Las aulas secretas para alumnas proliferan en Afganistán, e incluso algunos talibanes envían a sus hijas
Las aulas femeninas clandestinas proliferan por todo el país pese a las severas advertencias del líder de los islamistas
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KABUL.- Hace un año, el líder supremo talibán reflotó un política distintiva de su movimiento en la década de 1990 y prohibió la asistencia de las niñas afganas a la escuela secundaria.
El mullah Haibatullah Akhundzada se está enterando de que una cosa es emitir una fatwa -un edicto de la ley islámica- y otra cosa es aplicarla en un país que ha cambiado drásticamente desde que los talibanes estuvieron por última vez en el poder. El ermitaño líder ahora está bajo fuertes presiones, incluso dentro de su propio, para que revierta esa medida, un enfrentamiento que está saliendo a la luz con el inicio del nuevo año lectivo.
En una calle poco concurrida de Kabul, unas 40 chicas ingresan discretamente a una casa de dos habitaciones donde funciona una escuela clandestina. Muchas llegan hasta una hora antes para poder socializar con sus compañeras: desde que los talibanes volvieron al poder, hace 19 meses, están prácticamente confinadas en sus casas.
Yalda tiene 13 años y lleva la cabeza cubierta con la hiyab y barbijo sobre la cara. Solo deja ver sus brillantes ojos. La chica habla rápido y con frases cortas, intercaladas con breves instantes para tomar aire.
“Quiero estudiar ingeniería”, dice en inglés, un idioma que le encanta. “Voy a estudiar mucho para ser una buena ingeniera.”
Durante las dos décadas sin talibanes en el poder, la sociedad afgana cambió mucho. Las mujeres podían moverse libremente en las ciudades, se habían incorporado a la fuerza laboral y asistían a la escuela. El año pasado, cuando entró en vigor la fatwa de exclusión, había 1,1 millones de chicas afganas en la escuela secundaria, o sea la mitad de todas las jóvenes de entre 13 y 18 años que viven en zonas urbanas. Pero el talibán también cambió: durante esos años, muchos de sus miembros viajaron y vivieron fuera del país, por ejemplo en Pakistán, donde hombres y mujeres reciben educación formal.
Por eso ahora están proliferando escuelas secretas en todo Afganistán, que suelen funcionar en casas particulares. Aunque al ser descubiertas algunas tuvieron que cerrar y el mes pasado un docente fue arrestado brevemente en Kabul, muchas otras siguen funcionando a pesar del férreo control del talibán sobre la sociedad y el país.
De hecho, incluso algunos talibanes mandan a sus hijas a esas escuelas ilegales, y otras han mandado a sus familiares mujeres a estudiar al exterior, sobre todo a la vecina Pakistán.
Los ministros talibanes han viajado repetidamente a Kandahar, donde vive recluido el mullah Haibatullah, para presionarlo en privado para que revierta la medida. Según funcionarios talibanes y diplomáticos extranjeros, la última de esas tirantes reuniones fue este mismo mes.
De hecho, en las últimas semanas hasta asomaron chispazos públicos de ese enfrentamiento, algo inusual para un movimiento cuya mayor fortaleza ha sido mantenerse unido durante décadas en un país totalmente fracturado. En sus discursos, los miembros del gabinete afgano lanzaron indirectas que fueron interpretadas cómo críticas a la exclusión de las niñas de las escuelas.
“Así como ayer fuimos duros con nuestros enemigos, hoy somos suaves con nuestro pueblo”, dijo en febrero el ministro del interior afgano, Sirajuddin Haqqani, responsable de algunos de los ataques más letales durante la guerra. “Nuestra intención no es convertirnos en dictadores ni hacer que el pueblo sufra bajo nuestro gobierno.”
Tras el discurso de Haqqani, el vocero del gobierno dijo que cualquier crítica debía hacerse en privado.
En febrero, el ministro de defensa talibán, el mullah Yaqoob Mujahid, hizo comentarios que también fueron leídos como una crítica a esa política. “Siempre deberíamos escuchar las legítimas demandas de nuestro pueblo”, dijo Mujahid, hijo del gran mullah Mohammad Omar, fundador del movimiento talibán y emir de Afganistán entre 1996 y 2001.
