Las consecuencias de la “primavera árabe” de 2011, una advertencia para Siria
La caída de Bashar al-Assad evoca el recuerdo de los levantamientos en Egipto, Libia, Túnez y Yemen, y en todos esos casos la situación desembocó en guerra civil o el establecimiento de un gobierno autoritario. Los sirios esperan un destino mejor
- 6 minutos de lectura'
JERUSALÉN.- Cuando los manifestantes sirios empezaron a intentar derrocar al presidente Bashar al-Assad, en 2011, eran parte de una oleada revolucionaria conocida como la “primavera árabe” que se proponía barrer del poder a los líderes autoritarios en todo Medio Oriente.
Si bien los grupos opositores en algunos de esos países tuvieron un éxito inmediato, el levantamiento en Siria desembocó en una guerra civil de 13 años de duración, durante la cual perdieron la vida cientos de miles de personas, fueron desplazados millones de sirios, y el país quedó dividido en feudos en disputa.
Ahora, con la apabullante caída de al-Assad, los sirios finalmente pueden experimentar la misma alegría que hace más de una década sintieron sus vecinos de Egipto, Libia, Túnez y Yemen, los cuatro países árabes que más rápidamente eyectaron del poder a sus dictadores.
Sin embargo, si bien esos cuatro Estados árabes representaron un modelo de éxito revolucionario, el derrotero que siguieron desde la “primavera árabe” también es una advertencia.
En Egipto y Túnez, finalmente el poder fue ocupado por otro gobernante autoritario y todos los esfuerzos por construir una democracia pluralista se vieron frustrados. En Libia y Yemen, grupos de milicias rivales compitieron por el poder y todo desembocó en una guerra civil y en la partición de ambos países.
“La gente que ha logrado sobrevivir estos 13 años se merece disfrutar este momento antes de preocuparse por el futuro”, dice Alistair Burt, exministro del gobierno británico que ayudo a impulsar la política de su país hacia Medio Oriente durante la primavera árabe.
“Y al mismo tiempo, todos sabemos lo que pasó en la región después de 2011″, advierte Burt. “Hay que esperar lo mejor, pero prepararse para lo peor.”
Y la dinámica interna de Siria anticipa una transición del poder particularmente peleada. La agrupación Hayat Tahrir al-Sham (HTS), la alianza de rebeldes islamistas que lideró el avance relámpago sobre Damasco, es apenas uno de los numerosos grupos de oposición que rivalizan entre sí y que ahora deberán acordar la forma de gobernar Siria en la era post a-Assad.
Si bien HTS es actualmente el grupo más influyente, compite con otro grupo apoyado por Turquía en el norte de Siria, así como con una alianza laica liderada por los kurdos en el este de Siria y que cuenta con el apoyo de Estados Unidos. Y el sur del país está dominado por grupos rebeldes locales, incluidas las milicias lideradas por la minoría drusa, un desprendimiento del islam.
Antes afiliada a al-Qaeda, últimamente HTS ha intentado mostrarse como un movimiento moderado que quiere respetar los derechos de las muchas minorías que viven en Siria, entre ellos los cristianos, los drusos y los alauitas, la secta chiíta a la que pertenecía el clan al-Assad.
Según los analistas, al menos que HTS -un grupo que Estados Unidos clasifica como “organización terrorista”- cumpla con esas promesas, todo podría desembocar en una prolongación de la guerra civil, donde las milicias de las respectivas minorías se verían obligadas a defender sus regiones frente al nuevo gobierno central.
“No alcanza con decirle a la gente que puede estar tranquila: lo tienen que creer”, dice Burt. “Por eso es tan importante la actitud que tome HTS y todos los que en este momento tienen armas en las ciudades liberadas”.
Lo que dejaron otras revoluciones
Lo más previsible es que las potencias extranjeras que apoyan a distintos bandos del conflicto -Irán, Turquía, Rusia y Estados Unidos- , presionen para conservar su influencia en esta nueva era de Siria, lo que podría prolongar las disputas internas.
