Las escenas de guerra en Mykolaiv, la ciudad de Ucrania que hizo replegar a los rusos: “Creemos que están reforzando sus tropas”
Ubicada entre Odessa y Kherson, sufrió fuertes bombardeos en los últimos días, como el ataque a un edificio gubernamental que quedó con un agujero de siete pisos, pero todavía no se rinde; “Estamos viviendo como ratas, pero no nos queremos ir”, dijo un residente
MYKOLAIV.– “Tengo un mensaje para Rusia. Escriba, por favor. Quiero decirles a todas las mujeres de Rusia que no den más niños a luz, porque ellos traen la guerra aquí. Y que los ucranianos venceremos”.
Son las 11 de la mañana en Mykolaiv –una de las ciudades bajo ataque ruso donde ayer un misil destruyó y dejó un impresionante hueco en un edificio de nueve pisos que es sede de la gobernación– y Andri no oculta su rabia.
Con sesenta años y barba gris, este hombre, al frente de la lavandería del hospital municipal psiquiátrico, muestra cómo quedó destruido el pabellón donde trabajaba. “Tuve suerte porque me fui a otro trabajo que tengo y, media hora después, cayó la bomba”, dice. “No quedó nada ni de mi oficina, ni de las máquinas”, lamenta al señalar el lugar, donde hay un escenario de guerra.
En el suelo hay vidrios, ruinas de cemento, restos de muebles, techos desventrados, láminas, sillas, hierros retorcidos. Y a pocos metros, en el patio, un cráter impresionante. “Los rusos son unos bastardos, la bomba cayó en un lugar donde hay cincuenta personas enfermas... Por suerte no murió nadie porque estaban en otros edificios, pero hubo varios heridos”, denuncia.
Este ataque, que destruyó siete pabellones de un complejo de varios edificios de no más de dos pisos, ocurrió el 21 de marzo pasado. Y es un reflejo más de los crímenes de guerra cometidos desde el principio de esta invasión por las fuerzas de Vladimir Putin, que atacaron a más de 135 hospitales, según el Ministerio de Salud ucraniano. En la parte bombardeada se ven varios hombres trabajando para sacar los escombros y empezar de nuevo. También quedó dañado el techo de unas viviendas vecinas, donde, martillo en mano, dos hombres están intentando tapar con chapas los agujeros provocados por los fragmentos del proyectil.
🇺🇦 Siguen los ataques en Ucrania: un bombardeo ruso en Mykolaiv dejó un saldo de al menos nueve muertos y 100 heridos. @bettapique relató el panorama desde el lugar pic.twitter.com/I3hOkr79JI
— La Nación Más (@lanacionmas) March 30, 2022
“Uno trabaja toda la vida para construir una casa, para que después una estúpida guerra destruya todo”, comenta Pavel, que trabaja como mecánico y que ha llevado a la guardia del hospital a su esposa, Olga, a bordo de un viejo Lada de fabricación soviética. “Le agarró un ataque de pánico, estamos viviendo como ratas, en el subsuelo de nuestra casa, aterrados, desde el 24 de febrero, pero no nos queremos ir”, explica este hombre de 75 años, que está entre esa silenciosa mayoría que no se ha ido de Mykolaiv. Una ciudad clave, que hasta ahora ha logrado repeler los intentos del enemigo de ingresar y que, en los últimos días, hasta lo ha obligado a replegarse. De hecho, es normal escuchar el ruido seco de los golpes de artillería que disparan las fuerzas ucranianas contra el invasor, en la periferia norte.
"Le agarró un ataque de pánico, estamos viviendo como ratas, en el subsuelo de nuestra casa, aterrados, desde el 24 de febrero, pero no nos queremos ir"
Sólo si las fuerzas rusas logran tomar Mykolaiv –que antes de que Ucrania se independizara de la Unión Soviética, en 1991, se llamaba Nikolaiev, en honor a San Nicolás de Bari–, podrán luego conquistar la legendaria Odessa, el gran sueño de Putin. Si cayera Odessa, la perla del Mar Negro, Ucrania ya no tendría salida al mar, visto que la ciudad portuaria mártir de Mariupol, sobre el Mar de Azov, que ha sido devastada desde el aire en un 90%, ya casi no existe.
Para llegar a Mykolaiv, que también es una ciudad portuaria porque se levanta en la confluencia de dos ríos, el Bug y el Ingul, a 65 kilómetros del Mar Negro y a unos 150 kilómetros de Odessa, hacen falta desde allí unas dos horas de auto. En el camino, al margen de los ya habituales puntos de control donde se levantan barricadas de bloques de cemento, bolsas de arena, troncos, hay un ir y venir importante de vehículos militares. Se ven muchos camiones cisterna que evidentemente van a buscar más combustible, ambulancias militares y, yendo a contramano, columnas de autobuses amarillos que evacúan a refugiados, que salen sobre todo de Kherson, la única ciudad hasta ahora tomada por los rusos, que queda a tan sólo 60 kilómetros.
En un momento también se ve sobre un tanque ruso evidentemente conquistado, marcado en un costado con la tétrica “Z”, el símbolo de esta guerra insensata en el corazón de Europa.
El paisaje confirma el dicho de que Ucrania siempre fue el granero de Europa. Campos cultivados, molinos de viento para energía eólica, paneles solares, algunos viñedos, enormes silos.
Una ciudad que resiste
Desde el principio del viaje desde Odessa, resulta indispensable la acreditación de prensa otorgada por el Ministerio de Defensa porque estamos en una zona de combate. A 40 kilómetros de la ciudad, en un enésimo control de la acreditación, conmueve encontrarse con un alto oficial que habla idiomas y que, desde afuera de la ventanilla, al margen de agradecer el trabajo de los corresponsales de guerra, quiere transmitir un mensaje muy claro al mundo.
