Las “guerreras” de Odessa que pusieron en pausa su vida para sumarse a la resistencia: “No les temo a los combates”
Elena es ama de casa y Yulia es contadora, pero ambas ahora arriesgan sus vidas para ayudar a los soldados en el frente y llevar asistencia a los civiles atrapados bajo fuego
ODESSA.- Elena tiene 55 años y es ama de casa. Yulia tiene 44 años y es contadora. Son las dos de Odessa -que hoy ha vuelto ser blanco de misiles rusos en muchos casos interceptados por el sistema de defensa-, no se conocen, pero tienen algo en común: son dos mujeres guerreras.
Aunque en verdad no combaten, forman parte de ese ejército de héroes y heroínas invisibles que suelen arriesgar a diario su vida para ayudar a los soldados del ejército y de las Fuerzas Territoriales de Defensa (FTD), que combaten contra el invasor ruso. Ambas esposas y madres, Elena y Yulia desde hace dos meses dejaron sus roles habituales del hogar o la oficina y se sumaron a esa resistencia ucraniana que ha sorprendido a todo el mundo. Una en forma independiente, la otra en el seno de las FTD, las dos se suben a sus camionetas y, pese al peligro, viajan hasta las diversas líneas del frente de combate del sur de Ucrania, al centro de la “operación especial” del Kremlin. Allí hay muerte, destrucción, misiles, fuego de artillería, golpes de mortero, bombas lanzadas por drones, pero ellas no tienen miedo. Y les llevan lo que haga falta a los civiles atrapados bajo fuego en diversos pueblos y ciudades, y a los militares que combaten en el frente, en trincheras y blindados: medicamentos, ayuda humanitaria, agua, comida, chalecos antibalas, visores nocturnos, bolsas de dormir, mantas, redes de camuflaje, uniformes, borceguíes, ropa para adultos y niños, pañales, latas.
Todo esto muestra a LA NACION Yulia a las cuatro de la tarde en lo que eran aulas de una escuela de Odessa que, desde que comenzó la guerra de Vladimir Putin, se ha transformado en un centro de voluntarios de las FDT. Mientras afuera no dejan de sonar las sirenas que, junto a las campanas de las iglesias, advierten de ataques aéreos, en un aula de la escuela donde bancos y pizarrones ahora sirven para otra cosa, hay voluntarios que preparan raciones de comida para llevar a los soldados desplegados en la región. Al mismo tiempo, van preparando los cargamentos que Yulia llevará en su próxima misión hasta la región del Donbass, en el este, el mayor epicentro de la batalla contra los rusos.
“Sí, es peligroso, la última vez estuve en la localidad de Popasna y en otras que no puedo revelar y seguramente da miedo. Pero es mejor no pensar en eso”, dice Yulia, de carácter determinado, pelo rubio y vincha en la cabeza, ropa deportiva y zapatillas.
Ir desde Odessa hasta el frente de la disputada región del Donbass, en el este, no es fácil. Hay que dar una vuelta larga, subir hasta la ciudad de Dnipro y después volver a bajar porque yendo hacia el este están los ocupantes rusos.
Una de las razones por la cuales Yulia se ha vuelto una guerrera, especialista en estas misiones peligrosas, es que su marido, Anatoly, de 43 años, también está en el frente. “Él es miembro del Batallón Azov”, revela, aludiendo al grupo paramilitar derechista tachado de neonazi antes de la guerra, pero ahora considerado heroico por su épica resistencia en la ciudad mártir de Mariupol.
Yulia enseguida aclara que su marido no se encuentra entre los miembros de esa milicia aún atrincherados en las entrañas de la tristemente célebre acería Azovstal, de Mariupol. “No puedo decir dónde está, pero no está allí... Se fue de Odessa el 24 de febrero, pero por suerte pude ir a visitarlo un par de veces en el frente”, cuenta, con los ojos que le brillan. “¿Si estoy orgullosa de él? ¡Claro!”, contesta esta mujer, que tiene un hijo de 14 años, Sasha y otro de 27, Vladimir. El mayor no está en el frente sino que trabaja como programador informático. “Los dos están en Odessa y cuando viajo en misión al frente, el más chico se queda en lo de parientes y no hace ningún problema. Entiende que sus padres no están porque hay una guerra”, dice.
