La trágica historia de una madre que fue secuestrada por la guerrilla mientras buscaba a su hijo desaparecido
Forma parte del colectivo Corocoras del Llano y en la actualidad aún reclama por la causa que la mantiene en vilo
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Himelda mira hacia la calle desde la sala de su casa en el barrio Santander, en Villavicencio, con la esperanza de que su hijo Andrés Armando Ariza aparezca. No importa que ya hayan pasado 20 años desde su desaparición el 10 de noviembre del 2002, una madre siempre guarda la esperanza de que sea un mal sueño.
Tenía 16 años cuando desapareció y soñaba con ser jugador profesional de fútbol. ”Entrenaba todos los días —señala Himelda—. Salía en su bicicleta y llevaba un balón en una mochila amarrada al manubrio. Así se iba y sobre las 7 de la noche volvía. Era muy cariñoso, me abrazaba y me pedía que lo cargara, era mi bebé”.
En aquel entonces, Himelda se dedicaba a lavar y planchar en casas de familia. Había sido desplazada por la guerrilla de las Farc en 1998, pues le habían dicho que a sus hijos mayores los iban a reclutar. Vivía en el corregimiento de San José de Ocune, zona rural de Cumaribo, en Vichada.
A Villavicencio llegó a la casa de su mamá, quiso dejar a sus hijos sanos y salvos con la abuela, pero al regresar a Vichada fue amenazada por haber salvado a sus hijos, así que tuvo que salir definitivamente. Nunca regresó. “La vida en el campo es tan bonita —insiste Himelda—. Uno no quisiera moverse de allá, pero en esos tiempos tocaba, era eso o exponerse a que le hicieran algo”.
Andrés Armando se encontraba en el polideportivo El Manantial, a donde iba cada tarde. Se esfumó, o eso parece, Himelda no tuvo un día en paz desde entonces. Dieron las 8, las 9… Himelda ya desesperada salió a buscarlo por cada rincón de Villavicencio, nadie le dijo nada. No lo volvió a ver.
Lo buscó por varios días. Pasó año nuevo en incertidumbre y el inicio del 2003 estuvo marcado por una leve esperanza en la búsqueda de su hijo. Alguien le dijo que estaba en poder del Frente 16 de las Farc, cuyo centro de operación se encontraba en Vichada.
“Yo fui a buscarlo al campamento de ellos —recuerda Himelda—. Allá me les metí para preguntarles por mi hijo. Primero hablé con un comandante encargado que me dijo que esperara al comandante del frente, lo esperé y cuando por fin apareció me dijo que ya no iba a salir más de ahí, me secuestraron”.
El cautiverio
El 13 de marzo del 2003, Himelda Ariza fue secuestrada por el Frente 16 de las Farc. De esos días le quedaron cicatrices en sus piernas, en sus brazos y su espalda, pero las más dolorosas las lleva en el alma.
”Yo fui abusada sexualmente durante 4 años que estuve secuestrada —confiesa—. Tengo cicatrices por todo el cuerpo, durante ese tiempo caminé mucho y sufrí de paludismo. Un día, cansada de todo eso, agredí a uno de los comandantes y el tipo me mandó a colgar, todo eso fue muy duro, yo quedé muy mal con todo eso”. El comandante de aquel frente era Édgar Mesías Salgado Aragón, alias Rodrigo Cadete, quien fue abatido en febrero de 2019 en una operación militar contra las disidencias en Caquetá.
Fue liberada el 7 de diciembre del 2007, sufrió cuatro años de torturas. ”Yo volví a Villavicencio y no salí por dos años —asegura Himelda—. Me aislé, fue muy difícil, no quise volver a saber de nadie”. Pasaron 2 años. Himelda no quiso volver a salir tras los abusos recibidos, por lo que prefirió quedarse en su casa, en Villavicencio. Señala que tampoco se quería mover de esa vivienda porque tal vez Andrés Armando regresaría y quería que la encontrara ahí. Entonces apareció una amiga.
La búsqueda
En Meta, según el Registro Único de Víctimas, se presentaron 16.300 eventos relacionados con desaparición forzada y 1.966 de secuestro en el marco del conflicto armado. ”Una amiga me presentó a alguien de la Defensoría del Pueblo — recuerda —. Desde ahí empecé a preguntar en cada dependencia, en cada lugar y hablé con cada funcionario para saber si habría oportunidad de encontrar a mi hijo”.
