La única batalla que importa: la economía
WASHINGTON.- Faltan más de cuatro meses para las elecciones. En tiempos políticos, una eternidad. El sorprendente fallo de la Corte Suprema sobre la reforma de salud, el más esperado en varias décadas en Estados Unidos, sacó del letargo a una campaña que amenazaba con convertirse en una de las más tediosas que se recuerde. La pregunta es cuál es su real impacto político.
En las pulcras y siempre ordenadas calles de Washington todavía no hay carteles ni clima de campaña: lejos de eso. Pero en los círculos políticos no se habla de otra cosa: ¿se recuperará la economía lo suficiente como para que Obama no tenga que mudarse de la Casa Blanca?
Es la misma pregunta que se hacen en casi todas las capitales del mundo. El aplastante voto castigo que derribó a líderes en toda Europa es la espada de Damocles para Obama. Es una advertencia de que puede ser el próximo líder mundial "jubilado" por la crisis.
En la fachada de la poderosa Cámara de Comercio norteamericana, en el corazón de Washington, cuelga desde hace más de un año un gigantesco cartel con la palabra "Jobs" (empleos). Es un mensaje directo a Obama, que se puede ver desde la Casa Blanca, a pocos kilómetros.
Es el único mensaje que realmente importa en esta campaña. El presidente lo tiene claro: no necesita mirar por la ventana para saber que de los empleos depende su futuro político, que es el único factor que podría terminar con la paridad entre él y su rival, el republicano Mitt Romney. Es verdad, hay otros ejes de debate en un año en el que el país parece más polarizado que nunca en temas sociales: la reforma de salud, la ley de inmigración, el matrimonio gay y el aborto. Pero ninguno tan central como la economía.
La ecuación es la siguiente: mejora la economía, gana Obama. Empeora, gana Romney.
El gran adversario de Obama en esta campaña no es Romney, es la economía. Si éste fuera un concurso de popularidad, no habría dudas sobre el ganador. Pero no lo es. Y las encuestas reflejan la incertidumbre, con un empate que desde hace meses se mueve apenas unos puntos para un lado o el otro.
El mal menor
"La campaña está en un empate. A estas alturas, Obama tiene un 60% de posibilidades de lograr la reelección. Pero será una carrera muy apretada. El presidente está en zona de riesgo", dice Andrew Bauman, vicepresidente de Greenberg Quinlan Rosner Research, una de las grandes empresas de asesoramiento estratégico de Estados Unidos.
Es un diagnóstico similar al recogido en los principales think tanks y encuestadoras, tanto republicanos como demócratas, durante una serie de encuentros con medios argentinos (entre ellos, LA NACION) organizados por la Cámara de Comercio de Estados Unidos en la Argentina (Amcham). "Pero Romney es todavía muy impopular. La gente tiene la sensación de estar votando por el mal menor", subraya Bauman.
"Este año, más que nunca, las elecciones son sobre la economía", coincide Clifford Young, director de la encuestadora Ipsos y experto en análisis electoral. "Las reglas globales indican que, por lo general, el candidato que busca la reelección necesita el 43% de aprobación para ganar. Así, la victoria de Obama es probable, pero será ajustada", agregó.
No parece haber mucho que pueda hacer la Casa Blanca ante este gran imponderable. Son cuatro meses de parálisis, con un Congreso dividido que no se arriesgará a tomar medidas de estímulo en plena " silly season ", es decir, la temporada "tonta" de campaña.
El frente de guerra
A pesar de la euforia de ayer en la Casa Blanca, el rotundo triunfo de Obama puede convertirse en algo efímero.
En el frente de batalla de la economía, es el que más tiene para perder. En abril y mayo se crearon 77.000 y 69.000 empleos, respectivamente, menos de la mitad de los 150.000 que el país necesita por mes para mantener el crecimiento de la población. El 53% de los norteamericanos desaprueba su manejo de la economía. Con un desempleo que durante 40 meses no ha bajado del 8%, a pesar de los optimistas pronósticos de la Casa Blanca de que en abril estaría en menos del 6%, Obama necesita convencer a los norteamericanos de que él es quien todavía tiene la mágica llave de la recuperación.
Su desafío es evitar que las elecciones se conviertan en un referéndum sobre la economía. En realidad, es un problema de relato. Se lo advirtió a la Casa Blanca el demócrata James Carville, el ex asesor de Bill Clinton que acuñó la célebre frase "Es la economía, estúpido". El y un grupo de asesores demócratas encabezaron una suerte de rebelión por el rumbo de la campaña y advirtieron que el presidente perderá las elecciones si mantiene su estrategia de intentar convencer a los norteamericanos de que están mejor que hace tres años. Esta vez, el mensaje de Carville es: "No es la economía, estúpido". Es decir, Obama tiene que dejar de hablar de números y empezar a hablar del futuro y de la clase media.
"Obama tiene que enfrentar la realidad: desde 1932 no reelegimos a un presidente con un desempleo tan alto", advierte desde el otro lado del espectro político Roger Noriega, subsecretario de Estado para América latina de George W. Bush y hoy miembro del conservador American Enterprise Institute.
Los desafíos de Romney son muy distintos. Con una fortuna de 225 millones de dólares, tiene una imagen acartonada, alejada de la gente, más preocupado por las ganancias en Wall Street que por los problemas del norteamericano común. Por otro lado, es considerado un "tecnócrata", un buen administrador. En tiempos de crisis, invalorable.
Su estrategia, a estas alturas, es clara: aprovechar el fallo de la Corte para movilizar a las bases republicanas, indignadas por la decisión. Y, en lo económico, quedarse callado, sin arriesgar definiciones.
"Será la campaña más cara en la historia. Pero en realidad no importa: todo dependerá del estado de la economía mundial", dice Young. O, como advierte Michael Werz, del Center for American Progress, el think tank más vinculado con Obama: "Tal vez dependamos más de Grecia que de la situación en Estados Unidos".
Son cuatro meses lo que resta de campaña. A Obama y a Romney sólo les queda esperar que se difundan las próximas cifras sobre la economía. Y cruzar los dedos.
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