Laboratorios de la nueva normalidad: así es la vida en las ciudades sin restricciones por Covid
En Dinamarca, Israel y la mayor parte de Estados Unidos ya se eliminó el uso de barbijos
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COPENHAGUE/TEL AVIV/NUEVA YORK.- El elevado ritmo de vacunación le ha permitido a varios países eliminar las restricciones poco a poco con la normalidad en el horizonte. Dinamarca, Israel y la mayor parte de Estados Unidos están entre los países que más han avanzado con este tipo de medidas. Así es el día a día en sus ciudades más pobladas.
Copenhague: amanece sin mascarilla
Faltan unos minutos para las nueve de la mañana y ya hay cola en el centro de pruebas de detección de Covid de Frue Plads 2, una plaza peatonal del centro histórico de Copenhague. A esas horas hay que esperar unos 10 minutos para un test de antígenos. Es gratis, sin prescripción médica, sin cita previa y hasta un extranjero que pase por allí puede hacerse uno aunque no resida en el país. “Sí, sí, seguro que no hay que pagar y no hace falta pasaporte, solo un celular para recibir el resultado”, informa una empleada del Autoridad Danesa de Salud. Tres universitarias conversan fuera de la carpa blanca en la que se realizan las pruebas. “Venimos una o dos veces a la semana como prevención”, cuenta una de ellas, Karen Lind Jensen, de 20 años y estudiante de Magisterio. “Teníamos muchas ganas de ver a la gente de clase, de volver a la normalidad”, afirma.
Dinamarca empezó a reabrir entre marzo y abril los centros educativos, museos, tiendas no esenciales y establecimientos de ocio y restauración, cerrados desde diciembre para lidiar con la segunda ola. La apertura se ha acelerado en junio gracias a la realización masiva de test, tanto PCR como antígenos en 672 centros del país, que junto con la vacunación han ayudado a esquivar una tercera ola. “En un día se han llegado a hacer 300.000 pruebas en una población de casi seis millones; lo normal es que un ciudadano se haga test dos veces a la semana”, explica por teléfono Soren Riis Paludan, profesor del Instituto de Biomedicina de la Universidad de Aarhus. Dinamarca es uno de los países menos afectados por Covid en Europa, con 290.000 contagios y 2500 muertes desde el inicio de la pandemia.
Frente a la librería Arnold Busck de la calle Kobmagergade, la gente pasea sin barbijo pasadas las diez de la mañana, lo que no supone una gran novedad en Dinamarca, ya que como en el resto de nórdicos, nunca ha sido obligatoria en exteriores. Pero lo que sí es nuevo es que desde esta semana tampoco hay que llevarla en el interior del establecimiento, ni en ninguna tienda, ni centro comercial. “Después de tanto tiempo usándola una se lleva la mano a la boca de vez en cuando pensando que está haciendo algo mal”, comenta Monica Hansom, empleada de la librería. Sus cuatro hijos tampoco llevan mascarilla en el colegio, pero “les hacen un test todos los lunes” en la escuela.
La vuelta escalonada al trabajo presencial se detecta en algunas calles por la mayor cantidad de bicicletas aparcadas frente a las oficinas. Sidsel Bregnhoi Hyldig es experta en temas de propiedad intelectual en Flying Tiger, la firma danesa de complementos de hogar y regalos, y acude a la sede de la empresa algunos días a la semana. “Empezamos a venir en marzo, pero solo voluntariamente y algunas horas; echaba de menos al equipo, el ambiente y la cultura que se comparten”, cuenta. A partir de mediados de junio las empresas privadas pueden dejar que sus empleados estén hasta un 50% de la jornada en la oficina, y se prevé llegar al 100% en agosto. Por supuesto, nadie lleva barbijo.
Para comprobar que, salvo casos puntuales, no se utilizan barbijos basta dar un paseo al final de la mañana por el centro comercial de Frederiksberg, en un barrio residencial. En la entrada se ofrece gel hidroalcohólico y se recomienda mantener la distancia, pero nada de cubrirse la boca. “Es mejor que venga a comprar solo”, se recomienda en un cartel.
En el subte se ve rápidamente la primera excepción a la regla de no más barbijos: sí hay que usarlas en el transporte público (no son obligatorias, sin embargo, cuando se va sentado). La segunda excepción se encuentra en los restaurantes: imposible comer en el interior sin enseñar el Coronapas, un salvoconducto que se lleva en el celular y acredita que su portador ha sido vacunado, ha dado negativo en un test en las últimas 72 horas o ha pasado la enfermedad en los últimos seis meses. Esta herramienta se utilizaba hasta hace poco en otros lugares, como gimnasios y peluquerías, pero poco a poco se va a ir eliminando.
