en chinampas tiene sus propios desafíos. Después de la conquista española de México en 1521 y la subsiguiente rápida urbanización, las chinampas cayeron en desgracia. En la segunda mitad del siglo XX, la Ciudad de México se expandió rápidamente y absorbió un porcentaje sustancial de las granjas flotantes de Xochimilco.
El golpe de gracia vino con el Plan Ecológico de Xochimilco en 1987, que trajo consigo la expropiación de 2.577 hectáreas de tierras agrícolas comunales y permitió un aumento en el uso urbano como la construcción de edificios, puentes y canchas de fútbol.
“Cuando la ciudad llegó a Xochimilco, alteró drásticamente la estructura y la funcionalidad de las chinampas”, dice Pérez-Belmont, y explica que muchas de las chinampas fueron tomadas por la ciudad o abandonadas.
Si bien los pequeños productores continuaron cultivando las islas restantes, la demanda de productos agrícolas de las chinampas disminuyó enormemente. La gente pasó a comprar alternativas más baratas en grandes mercados mayoristas que obtenían sus productos fuera de Ciudad de México. Si bien el turismo en los canales de Xochimilco trajo algunos ingresos adicionales, eso no fue suficiente para sostener a las familias de los chinamperos, quienes comenzaron a buscar mejores oportunidades de trabajo en el centro de la ciudad.
Las chinampas comenzaban a convertirse en un anacronismo, hasta que la pandemia de covid-19 golpeó en 2020. Con el cierre de fronteras y la interrupción de las cadenas de suministro, el mercado mayorista al aire libre más grande de Ciudad de México, la Central de Abasto, se paralizó. En un entorno pandémico, 20 millones de habitantes de Ciudad de México comenzaron a mirar hacia atrás, hacia donde sus antepasados habían obtenido sus alimentos: las chinampas.
Las chinampas estaban cerca del centro de Ciudad de México y eran cofres opulentos y saludables de productos frescos y sostenibles que esperaban ser utilizados. “La pandemia de covid-19 demostró cuán importantes pueden ser los agricultores locales y la agricultura comunitaria para crear un sistema alimentario más saludable y confiable”, señala Usobiaga.
Organizaciones locales como Arca Tierra desempeñaron un papel importante en la conexión de los chinamperos con clientes potenciales mediante la creación de portales en línea donde los consumidores podían pedir fácilmente verduras frescas, huevos de gallinas camperas y miel de chinampa. Chinamperos se puso en contacto con programas como Comidas Solidarias para proporcionar alimentos a pacientes, médicos y familias necesitadas durante la pandemia.
Su alta productividad y proximidad al centro de la ciudad, así como los claros beneficios para la salud de los alimentos cultivados localmente, más que duplicaron las ventas del negocio de las chinampas durante la pandemia y alentaron a los chinamperos a regresar, dando finalmente a estos antiguos jardines flotantes una nueva vida.
Setecientos años después de su construcción, las chinampas de Xochimilco una vez más alimentan y sostienen a Ciudad de México en tiempos inciertos y entornos desfavorables.
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