Voluntaria independiente
La historia de Elena, que encuentro al mediodía, cuando acaba de volver de una misión a Mykolaiv, donde dejó un cargamento de ayuda, es distinta. “Cuando estalló la guerra quise enrolarme en las FDT, pero me rechazaron porque tengo 55 años y para ellos soy demasiado vieja. Y entonces decidí ponerme ayudar en forma independiente”, explica, sonriente y repleta de energía. Ella dejó atrás su rol de ama de casa y abuela -tiene dos hijas, la menor, Alexandra, de 20, que estudia en Toronto, y Ania; y tres nietos con edades que van desde año y medio a 14- y a bordo de su camioneta, comenzó a organizarse y a llevar, sola, comida, agua, medicinas y demás material humanitario a Mykolaiv. Una ciudad que ha sido objetivo de pesados bombardeos rusos, que queda 134 kilómetros al noreste de Odessa.
“Si hay una mujer al volante de un auto cargado con ayuda humanitaria es mucho más fácil pasar los checkpoints”, asegura Elena, de pelo castaño y corte carré, siempre sonriente, vestida también en forma deportiva y con una remera negra que dice “Ucrania”.
Ferviente amante de su país, Elena ostenta en su brazo izquierdo un tatuaje con el escudo de esta exrepública soviética, acompañado por una amapola. Cuando le pregunto qué significa para ella, se emociona. “Para mí es como una identificación: cuando por ejemplo viajo por Europa o por el mundo, como a mí me encanta mi país, me gusta que la gente sepa que yo soy de Ucrania”, explica.
Casada con un ingeniero que trabaja en una empresa de construcciones, ella tampoco tiene miedo de ir a sitios como Mykolaiv, bajo las bombas y sin agua desde hace semanas y de donde la Cruz Roja sigue evacuando a civiles vulnerables porque no hay tregua. “No, no tengo miedo de los combates. Es más, me dan más ganas de ir donde hay batalla y siento que me gustaría ayudar aún más de lo que puedo”, asegura.
“Vamos a ganar”
En momentos y lugares distintos y aunque no se conocen, Yulia y Elena reaccionan de la misma forma despectiva cuando les pregunto qué piensan de Putin.
Elena, que se agarra el cuello como para ahorcar a alguien, sin dar vueltas dice que “él tiene que morir, hay que cortarlo en pedacitos, se merece una muerte terrible”.
Yulia directamente contesta con un insulto muy utilizado en los últimos años y que incluso se ha vuelto la marca de una cerveza que Ucrania exporta a todo el mundo: “Putin es un cabeza de pene”, dispara.
Cuando les pregunto cuándo creen que podría terminar esta guerra, también contestan en forma parecida. “No se puede decir exactamente, todo el mundo quiere que termine ahora, pero probablemente harán falta dos meses más”, pronostica Elena.
Piensa parecido Yulia, que está contenta porque acaban de traerle desde el mecánico una camioneta nueva, que usará para ir al frente en la próxima misión hasta el Donbass y que dejará allá para los soldados.
“Rusia va a seguir bombardeando las ciudades ucranianas, va a seguir matando a civiles, seguirá mintiendo a toda la población de Rusia y al mundo diciendo que sólo está atacando objetivos militares, pero van a seguir golpeando y todavía más fuerte en los próximos días”, dice.
Como todos los ucranianos, finalmente, las dos están convencidas de que, más allá de las muertes y la destrucción, los enemigos serán derrotados, como concluye Yulia: “Creo que Ucrania va a tener la victoria sobre Rusia. No sé cuándo, quizás en un mes, quizás en seis meses o en un año... No sé cuánto tiempo hará falta, pero sé que vamos a ganar”.