La triste vida de Frida, la cantante de ABBA que nació de un experimento nazi
Con la caída del Tercer Reich, su madre quedó sola a su suerte en Noruega; criada por su abuela, la niña triunfó internacionalmente pero, en el fondo, solo quería saber qué había sido de su papá
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Cuando la Alemania nazi del Tercer Reich capituló en toda Europa y sus tropas huyeron de Noruega después de cinco años de ocupación, Synni Lyngstad se quedó sola con su madre. Era soltera, cursaba un embarazo de tres meses y comenzaba a soportar el desprecio de todo el pueblo de Ballangen.
Para los vecinos, Synni y otras miles de muchachas campesinas podían ser consideradas prostitutas y traidoras a la nación. Pero ella solo se había enamorado de Alfred Haase, un soldado nazi de la Wehrmacht, cuando tenía 16 años, y ahora que la guerra había terminado llevaba en su vientre el fruto de un programa de reproducción para la “mejora de la raza aria” conocido como Lebensborn.
Lebensborn Eingetragener Verein fue la organización creada por el líder de las Schutzstaffel (SS), Heinrich Himmler, con el objetivo de expandir de manera biológica el ideario nazi, impulsando a los soldados para que tuvieran niños arios con mujeres “aptas racialmente” no solo en Alemania, sino también en los territorios ocupados como el pueblo noruego de Bjørkåsen, donde finalmente nació la hija de Synni Lyngstad, el 15 de noviembre de 1945, a seis meses del final de la Segunda Guerra Mundial.
Su madre, sumida en la más absoluta pobreza y repudiada en su propio país, la bautizó como Anni-Frid Lyngstad, pero más tarde todos la conocieron como Frida, la cantante de ABBA.
De Anni-Frid Lyngstad a Frida, la cantante de ABBA
La mamá de Anni-Frid Lyngstad sufrió un calvario que duró al menos dos años y que no terminó hasta su muerte. En el pueblo se rumoreaba que había quedado embarazada a cambio de una bolsa de papas, pero ella realmente amaba a Haase, el joven y apuesto soldado alemán que había desaparecido intempestivamente al final de la guerra y del que ya no tuvo noticias.
Si Alemania hubiera ganado su suerte hubiera sido otra, pero tras la capitulación, el odio de la posguerra hacia la descendencia de los soldados alemanes fue tan grande que los psicólogos del gobierno de Noruega, encargados de informar sobre los niños y sus madres solteras, concluyeron que las mujeres que habían fraternizado con alemanes eran “de talento limitado y psicópatas asociales, algunas de ellas seriamente atrasadas”, como documentó un artículo histórico del diario The Guardian.
La acusación de tener “padre alemán” era suficiente para enviar a miles de niños y niñas a hospitales psiquiátricos, donde muchos fueron violentados en sus derechos más elementales.
Como Frida, habían nacido en Noruega al menos 12 mil niños en el marco del plan Lebensborn, pero su futuro se truncó con la caída de los nazis, y más allá de que miles de ellos fueron internados en instituciones psiquiátricas, la mayoría fueron expulsados del país con sus familias diezmadas, acusados de “haber engendrado futuros monstruos” que podrían “hacer resurgir al nazismo de sus cenizas”.
Después de dos años de asedio y discriminación, Synni Lyngstad, su mamá Arntine, y la pequeña Frida, o la “bastarda alemana” como la llamaban en el pueblo, emigraron hacia Suecia, para comenzar una vida nueva lejos del estigma imborrable del programa Lebensborn.
Asentados cerca de Estocolmo, la mamá de Frida murió a los pocos meses, un poco por una insuficiencia renal pero más que nada por la tristeza de tener que criar a una niña sola, sin recursos ni apoyo del Estado. La niña quedó al cuidado de su abuela Arntine, costurera e impulsora de la carrera artística meteórica de Frida.
La verdadera historia de Frida y su papá nazi
En Estocolmo, su abuela hizo todo lo posible para ver a su nieta feliz y la apoyó en su sueño de ser cantante; con su magro ingreso de costurera llegó a comprar un piano en cuotas para seguir desarrollando el talento musical de la niña, aclamada en todos los ámbitos donde se presentaba.
Cuando Frida tuvo 16 años todo parecía encaminado. El pasado había quedado muy lejos, su voz resultaba encantadora y la manera en que se movía en el escenario, sin ningún tipo de timidez, le abrieron las puertas de los concursos musicales de la TV sueca y de discográficas como EMI.
