Las celebraciones populares coparon las calles de una Brasilia militarizada
Miles de simpatizantes de Bolsonaro llegaron desde distintas ciudades de Brasil; unos 12.000 policías custodiaron los festejos
BRASILIA.- Como nunca antes para una asunción presidencial, en Brasilia las imágenes de fiesta democrática se conjugaron ayer con medidas de seguridad dignas de una ciudad que se preparó para la guerra.
Por un lado, baterías de misiles antiaéreos, helicópteros militares, tanquetas en puntos estratégicos, los principales edificios cercados por alambres de púas, 12.000 policías en las calles y francotiradores de las fuerzas de elite en las azoteas. Por otro, miles de personas alegres que descendieron sobre la Explanada de los Ministerios; en la entrada, vendedores ambulantes ofrecían todo tipo de merchandising, familias enteras se paraban a cantar el himno y se tomaban selfies con dos enormes muñecos inflables del hombre del momento: Jair Bolsonaro, a quien llaman "el mito".
"Vivimos un día histórico; los brasileños estamos recuperando nuestro país, renovamos nuestra esperanza de un futuro mejor, después de tantas decepciones con el Partido de los Trabajadores (PT). Bolsonaro representa mejor que nadie el cambio de cultura política que la mayoría queríamos", afirmó a LA NACION Tarcio Silva, 34, dueño de una óptica en Porteirinha, estado de Minas Gerais, quien condujo 900 km con su esposa, Débora, y sus hijos, Yago y María Antonia, para estar aquí "el día en que Brasil cambió de rumbo".
Como la familia Silva, muchos de los simpatizantes de Bolsonaro -o "bolsominions", como los han apodado- que llegaron ayer a Brasilia participaron por primera vez de una ceremonia de asunción presidencial. Resaltaron que solo ahora se sienten orgullosos de ser brasileños y confían en este excapitán del Ejército.
"Necesitamos que los valores de la familia y los principios religiosos vuelvan a regir nuestra sociedad. Que se le den oportunidades a la gente de bien que quiere trabajar y no a los bandidos y a los políticos que solo buscan enriquecerse mediante la corrupción. Si logramos eso, la economía sola empezará a crecer. Soy muy optimista", resaltó la ama de casa Sueli Neves, 53, de Catanduva, estado de San Pablo , fan de Sergio Moro, el exjuez de la operación anticorrupción Lava Jato que ahora será "superministro" de Justicia y Seguridad Pública.
El mal tiempo no acobardó a los miles de seguidores de Bolsonaro. Y tampoco a los vendedores ambulantes que instalaron numerosos puestos en los alrededores del ingreso al gran parque central brasiliense.
Allí ofrecían, por 40 reales, remeras de la selección de fútbol con el número 10 y el nombre del nuevo mandatario, con el escudo brasileño y la leyenda "Dios encima de todos, Brasil encima de todo", que fue lema de la campaña electoral; otras con el dibujo de la banda presidencial y hasta la conmemorativa camiseta manchada de sangre y la frase "Mi partido es Brasil", como la que el 6 de septiembre usaba el entonces candidato Bolsonaro cuando fue acuchillado durante una manifestación callejera en Juiz de Fora, Minas Gerais .
Debido al temor a un nuevo atentado contra su vida, las autoridades establecieron un impresionante operativo de seguridad. Se teme que Bolsonaro pueda ser blanco de las dos principales bandas narcotraficantes del país, el Primeiro Comando da Capital (PCC), originaria de San Pablo , y el Comando Vermelho (CV), de Río de Janeiro , que tienen mucho que perder con la política de mano dura y tolerancia cero que el nuevo mandatario propone.
Pero, en concreto, las únicas amenazas conocidas son las de un ignoto grupo llamado Maldición Ancestral, que ha usado internet para hacer declaraciones en contra de la vida de Bolsonaro y supuestamente estuvo detrás de un paquete bomba desactivado en Navidad al lado de una iglesia en las afueras de Brasilia.
Las medidas de seguridad fueron reforzadas al máximo, tanto en tierra como en el aire, con chequeos del público y restricciones sin precedente para la prensa que cubre el evento. Todas las calles del Plan Piloto, en el centro capitalino, fueron cerradas al tránsito y la Explanada de los Ministerios y la Plaza de los Tres Poderes, valladas.
"Es una payasada. Ni en la asunción del presidente de Estados Unidos se ve algo así. Esto parece Bagdad en plena guerra. ¿O será que ya nos tenemos que ir acostumbrando a vivir en un estado de sitio permanente con estos radicales en el poder?", se preguntó la ingeniera Danielle Félix, 31, mientras paseaba en bicicleta por una de las pocas avenidas abiertas.
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