El papel y las intenciones de los exgenerales y jefes de seguridad de al-Assad tampoco están claros y todavía podrían jugar un papel decisivo en cualquier puja por el poder, como lo hicieron sus homólogos en los países cuyos líderes fueron derrocados en 2011-12.
En 2011, tras la caída de Hosni Mubarak en Egipto, la cúpula militar siguió controlando el ritmo de la transición política. Después de permitir el llamado a elecciones, en 2013 los militares volvieron al poder a través de un golpe popular que derrocó al gobierno de Mohamed Morsi, el primer presidente libremente elegido de Egipto. Morsi era islamista y con su gobierno de mano dura había enfurecido a muchos egipcios que terminaron perdiendo confianza en el proceso democrático.
En Libia también se celebraron elecciones tras el derrocamiento del coronel Muammar Khadafy, en 2011, pero tres años después estalló la guerra civil y el país sigue dividido desde entonces.
En Yemen, la salida del poder de Ali Abdullah Saleh, en 2012, también fue seguida de una guerra civil que hizo posible que los hutíes, un movimiento respaldado por Irán, se apoderara de la capital.
Durante años, Túnez fue el país más exitoso de la Primavera Árabe: tras la caída de Zine el-Abidine Ben Ali, celebró elecciones varias veces. Pero en 2021 Túnez volvió a una forma de gobierno personalista, cuando el presidente Kais Saied eliminó los controles a su poder y comenzó a acallar a los medios de comunicación, a socavar el Poder Judicial y a ejercer mayor control sobre las autoridades electorales.
Opciones
Dada la complejidad de la dinámica interna de Siria, algunos piensan que es más probable que la salida de Al-Assad profundice las grietas dejadas por los 13 años de guerra civil, en lugar de sanarlas. Para otros analistas, sin embargo, es precisamente por haber vivido esa larga guerra que los sirios puedan lograr lo que no ocurrió en Egipto y otros lugares.
Un efecto secundario de sufrir durante tantos años es que los sirios han tenido mucho más tiempo para prepararse para este momento y considerar cómo navegar la transición post-Assad, señala Sanam Vakil, directora del programa para Medio Oriente y África del Norte del instituto de investigación Chatham House, con sede en Londres.
“Lo que distingue a Siria de los demás países es eso”, dice Vakil. “Han aprendido mucho, se han movilizado, y hubo mucho activismo interno”.
Por ahora, sin embargo, muchos sirios prefieren disfrutar de la euforia por la salida de al-Assad.
Al-Assad encabezó un gobierno cruel que encarceló a cientos de miles de opositores en condiciones infrahumanas, en prisiones superpobladas donde miles fueron torturados y asesinados. Las fuerzas de al-Assad también arrojaron miles de bombas de barril sobre sus propios ciudadanos y gasearon a algunos de ellos con armas químicas.
Su negativa a renunciar al poder, en 2011, condujo a una sangrienta guerra civil que desplazó a millones de sirios, destruyó gran parte del país y dio lugar al surgimiento de grupos terroristas, como Estado Islámico.
“No importa lo que venga después, nada puede ser peor que el régimen de Bashar al-Assad”, dice Hashem Alsouki, un exfuncionario público sirio detenido y torturado al principio de la guerra, que luego se refugió con su familia en Europa.
“Sí, hay preocupación por el futuro”, agrega Alsouki. “Pero al mismo tiempo tengo fe en que superaremos esta etapa, porque el pueblo sirio ha aprendido mucho en estos 13 años”.
(Traducción de Jaime Arrambide)
Temas
Otras noticias de Siria
Más leídas de El Mundo
Fuerte dolor de cabeza. Lula da Silva fue operado de urgencia por una hemorragia intracraneal
Los 10 nombres. La revista Time publicó la lista de candidatos a la persona del año 2024
Tensión en el Golán. Israel busca asegurar un área estratégica de Medio Oriente: lanzó 300 ataques en Siria tras la caída de Al-Assad
Tras la caída de Al-Assad. Israel se adentró en territorio de Siria y atacó múltiples objetivos militares