La vida en Israel después de la masacre de Hamas: niños sin clases, calles vacías y el temor a lo peor antes de un alto el fuego
Después del ataque, las escuelas y restaurantes cerraron, los estantes de los supermercados se vaciaron por una oleada de compras de pánico y el miedo se instaló como parte de la vida cotidiana; cómo impactó la noticia de la liberación de rehenes
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En las calles de Israel, el miedo y la incertidumbre circulan por todas partes. Desde que el grupo terrorista Hamas lanzó un ataque sorpresa el pasado 7 de octubre, que dejó 1200 muertos y más de 240 rehenes, y marcó el inicio de una guerra larga y sangrienta, la vida de muchos israelíes cambió por completo.
“Creo que hablo en nombre de la mayoría de los habitantes del país. Desde el 7 de octubre, fecha de nuestro segundo holocausto, no hubo un día sin un llanto de dolor y una gran pena difícil de condenar”, contó a LA NACION Carmit Elmadwe, una contadora de 44 años, que vive en la ciudad de Netanya con su marido y tres hijos. Según dice, desde entonces no logra conciliar el sueño, interrumpido todas las noches, y tiene miedo de salir a la calle.
Después del ataque, las escuelas cerraron, los restaurantes quedaron vacíos y los estantes de los supermercados se vaciaron por una oleada de compras de pánico, a medida que la invasión en Gaza por parte de las fuerzas israelíes se acentúa y los enfrentamientos con militantes de Hezbollah en la frontera del norte aumentan.
“Las calles están vacías. Los niños no merodean al mediodía. Los centros comerciales también están vacíos. Sólo se compra lo necesario”, agregó Carmit. Esta semana, por primera vez, sus hijos volvieron al colegio, pero ella trabaja desde su casa porque tiene miedo de que estén solos. “Es una sensación de auténtico desamparo”, contó. “Cuando hay un ruido inesperado, todos se miran sospechosamente. No se congrega mucha gente en un mismo lugar”.
Desde su fundación en 1948, Israel luchó en numerosas guerras con naciones árabes de la región y sus ciudadanos se acostumbraron a vivir en un ambiente hostil, aunque la seguridad que transmitía el aparato militar y de inteligencia del país era garantía para sentirse, de alguna forma, “protegidos”. Pero estas creencias se derrumbaron desde hace 46 días y ahora la única sensación que tienen es de desolación e inseguridad.
Aquel día, el del ataque, Carmit había celebrado Acción de Gracias con su familia que vive en el norte. A las seis de la mañana se despertaron con el ruido de los misiles. Al principio no entendían qué estaba pasando y entraron a Telegram para informarse, donde los mensajes de desesperación circulaban por todas partes. En ese momento se dieron cuenta de la magnitud del desastre: la gente pedía ayuda, los videos de cuerpos mutilados y secuestrados dejaron a la familia Emladwe en un estado de desconcierto y shock.
Volvió a su casa con miedo y por muchos días no salió. Aunque ella no fue atacada directamente por ningún misil, a Carmit le preocupa sobre todo su familia en el norte, donde Irán amenaza con derrotar de manera “aplastante” y “decisiva” a las tropas israelíes si siguen poniendo a prueba la capacidad militar de sus Fuerzas Armadas, según advirtió ayer el jefe del Ejército de Irán, Abdolrahim Musavi.
Además cuenta que hubo un cambio en la precaución. Por ejemplo, en cada barrio hay grupos de soporte que van casa por casa ofreciendo asistir y dar seguridad a los residentes
“Nuestros corazones están con las familias de los secuestrados”, dijo Carmit, quien reza todas las noches por los 240 rehenes que secuestró Hamas el día de la incursión. Aunque hoy sintió una gota de alivio porque Israel y Hamas alcanzaron un acuerdo para un alto al fuego de cuatro días acompañado de la liberación de decenas de rehenes capturados. Sobre este pacto, Carmit opinó que “es bueno pero es difícil” porque teme por la vida de los que no vuelvan a Israel en estos días.
Además, para ella hoy será un “día duro”: “Cada vez, antes del cese al fuego disparan muchos cohetes. Ya lo sabemos. Por eso no saldré”, concluyó.
Cerca de Gaza
Del otro lado del país, al sur de Tel Aviv y más cerca de la Franja de Gaza vive la hermanastra de Carmit, Maayan. Tiene tres hijos y afirma que en su pueblo llegan muchos misiles, que siempre que llegan tienen un minuto y medio para entrar en una zona protegida, y que desde que se desató esta guerra vive con un pánico constante: “No hay lugar seguro. Los misiles pueden llegar en cualquier momento. Los terroristas pueden infiltrarse en cualquier momento. La gente vive aquí con miedo al terrorismo”, dijo a LA NACION.
Según contó, después del 7 de octubre no salió de su casa durante tres semanas porque tenía miedo. En su pueblo las escuelas estuvieron cerradas las dos primeras semanas después del ataque, y ahora abrieron sólo media jornada. “Tenía miedo de enviar a los niños a la escuela, y sólo esta semana han vuelto a ir”, aclaró. Ahora su vida entera pasa por las redes sociales, donde intenta ser muy activa “porque después de hablar con amigos musulmanes de Israel y de todo el mundo, me di cuenta de que los medios árabes no publican todo lo que ocurre en ambos bandos”.
Maayan es consciente de las diferentes posturas que trajo esta guerra, por eso puntualizó en que “hay que entender que no es una guerra entre los ciudadanos, sino una guerra contra el terror”. De hecho, dijo que lamenta “los civiles inocentes muertos en Gaza”, que según el último balance del Ministerio de Salud local ya son 14.532. Además, se preocupa por sus amigos palestinos, que ya no pueden entrar a visitar ni trabajar en Israel.
Según cuenta, en Gaza ganan 50 NIS israelíes (13.46 dólares) por día de trabajo. Los gazatíes que entran en Israel llegan a ganar hasta diez veces más. Pero ahora trasladarse de una frontera a otra es un proyecto imposible.
Maayan tiene un amigo palestino que no está en Gaza sino en la región de Samaria (como los israelíes denominan a Cisjordania) que se negó a ser entrevistado porque según dice, “nadie se opone públicamente a Hamas” porque “podría poner a mí y a mi familia en peligro”. Pero Maayan habla con él a diario para asegurarse que esté bien.
“Puedo decirte cosas que él me dijo: que Hamas les arruinó la vida. Que tenían una buena vida y que podían ir a trabajar a Israel y ganar mucho dinero. Y ahora se acabó. Y nadie sabe si algún día podrán volver a trabajar en Israel. También es muy difícil porque somos buenos amigos y solíamos vernos mucho en su pueblo o en el nuestro en Israel”, contó.
A 10 minutos de la frontera con Gaza, en la ciudad de Ashkelon, vive Avishag Azulay, de 21 años. La conversación se interrumpe con el ruido de las alarmas porque en su ciudad caen misiles a cada rato. “Todo el tiempo tenemos alarmas porque hay misiles cayendo cerca nuestro. En mi barrio, todas las casas están destruidas. Cayó un misil cerca mío que me causó pánico y miedo” dijo.
Avishag vio cómo su ciudad se transformaba de un día para otro: ahora los bares y cafés están vacíos, en las calles nadie circula, en vez, la gente está encerrada, invadida por la angustia que causan los sonidos de las alarmas. Y todo lo que viene después.
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