Desde el palacio de gobierno de Kabul niegan divisiones en el movimiento y dicen que esos comentarios fueron malinterpretados.
El ministro de justicia, Abdul Hakim Sharayi, un hombre cercano al líder Haibatullah, reconoció en una entrevista que el gabinete se opuso a la interdicción de las niñas de las escuelas, y que hubieran preferido cambios graduales en el sistema educativo. Sharayi dijo que las razones de la prohibición emanan tanto de la ley islámica como de la cultura afgana, y agregó que los contenidos escolares debían ser purgados de elementos que no reflejaran los valores islámicos.
“No estamos en contra de la educación”, dijo Sharayi. “Pero los norteamericanos no solo nos invadieron militarmente, sino que también fue una invasión ideológica. Lo que querían era modificar nuestra cultura y destruir moralmente nuestra sociedad.”
Una organización rígida
El talibán es una organización jerárquica rígida, y las restricciones son impuestas desde arriba por el mullah Haibatullah, un ideólogo de más de 70 años que desde que el grupo llegó al poder no se ha vuelto a mostrar en público. El mullah ha ido consolidando gradualmente su control sobre el talibán, y sus edictos o “fatwas” son una forma de demostrar su poder, según los conocedores de la historia de la agrupación.
Pero las órdenes del líder no han sido obedecidas por completo. En zonas del norte del país, la población se negó al cierre de las escuelas secundarias para niñas, y en aparente connivencia con los funcionarios talibanes locales, las escuelas siguieron funcionando. Y el edicto de exclusión de mujeres de la universidad fue “cajoneado” por el gabinete nacional durante meses, antes de anunciarlo finalmente en diciembre.
Además, el servicio de inteligencia talibán no parece demasiado enfocado en cerrar las escuelas clandestinas, dice una mujer de 25 años que ayudó a organizar varias de ellas. Según cuenta, en una de las escuelas se presentaron un par de hombres con aspecto de agentes de inteligencia, pero no tomaron medidas.
En la escuela secreta de Kabul, las chicas se sientan sobre las alfombras que cubren el piso y prestan atención mientras la maestra dibuja un termómetro en el pizarrón. La docente les explica que los números pueden ser tanto positivos como negativos.
Yalda suele levantar la mano para responder a las preguntas de matemáticas antes que otras niñas mayores. Para limitar el riesgo, las clases duran solo una hora y media al día, y las chicas de todas las edades de escuela secundaria reciben la misma lección.
“Es horrible no poder decidir sobre mi propio futuro”, dice Yalda después de clase.
Su maestra viste un abrigo largo, una hiyab de lana alrededor de la cabeza, y recuerda que era apenas una adolescente en la década de 1990, cuando los talibanes tomaron el poder por primera vez y la obligaron a abandonar la escuela. Su familia la empujó a un matrimonio temprano. Ahora, entre las alumnas de su clase está su propia hija, que sufre la misma prohibición 30 años después.
“Si dejamos de enseñar y de aprender, es lo mismo que estar muertos, y yo quiero vivir”, dijo la docente, que retomó la escuela cuando ya era adulta adulto y los talibanes no estaban más en el poder. “Si esto es un crimen, yo quiero cometerlo.”
La presión internacional para revertir la prohibición también va en aumento, a diferencia de la década de 1990, cuando el régimen talibán estaba completamente aislado y no tenía nada que perder. Pero ahora Afganistán recibe enormes cantidades de ayuda financiera y humanitaria del extranjero, que continuó incluso después del regreso del movimiento talibán al poder.
La ONU quiere reunir 4600 millones de dólares -su mayor pedido de recaudación de fondos-, para destinarlos a los dos tercios de la población afgana que se encuentra en situación de emergencia, incluidos 21 millones de mujeres y niños. El año pasado solo logró reunir el 60% de lo que pidió, y Estados Unidos fue el mayor aportante.
“Es muy difícil lograr que los donantes aporten más dinero cuando en Afganistán pasan estas cosas”, dice Ramiz Alakbarov, jefe de la misión humanitaria de la ONU para Afganistán, en referencia a la discriminación de género. “La situación es desesperante. Las mujeres y niñas de Afganistán no se merecen esto”.
Por Saeed Shah
The Wall Street Journal
(Traducción de Jaime Arrambide)
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