La vida en Chennai, una ciudad sin agua: angustia, agotamiento y sudor
CHENNAI.- Cuando se acaba el agua, uno tiene que bañarse con las gotas que caen del aire acondicionado. Atrás quedó el lujo de la ducha nocturna después de una asfixiante jornada de verano. Y no bien los vecinos avisan que está llegando el camión cisterna con el agua, hay que bajar corriendo la escalera con baldes de plástico antes que se acabe.
Cada día, 15.000 camiones cisterna ingresan a la ciudad india de Chennai trayendo agua desde las zonas rurales. Por donde se mire, hay hileras de baldes y bidones plásticos de brillantes colores que esperan en las calles.
Así es la vida para los casi 5 millones de habitantes de Chennai, ciudad costera del sudeste de la India.
Las lluvias de la temporada de monzones del año pasado fueron excepcionalmente escasas, y para cuando llegó el verano con su humedad y su calor bochornoso, los cuatro grandes reservorios de agua de la ciudad ya estaban prácticamente vacíos.
La situación no es nueva. Hace años que Chennai tiene problemas con el agua, ya sea porque no llueve lo suficiente o porque llueve de más, y en esos casos la lluvia es tan copiosa que inunda las calles, antes de escurrirse lentamente hacia la Bahía de Bengala.
Pero el problema no es solo fruto de un capricho de la naturaleza, porque los que han desaparecido son los diversos lagos, lagunas y campos que antes absorbían el exceso de lluvia y que han sido rellenados para dar lugar a nuevas construcciones: la tierra es demasiado valiosa para dejarla ociosa.
En algunos barrios de Chennai, hasta se han agotado las napas freáticas, sobreexigidas por las perforaciones particulares de los vecinos, que durante años recurrieron a ellas como fuente regular de agua potable, sin dar tiempo a que se recuperaran ni guardarlas como reserva para tiempos de escasez.
Así que ahora en el hogar de Bhany Baskar casi no sale agua de la canilla. Si ese día no tiene que salir, Bhani prefiere saltearse la ducha cotidiana para dejarle el agua a sus hijos mayores, que trabajan en una oficina y no pueden ir sin bañarse.
"Es una verdadera incomodidad", dice Baskar, de 48 años, con una vergüenza difícil de disimular. "Es muy duro, y muy poco higiénico".
Preparativos
Chennai se preparó para esta crisis. La mayor parte del agua que consume anualmente la ciudad proviene de la corta e intensa temporada de monzones que arranca en octubre, y de los breves chaparrones de la pretemporada. El truco consiste en recolectar el agua que cae y reservarla para tiempos de escasez.
La ciudad exige que cada edificio recolecte el agua de lluvia que cae en sus techos y luego a la calle, pero eso no ha sido suficiente para frenar las inundaciones ni las sequías. Así que la ciudad gasta ingentes sumas de dinero un chupar agua de mar, procesarla en costosas plantas de desalinización, y así convertirla en agua potable que los vecinos pueden usar.
Sekhar Raghavan, de 72 años, que vivió toda la vida en Chennai y es uno de los más abiertos defensores de la recolección de agua de los techos, dice que ese proceso es absurdo.
"Algunos sabíamos que esta crisis llegaría", dice Sekhar. "Para nosotros, en Chennai, recolectar agua implica que cada gota de agua que cae o se usa debe volver al suelo".
Y también está el cambio climático, que no es culpable directo de la crisis de agua que atraviesa Chennai, pero que la agrava.
En la ciudad hace más calor que antes. Las temperaturas máximas promedio han subido 1,3°C desde 1950, según Roxy Mathew Koll, climatólogo del Instituto Indio de Meteorología Tropical. En una ciudad ya de por sí tropical –con temperaturas por encima de los 33°C y veranos extremadamente húmedos–, ese aumento implica que el agua se evapora más rápido que antes y que la demanda es mayor.
El origen de la crisis puede rastrearse hasta Velachery, barrio que lleva el nombre de uno de los muchos lagos de Chennai. El lago Velacheri supo ser profundo y extenso, pero hace 20 años, a medida que la ciudad se iba expandiendo, partes del lago fueron rellenadas para dar lugar a la construcción de viviendas particulares.
P. Jeevantham, de 60 años, fue uno de los primeros vecinos en mudarse a Velachery cuando el barrio se desarrolló. Jeevantham construyó un elegante edificio de departamentos de 3 pisos y maneja el pequeño almacén del local de planta baja.
Dice que cuando se mudó, la parte que quedaba del lago seguía siendo profunda y sus aguas muy limpias, pero eso no duró. Como el suministro de agua corriente de la ciudad se interrumpía con frecuencia, Jeevantham perforó un pozo para extraer agua del acuífero sobre el que se asienta la ciudad. Lo mismo hicieron sus vecinos del resto de la cuadra.
Actualmente, para satisfacer las necesidades de agua de su familia y de los inquilinos de sus otros cuatro departamentos, Jeevantham tiene que dejar prendido el motor durante 7 horas diarias. La bomba chupa agua a 24 metros de profundidad, drenando poco a poco el lago.
"El lago es una bendición de Dios", dice Jeevantham, maravillado. Pero ¿cuánto puede durar? Eso no lo sabe. "Tal vez cinco años más", dice riendo, un poco incómodo.
Actualmente, el lago es un oasis playo de agua color verdigris, cuyas orillas están invadidas de maleza y objetos desechados.
Cerca del centro de la ciudad, el agua subterránea casi ha desaparecido. Dev Anand, de 30 años, aún vive en el barrio de su infancia, en la zona de Anna Nagar. Durante gran parte de su vida, su familia dependió del servicio de agua corriente de la ciudad que salía de las canillas. Cuando esa agua empezó a escasear, los Anand empezaron a extraer agua de la napa. Este verano, su pozo se secó. Durante un par de semanas, un vecino les compartió su agua, hasta que ese pozo también se agotó. Ahora Dev depende de los camiones cisterna que envía la ciudad.
La ciudad dice que despacha más de 9000 camiones cisterna por día, a los que se suman otros 5000 de empresas privadas.
Frente a una de las plantas potabilizadoras de la ciudad, hay una hilera constante de gente que hace fila para abastecerse de agua de una canilla pública. Un conductor de mototaxi dice que viene todas las tardes con su mujer y sus dos hijos para cargar seis bidones. A su alrededor, otros hombres esperan en moto con un bidón colgado de cada manubrio.
Todos tienen sus trucos para ahorrar agua, como usar el agua de enjuague del arroz para luego lavar el pescado. O usar el agua sucia del lavado de los platos para regar las plantas. Y jamás de los jamases dejar una canilla abierta.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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