“No tenía muchos amigos, yo pensaba que todo acerca de mí estaba mal, que no había nada en mí que mereciera ser amado”, ha relatado Frida más de una vez. Ella no conocía la historia completa y en su interior sentía que algo no estaba bien.
Frida creía que su padre había muerto en un naufragio y jamás había oído hablar de programa de reproducción nazi Lebensborn, hasta que, durante los comienzos de su relación con Benny Andersson y el éxito de ABBA (nombre creado a partir de las iniciales de cada uno de sus integrantes, en el que la última “A” corresponde a Anni-Frid), una fan alemana le hizo llegar a la cantante una revelación perturbadora: su padre estaba vivo.
El exsoldado estaba casado y tenía otros dos hijos. Fue cuando Andersson arregló un encuentro entre Frida y su papá, Alfred Haase, el exmilitar nazi que ahora trabajaba de pastelero.
Anni-Frid se estremeció cuando se enteró de que su padre estaba vivo y que lo vería por primera vez en la vida. El encuentro, sin embargo, fue frío y algo sobreactuado. Frida era famosa y las revistas del corazón querían contarlo todo con lujo de detalles, como la revista holandesa Pop o alemana Bravo, que había dado la primicia contando la verdadera historia de la cantante “morena” de ABBA.
“¡Una hija de treinta y dos años! Imagina eso. ¡Nunca supe que esa niña especial en Noruega, mi Synni, que nunca respondió a mis cartas cuando regresé a Alemania, dio a luz a mi hija! Lo primero que pensé cuando me di cuenta de que era realmente cierto fue: ‘Cuán cruel puede ser la vida’. Porque Synni, la mamá de Anni-Frid, debe haber sido extremadamente infeliz, cuando murió, sola”, dijo Haase a la revista Pop.
Anni-Frid dijo, por su parte, en el mismo reportaje: “Cuando siempre has pensado que eres huérfano, empiezas a soñar con tus padres. Intentas imaginar cómo habrían sido. Tenía un par de fotografías de mi madre, pero realmente no me identificaba con ellas. Y de mi padre solo supe que era un soldado alemán, que se ahogó cuando su barco fue torpedeado, cerca de Dinamarca. Ahora que conozco a Alfred Haase y sé que solo él puede ser mi padre no podría estar más feliz. ¡Porque no podría haber deseado un padre mejor!”.
Sin embargo, con el tiempo el encuentro se reveló como una puesta en escena y Frida cayó en una profunda depresión. Tenía dos hijos de su primer matrimonio que la mantenían a flote, pero su relación con Benny Andersson, su segunda pareja, naufragaba. Volvió a encontrarse con su padre biológico algunas veces y luego no volvió a verlo nunca más. “No puedo amarlo como si hubiera estado con nosotras mientras yo crecía”, dijo Frida.
Alfred Haase estaba casado, tenía dos hijos de su primer matrimonio y era pastelero. Juró hasta el final de sus días que jamás supo que su novia en Noruega, la bella campesina Synni, estaba embarazada. Jamás se refirió al programa Lebensborn. No volvió a ver a Frida. Murió el 23 de febrero de 2009.
“Frida luchó por dejar atrás su doloroso pasado y jamás ha vuelto a hablar del tema. En 1981 se divorció de Benny Andersson y se casó con el príncipe Heinrich Ruzzo Reuss Von Plauen, un miembro de la familia real alemana que más tarde murió”, escribió Tim Tate, un estudioso del Lebensborn y autor del libro Hitler’s Forgotten Children.
Frida, condesa de Plauen
Frida se casó por tercera y última vez con el príncipe Reuss von Plauen, con quien convivía desde 1986. Conocido como Ruzzo Reuss, era un arquitecto sueco nacido en Suiza que detentaba el título de príncipe de la antiguamente soberana Casa de Reuss, Alemania. Se casaron en 1992.
En 1998, Ann Lise-Lotte Casper, su primera hija, murió en un accidente de tránsito en los Estados Unidos. Al año siguiente, el príncipe Heinrich murió de cáncer. La tragedia volvió a golpearla de nuevo. Pero ella se repuso otra vez, siguió con su carrera solista y se dedicó de lleno al activismo medioambiental.
Su casamiento con el príncipe Reuss le abrió las puertas de la Corte Real sueca. Y desde entonces, la niña noruega que fue concebida en el marco de un experimento nazi para crear una raza superior, la niña huérfana que sufrió el destierro y el rechazo de su pueblo, ahora detenta el título de Su Alteza Serenísima la princesa Anni-Frid de Reuss, condesa de Plauen.
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