“Estamos aquí para proteger nuestro futuro, pero también su futuro. Porque nosotros también somos europeos, no somos rusos, no somos asiáticos, ni tártaros y estamos aquí para defender los valores europeos. Si nosotros no los defendemos, los rusos llegarán a sus casas”, advierte este oficial de Kiev llamado Vadim, de 47 años, que cuenta que su mujer y sus tres hijos se fueron a Estonia. “Necesitamos ayuda de sus países, necesitamos dinero, necesitamos armas y necesitaremos más dinero después de la guerra, porque deberemos reconstruir nuestro país”, agrega, al reclamar, asimismo, una zona de exclusión aérea, un pedido que la OTAN rechazó desde el principio por temor a una tercera guerra mundial.
Pese a estar en la mira de ataques rusos desde el comienzo de la guerra, hace cinco semanas, las fuerzas enemigas nunca pudieron ni sitiar, ni entrar en Mykolaiv, una ciudad donde rige un estricto toque de queda a partir de las 20 –quien sale puede ser arrestado como infiltrado– y donde a pesar de que han sido atacados diversos objetivos civiles en las últimas semanas, sorprende ver que aún hay vida. Aunque la municipalidad provee de autobuses a quienes quieren irse, no ha habido orden de evacuación. Se ven colas en los cajeros automáticos y en las farmacias, aún abiertas por turnos, y si bien casi todos los restaurantes, negocios, edificios, hoteles, se encuentran con sus ventanas tapiadas, no todos están cerrados. Tampoco hay escasez de medicinas o de alimentos en los supermercados –donde se encuentra de todo– y, salvo algunos cortes cuando hubo ataques, siguen funcionando los servicios esenciales como luz, gas y agua.
La brutalidad rusa, en un agujero de siete pisos
Pero se palpa el miedo de una población obligada a convivir con el estruendo de la artillería, de las sirenas y de los ataques desde hace cinco semanas. El pánico se apoderó de los vecinos sobre todo desde que ayer, pasadas las 8 de la mañana, los rusos intensificaron su ofensiva. Un cruento ataque con un misil lanzado desde el Mar Negro destruyó el edificio de nueve pisos de la región de Mykolaiv, dejando 9 muertos –cinco militares, tres policías y un civil– y 100 heridos. Y un pavoroso hueco de siete pisos de alto y cuatro ventanas de ancho en sus entrañas.
A las 15, acompañado por militares, un grupo de periodistas accede a los pies del edificio –un nuevo símbolo de la brutalidad rusa–, donde durante toda la mañana estuvieron trabajando bomberos para remover los escombros. Ahora muchos de ellos están descansando, con rostros llenos de polvo, sentados sobre la vereda, debajo de unos árboles secos por el invierno. Observan a una inmensa grúa que trabaja para terminar de demoler partes de paredes destrozadas y totalmente inestables que rodean el impresionante hueco. El edificio atacado se levantaba en la plaza principal de la ciudad –llena de historia ya que fue parte del Imperio ruso, luego fue ocupada por fuerzas alemanas y austro-húngaras y finalmente, soviéticas–, que ha sido vallada y es inaccesible. La onda expansiva ha dañado muchos edificios aledaños que ostentan vidrios rotos en mil pedazos y techos volados por el aire.
“No me importa el edificio, lo que es inaceptable es que haya habido víctimas y que los agresores rusos hayan atacado por enésima vez un objetivo civil. En el edificio, una estructura civil, no había militares, no había soldados, sino tan solo el personal de seguridad”, denuncia, pasado el mediodía, en una conferencia de prensa el gobernador de Mykolaiv, Vitaly Kim. Vestido con campera verde militar y zapatillas de marca, Kim, considerado uno de los personajes políticos más populares de Ucrania después del presidente, Volodimir Zelensky, acusa a los rusos de haber querido eliminarlo. De hecho, se salvó de milagro. Y pudo contarlo sólo porque llegó tarde a su oficina.
Kim, de 41 años, llega a la conferencia de prensa en un hotel de esta ciudad custodiado por militares armados hasta los dientes. Antes, sus colaboradores piden no retransmitir en directo el encuentro porque podría ser peligroso para todos. “Tengo la sensación de que somos escudos humanos”, comenta, irónico, un colega, a la espera de la llegada del gobernador.
Si bien es verdad que hasta ahora las fuerzas ucranianas, no solo las oficiales sino también las de Defensa territorial, han podido evitar el asalto del enemigo, en la conferencia de prensa Kim admite que “la situación es obstinadamente difícil y que en cualquier lugar puede haber peligro”. “Creemos que los rusos están reforzando sus tropas”, asegura el gobernador, que considera que las negociaciones en curso entre las dos partes en pugna dependerán de la situación militar. “Mejor resiste el ejército ucraniano, más exitosas serán las tratativas”, indica, al denunciar, por otro lado, que los rusos están saqueando la comida de muchos civiles e incluso robando la ayuda humanitaria.
Lo más crítico es la situación económica. “El problema más grande es el Mar Negro, que está minado y el 80% de la mercadería llega desde el mar”, apunta.
¿Cómo es el humor de la gente en la ciudad? “Nos hemos acostumbrado a la guerra... Como pueden ver, hay gente por las calles, el comercio sigue adelante”, comenta Kim, que ostenta esa misma energía y resiliencia que muestran desde el primer día todos los ucranianos. Y que suma su voz al reclamo cada vez más urgente de “cerrar ya el cielo” para no morir.