La victoria talibana, un regalo envenenado para los gobiernos islámicos
El ascenso del movimiento fundamentalista a la cumbre del poder afgano despertó más temores que esperanzas en los sectores afines de la región
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TÚNEZ.- La apabullante victoria de los talibanes en Afganistán suscitó todo tipo de reacciones en el mundo islámico, una región muy plural que incluye unos 50 países y más de 1500 millones de personas. La mayoría de los gobiernos reaccionó con cautela, y son pocos los dirigentes que lo celebraron sin tapujos.
Entre ellos están el primer ministro paquistaní, Imran Khan, que felicitó al pueblo afgano por liberarse de las “cadenas de la esclavitud”, y el movimiento fundamentalista Hamas, que celebró el final de la “ocupación” estadounidense en Afganistán.
Sin embargo, para todos ellos, incluso los que se alegran en privado, la victoria talibana es un regalo envenenado. Un ejemplo lo proporciona Irán. Su flamante presidente, Ibrahim Raisi, declaró que la “derrota” de Estados Unidos representa una oportunidad para hacer “revivir la vida, la seguridad y una paz duradera”.
Las relaciones entre los talibanes e Irán son complejas. Fundamentalistas sunitas, los talibanes cometieron numerosas atrocidades contra los chiitas, la religión oficial en Teherán. En la guerra civil de la década de 1990, Irán apoyó a la Alianza del Norte y los talibanes llegaron a asesinar a diplomáticos iraníes.
Sin embargo, el régimen iraní considera a Estados Unidos un enemigo más peligroso que los talibanes, porque busca su caída. Esto explicaría por qué los iraníes habrían estado financiando y adiestrando durante años la insurgencia talibana, según informes del Pentágono. La victoria de los talibanes no significa solo la constitución de un poder hostil en un país vecino, sino la llegada de millones de refugiados en un momento de extrema debilidad económica.
También en Arabia Saudita la entrada triunfal de los talibanes en Kabul suscitó sentimientos encontrados. Riad fue uno de los pocos países, junto con Pakistán, que reconoció el primer régimen talibán. Por su ideología ultraconservadora y sus lazos históricos, los sauditas tendrán ahora un aliado en Kabul.
A la vez, a Riad debería preocuparle el hipotético resurgimiento de Al-Qaeda, que fue huesped y aliada de los talibanes: el movimiento jihadista tiene entre sus principales objetivos hacer caer la casa de los Saud.
Santuario
Aunque Paquistán figura en muchos análisis como el mayor beneficiado del éxito de los talibanes, la realidad es más compleja. Ciertamente, Islamabad permitió que su territorio fuera un santuario para los talibanes, que se retiraban a Pakistán después de su ofensiva anual en primavera sin sufrir nunca el acoso de las autoridades, muy a pesar de Washington. Para Paquistán es clave contar con un aliado en su flanco occidental en su vieja lucha con el enemigo indio.
No obstante, para Islamabad, el ascenso del islamismo radical supone también un dolor de cabeza. Los Talibanes Paquistaníes, una organización hermana de los afganos, tiene como objetivo derrocar al gobierno paquistaní para proclamar un emirato islámico. Sin duda, los hechos de la última semana los reforzarán, y ahora serán ellos quienes tendrán un refugio al otro lado de la frontera. Además, Pakistán, recibirá el grueso de los refugiados afganos que abandonen el país, y sus maltrechas finanzas se resentirán.
Ni siquiera Hamas tiene demasiados motivos para celebrar nada. Afganistán es un país tan pobre (el 80% de su presupuesto eran ayudas internacionales), que no pueden esperar que su nuevo régimen se convierta en una fuente de financiación.
Además, aunque compartan una ideología fundamentalista, Al-Qaeda, al igual que Estado Islámico representan un peligroso rival para el movimiento palestino ya que podrían seducir a la juventud palestina más radical. De hecho, ha habido enfrentamientos violentos en la Franja de Gaza, donde Hamas guarda celosamente su hegemonía.
También para los movimientos islamistas más moderados, como los Hermanos Musulmanes egipcios y sus diversos afiliados, el ascenso de los talibanes genera unos efectos contradictorios. Por un lado, rompe con una dinámica de retroceso a nivel regional de los partidos islamistas, cuya última expresión fue un pseudo-golpe en Túnez.
Pero por el otro, le da alas al jihadismo, adversario dentro del campo ideológico del islamismo, y la brutalidad de los talibanes empaña la imagen de todo el islamismo en Occidente. Esta es la ecuación a la que hace frente el presidente Recep Tayyip Erdogan en Turquía, preocupado también por una nueva ola de refugiados.
Para los musulmanes no islamistas no hay ningún tipo de regalo en la victoria talibana, más allá de cierta alegría entre los sectores más antiamericanos. La narrativa sobre la derrota del “imperio norteamericano” gracias a “la ayuda de Alá” puede ayudar a reclutar nuevos adeptos jihadistas que no solo plantarán bombas o se inmolarán en las calles de Occidente, sino también en hoteles y aeropuertos desde Estambul a Marrakech.
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