A través de Justicia y Paz, Himelda comenzó a conocer los juzgados y las dependencias donde le ayudarían a encontrar a su hijo. En el camino conoció a muchas mujeres, madres que buscaban a sus hijos. ”Yo no pensé que hubiera tantas, tantas mujeres en el mismo proceso que yo — asegura —. Era impresionante, tanta gente con algún desaparecido. Lo peor es que a todas nos tocaba lo mismo, que vaya para aquí, que pregunte allá. Era un enredo tanta caminadera y con una carpeta debajo del brazo, yo esa carpeta con mi caso me la sé de memoria de tanto repetirla y repetirla”.
Himelda señala que los procesos de búsqueda en Colombia siguen poniendo trabas y revictimizando a quienes sufren la desaparición de sus seres queridos. Y en aquel entonces era aún más complejo. ”Uno lo que sabe es porque lo preguntó — denuncia —. Nosotras como madres nos volvemos hasta investigadoras, porque es muy difícil tanto trámite y tanta vuelta sin que le digan nada a uno”.
Pero un día, la noticia que menos esperaba llegó. En agosto del 2009, un joven desmovilizado de los paramilitares la buscó para decirle que no buscara más a Andrés Armando, ya que había muerto.
De acuerdo con el relato del joven, Andrés Armando fue reclutado de manera forzada por un grupo paramilitar del Meta, pero al no querer seguir las órdenes de los comandantes del grupo, finalmente fue fusilado. ”Me contó que mi niño no quería hacer nada porque se le dificultaba — cuenta Himelda —. Es que Andrés tenía platino en su pierna derecha por una fractura que tuvo muy pequeño, eso nunca le sanó bien y él sufría de dolores, eso era lo que pasaba”.
Luego de entregar dicha información, las autoridades supieron de una fosa común en Puerto López, Meta, que sería el lugar en el que se encuentra el cuerpo de Andrés Armando, pero el joven desmovilizado no supo el lugar de la fosa al llegar a la zona y se presume que no solo Andrés Armando se encuentra en ese lugar, sino que habría más cuerpos. Pero la búsqueda no avanzó.
”Ese muchacho me dijo que a mi niño le habían pegado siete tiros —narra—. Yo estuve unos tres meses soñándome con mi muchacho así, no podía dormir. Lo único que sé es que donde está enterrado mi hijo hay más, una vez un fiscal me dijo que tal vez unos 300 más”.
Tejiendo memoria
Himelda encontró la fortaleza que necesitaba en otras cuatro mujeres que como ella también perdieron a sus hijos: Aliria Marulanda, Amparo Busato, Marta Castro y Magdalena Robles. Junto a ellas fundó el colectivo de las Madres Buscadoras Corocoras del Llano.
“Tejiendo Memoria” es la primera obra que lanzaron, en ella hablan de la pérdida de sus hijos, el reclamo al Estado y la denuncia por el desplazamiento forzado al que fueron obligadas. Vestidas con una larga falda decorada con flores y blusas blancas enseñan en el escenario los objetos que aún conservan de sus hijos.
”Yo logré recuperar el balón con el que jugaba Andrés — cuenta Hemilda —. Está desinflado, pero era su balón, el que amarraba a su bicicleta y con el que soñaba convertirse en futbolista”. El año pasado estrenaron la obra La vida de las ausencias, una nueva puesta en escena para mantener viva la memoria de sus seres queridos y para reclamar una vez más la falta de acompañamiento.
Himelda en la actualidad también tiene el caso macro 01 ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) por los abusos sexuales sufridos durante su cautiverio. Vive de la venta de sus tejidos, fabrica bolsos, manillas y aretes junto a sus amigas para continuar con su proyecto cultural y de memoria. En la sala de su casa, en el barrio Santander, Himelda continúa tejiendo mientras espera que Andrés Armando llegue en su bicicleta y la abrace de nuevo pidiéndole que lo alce. El 10 de noviembre sigue siendo un duro golpe que ha logrado sobrellevar gracias a la compañía de otras madres.
Pese a la artrosis degenerativa que padece continúa siendo partícipe de las actividades de las Corocoras, que hoy ya suman 10 madres interesadas en mantener viva la memoria de sus seres queridos. El próximo 2 de febrero cumplirá 59 años.
*Por Miguel Espinosa
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