Sí era necesario el pase, o un documento equivalente, para entrar el jueves en el Parken Stadion y asistir al partido que enfrentó a Dinamarca y Bélgica en una Eurocopa pendiente desde al año pasado por el Covid. Alrededor de 25.000 personas estuvieron presentes. Sin duda una señal inequívoca de nueva normalidad.
Jerusalén: víspera de sabbat a cara descubierta
La tarde del viernes de Jerusalén ha vuelto a ser como antes de la pandemia y todos vuelven a mirarse a la cara, sin mascarillas obligatorias desde el pasado martes tanto en el exterior como en lugares cerrados. La vida se acelera en una aparente cámara rápida antes de que llegue el atardecer y comience el sabbat, la jornada sagrada judía que paraliza las actividades cotidianas.
Poco después del mediodía, los clientes salen cargados con bolsas de los grandes almacenes Mashbir en la plaza de Sión, corazón comercial de la ciudad. Una mujer de mediana edad que prefiere no identificarse es la única que aún porta el cubrebocas. “Es por precaución ¿sabe?”, se justifica a la carrera.
En la cercana parada de tranvía de Jaffa Central, Maya Sholokov, estudiante de psicología de 23 años, espera vestida con un tutú rosa y la parte superior de un biquini del mismo color. “Vengo de la Marcha de las Putas”, explica mientras un joven ultraortodoxo, también sin mascarilla, la mira de soslayo al abordar el convoy. Centenares de mujeres se acaban de manifestar contra la cultura de violencia machista hacia las mujeres que las juzga y condena por su forma de vestir, en un movimiento de protesta global desde hace una década.
Cerca del 60% de los 9,3 millones de israelíes están vacunados con la pauta completa de Pfizer-BioNTech y otro 10% ha superado el Covid-19 y está también inmunizado. El Ministerio de Sanidad israelí ha comenzado a vacunar recientemente a los menores de 16 años, el 30% restante de la población, en el tramo de 12 a 15 años. Hace más de dos meses que apenas se registran nuevos contagios.
El tranvía sigue su recorrido con todos los viajeros a cara descubierta hasta el tradicional mercado Mahane Yehuda. Los religiosos se apresuran a hacer las últimas compras antes del sabbat y los laicos apuran las primeras cervezas del fin de semana en los bares que jalonan la estructura metálica cubierta. Algunos de los escasos recién llegados —solo algunos pequeños grupos de turistas han sido admitidos, todavía como experiencia piloto— llevan aún la mascarilla. “En realidad, éramos pocos los que nos cubríamos antes, esto es casi como un espacio abierto, je, je”, confiesa Moshe Levy, de 58 años, que vende frutas desde hace tres decenios en el Mahane Yehuda y ahora se ve rodeado de puestos de comida y bebida. “Si me ponen un buen cheque encima del mostrador yo también me largo”, reconoce.
El pasillo central del mercado es un río humano. Las autoridades sanitarias recomiendan mantener en lo posible la separación física y evitar el contacto personal, con gestos como estrecharse la mano. Así saluda a sus clientes mientras limpia un lomo del salmón y exhibe una sonrisa franca Nir Zerav, de 31 años, a cargo de la pescadería David. “Desde que se levantó la obligación de la mascarilla hace dos meses los contagios han descendido hasta casi desaparecer”, refiere este aficionado a los remedios naturistas. “Estamos convencidos de haber superado la pandemia”, afirma al tiempo que se dispone a cerrar su local, antes de que el ulular de la sirena de alarma antiaérea marque el inicio del sabbat.
Desde dos semanas atrás ya no es necesario el pase verde, el certificado digital de vacunación que ha servido como salvoconducto para restaurantes y espacios de ocio o deportivos. Ahora son accesibles para todos y sin necesidad de cubrirse la boca. El martes, cuando se suprimieron las últimas restricciones generales por la pandemia, la media diaria de nuevos casos de covid-19 era cero, en medio de la opinión general de que Israel ha alcanzado un estadio equivalente a la inmunidad de rebaño.
El jueves se produjo un leve repunte, por debajo de la decena de casos, todos leves. “Era de esperar”, admitió ese mismo día un médico del hospital Hadassah de Ein Keren, en las afueras de Jerusalén. Junto a las residencias para mayores, los centros sanitarios siguen siendo los únicos lugares cerrados donde es todavía exigible el uso de mascarilla.
