Las cosas se ponen muy feas, pero no es (aún) una Guerra Fría
Washington-.Rusia y Occidente siguen por el camino de una confrontación cada vez más peligrosa y sin salida a la vista. En las próximas semanas, los combates en el este deUcrania se intensificarán, y es muy probable que en septiembre, Estados Unidos y Europa apliquen sanciones aún más graves para la economía rusa. De todos modos, a pesar de la escalada de las tensiones, no estamos (aún) en una nueva Guerra Fría, y las razones principales son dos.
En primer lugar, a Estados Unidos y Europa nunca les importará tanto Ucrania como le importa a Rusia. Y lo que es más importante: Rusia no es la Unión Soviética. No tiene ni su atractivo ideológico, ni su poderío militar, ni su red de aliados extranjeros. Así de simple: Rusia no tiene capacidad de proyectar su poder a escala mundial.
Existe un desarrollo de los acontecimientos, sin embargo, que sí haría más factible una nueva forma de Guerra Fría. En el caso aún remoto de que China decida alinearse más estrechamente con Rusia, el riesgo de una confrontación de superpotencias aumentaría rápida y exponencialmente. Ya ampliaremos.
El conflicto de Rusia con Occidente por Ucrania se volverá todavía más peligroso. Sanciones más duras de parte de Europa y Estados Unidos no harán que Rusia cambie su postura respecto de Ucrania, porque Putin está decidido a que ese país siga dentro de la órbita rusa hasta convertirse, eventualmente, en una adición crucial para su "Unión Eurasiática", una alianza económica que ya incluye a Kazakhstán y Belarús. A Putin le gustaría que ese pacto comercial se convierta en una unión política y militar.
Para lograrlo, debe bloquear las intenciones de Ucrania de unirse a Europa, y sólo puede hacerlo generando suficiente inestabilidad interna y económica en Ucrania como para forzarla a reformar su Constitución para así otorgarles a los gobiernos regionales más injerencia en la política exterior y comercial ucraniana. A través de los aliados locales de Moscú en las provincias ucranianas de Donetsk y Luhansk, ese cambio le daría a Rusia el poder efectivo de vetar el sueño europeo de Kiev.
Más leña al fuego: el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, enfrenta fuertes presiones de sus aliados de Occidente y el centro de Ucrania para no dar un paso atrás en su enfrentamiento con los separatistas prorrusos y con su sponsor, Moscú. Las fuerzas del gobierno seguirían avanzando hacia el Este. Putin no puede permitir que las fuerzas ucranianas derroten definitivamente a los rebeldes, porque si Kiev logra reafirmar su dominio militar, los separatistas se verían empujados a cruzar la frontera hacia Rusia.
La ganadora de este conflicto es China. A medida que la escalada del conflicto en territorio ucraniano profundice la división entre Rusia y Occidente, Moscú se volcará más concluyentemente a Asia, en general, y hacia Pekín, en particular. En mayo, Rusia y China cerraron un histórico acuerdo gasífero a 30 años y por 400.000 millones de dólares que estaba congelado desde hace años. Putin se alzó con la victoria diplomática que quería, demostrándoles a norteamericanos y europeos que Rusia tiene otras opciones comerciales. China obtuvo el precio que quería por tener acceso a largo plazo a las reservas energéticas rusas, y seguirá regateando duramente en cada acuerdo comercial que negocie con Moscú.
Por el momento, China tratará de contener cualquier daño en sus relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea, sus dos principales socios comerciales. El ambicioso proceso de reforma económica de China la obliga a buscar la estabilidad internacional necesaria para que su crecimiento sea sostenido.
De todos modos, el acercamiento entre Pekín y Moscú seguirá siendo objeto de un cuidadoso seguimiento por parte de Occidente. A Pekín le importa poco y nada Ucrania, pero a los líderes chinos no les gustaría ver a Moscú arrinconado por Europa y Estados Unidos. El resentimiento de los chinos por las actitudes de Occidente alcanzarían para que Pekín se decida a ayudar a los rusos si los ve en apuros.
Un escenario aún más preocupante sería que el programa de reformas chino se desbarranque, generando suficiente malestar interno en China como para que Pekín decida elegir un enemigo externo y así encolumnar al pueblo chino detrás del gobierno.
El blanco más probable de una provocación china es Japón, aliado crucial de Estados Unidos. Esa acción podría provocar una respuesta de Washington que tense aún más las relaciones chino-norteamericanas, y justo en el peor momento. Pekín bien podría descubrir el valor estratégico de haber mejorado sus vínculos con Moscú en cuestiones de seguridad.
Una alianza formal entre China y Rusia seguirá siendo improbable por un buen tiempo: ninguno de los dos países puede permitirse darles la espalda completamente a las economías y los inversores occidentales.
China observa que la economía dependiente de las exportaciones de energía de Rusia está en decadencia, y aunque la agresiva postura de Moscú hacia Occidente puede ayudarlo a desequilibrar a Estados Unidos, también puede forzar a Pekín a tomar decisiones diplomáticas que preferiría evitar, al menos públicamente. De todos modos, esto podría cambiar a medida que China cambie, y los conflictos como el de Ucrania y los de los mares de China a veces cobran vida propia, generando alianzas de conveniencia que de otra forma tal vez no se hubiesen producido. Ése es un riesgo que merece ser seguido de cerca en los meses y años por venir.
El autor es presidente del Eurasia Group
Traducción de Jaime Arrambide
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