Es una libertad de la que por ahora solo gozan los israelíes. El país continúa cerrado a cal y canto para los no residentes, salvo contadas excepciones que exigen someterse a una cuarentena de hasta 14 días a los viajeros y superar una batería de sucesivas pruebas PCR. Solo a partir de julio Israel se planteará abrir la puerta a visitantes vacunados que hayan superado una prueba serológica que confirme la presencia de anticuerpos. Hasta nueva orden, en los aviones habrá que seguir viajando con la boca tapada.
Nueva York: el desvelo de la ciudad que nunca duerme
La nueva normalidad en la vida nocturna de Nueva York, esa ciudad que supuestamente nunca duerme, era un hecho consumado antes de que el gobernador del Estado, Andrew Cuomo, anunciase esta semana el fin de las últimas restricciones para frenar la propagación del coronavirus gracias al avance de la vacunación (el 70% de los adultos ha recibido al menos una dosis). El 19 de mayo habían reabierto los penúltimos sectores; dos días antes lo había hecho el metro las 24 horas del día, tras meses de toque de queda durante la madrugada para labores de limpieza y desinfección. El buen tiempo y las horas de luz acompañan la reactivación y las terrazas de bares y restaurantes están a rebosar cualquier día de la semana. El sector de la restauración hace caja.
Pero los estragos que un año de pandemia han causado en el ocio nocturno son de tal calibre que algunos locales no prevén reabrir hasta septiembre. Es el caso de Electronic Room, una sala de música electrónica en el distrito de Meatpacking. “En estas dos manzanas hay cinco locales, entre clubes y discotecas. Sólo reabrirá Electronic Room, el resto ha cerrado”, explica Samantha Wam, relaciones públicas del hotel en cuyo sótano se ubica la sala. Wam, con mascarilla, atiende a los clientes que han reservado mesa para cenar en la exclusiva terraza del edificio. Todos, sin excepción, llevan tapabocas y hacen uso del gel sanitario. “Es potestad de los negocios mantener las medidas de seguridad que estimen convenientes, y nosotros hemos optado por la prudencia”, añade. “Obviamente, cuando llegan a la terraza pueden quitársela, pero no en las zonas comunes o en los ascensores”.
Discotecas que antes de la pandemia abrían a las cinco de la tarde todos los días de la semana, hoy lo hacen sólo los fines de semana, de manera que la vida nocturna habitual de la ciudad aún sigue alicaída en zonas antes famosas por su efervescencia. Broadway es el caso paradigmático, con sus teatros y zona de influencia ―pubs, clubes o discotecas―, cerrados hasta septiembre. Un paseo por Broadway el jueves por la noche retrotraía a las imágenes de la ciudad en suspenso de la pandemia. En comparación con la eclosión de otras zonas, Broadway parecía una foto fija.
En la puerta de Zona de Cuba, el jueves, incluso el portero se protege con mascarilla. El enorme local de ocio situado en el barrio del Bronx registra gran afluencia antes de la medianoche, en parte por el reclamo de su terraza con música en vivo. La mayoría de los clientes lleva mascarilla, “se requiere aún en las zonas de paso y los reservados; no así al aire libre, claro”, explica el empleado. Norma y Perlina aguardan con sus esposos, todos ellos embozados, para confirmar su reserva. “Yo no me la quito aunque ya lo permitan las autoridades, es una cuestión de prudencia”, explica Norma, que asegura no conocer el anuncio del gobernador Cuomo. “¿No te parece un poco imprudente? ¿Tal vez demasiado pronto?”, la interrumpe su amiga Perlina. ¿Y bailar salsa con mascarilla es una opción? “Hemos reservado en la terraza, junto a la pista”, bromea Norma.
En la decena de establecimientos de ocio visitados este miércoles y jueves, sólo un bar de copas en Upper West Side mostraba una apariencia de antigua normalidad… salvo por las mascarillas de los trabajadores. Un centenar de personas se concentraba en el interior del local ―como muchos otros en Nueva York, con las ventanas completamente abatidas― y unas 50 más en la terraza. Ningún cliente se cubría la boca, pero sí la decena de empleados. “Si el gobernador dice que se acabaron las restricciones, ¿Quiénes somos nosotros para llevarle la contraria? No podemos seguir limitándonos por miedo, hay que volver a vivir”, dice Ronney, que disfruta de la happy hour con un numeroso grupo de amigos. ¿No les da miedo esta promiscuidad, en interiores? “Somos jóvenes, y la noche lo es aún más”.
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