Ada fue obligada a mutilar animales con 23 años y tomar testosterona cuando reveló su identidad de género
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En una granja remota de Siberia, un hombre le entregó a Ada un cuchillo. Frente a ellos había un cerdo. “Córtalo”, le dijo. “Si quieres seguir adelante con la operación, tienes que entender lo que significa la castración”.
A Ada, una persona trans que para ese momento tenía 23 años, la habían engañado para que fuera a un centro de terapia de conversión después de que le reveló a su familia su identidad de género.
Ella cuenta que en el verano de 2021, una pariente le pidió que la acompañara a Novosibirsk, donde se sometería a una importante cirugía cardíaca. Allí un hombre las recibió en el aeropuerto y, después de un largo viaje, el automóvil se detuvo de repente.
Fue entonces cuando su pariente se bajó del coche, el conductor se volvió hacia ella, le exigió que le entregara su reloj inteligente y su teléfono, y le dijo sin rodeos: “Ahora vamos a curarte de tu perversión”. “Cuando llegó un paquete de ropa de invierno dos semanas después, me di cuenta de que no iba a estar allí solo quince días o un mes”, añade.
La obligaron a tomar testosterona, a rezar y realizar trabajos manuales, como cortar leña. Cuando se enfrentó al cerdo, tuvo un ataque de pánico y no hizo lo que le decían. Finalmente, después de nueve meses, logró escapar. Alguien había dejado un teléfono tirado que utilizó para llamar a la policía.
Enviaron agentes al centro, que dijeron que tenían que permitir que Ada se marchara porque la retenían contra su voluntad. La BBC se puso en contacto con este lugar, pero la persona con la que hablamos negó tener conocimiento sobre programas relacionados a terapias de conversión. También nos pusimos en contacto con un familiar de Ada, pero no obtuvimos respuesta.
Sin derechos
El tiempo que Ada pasó allí fue el punto más bajo de una batalla que, según ella, ha estado librando toda su vida. En primer lugar con su familia, luego con la sociedad en general y ahora con las cada vez más severas leyes contra la comunidad LGBT de Rusia.
Según el experto independiente de la ONU Graeme Reid, los derechos humanos de las personas transgénero en Rusia se han visto sistemáticamente erosionados por la estrategia política más amplia del gobierno de atacar a las minorías vulnerables.
El experto afirma que un año después de que Rusia aprobó una ley que prohíbe la cirugía de reasignación de género, las personas transgénero en el país se han visto privados de sus “derechos más básicos a una identidad legal y al acceso a la atención médica”.
La nueva legislación también impidió que las personas cambiaran sus datos personales en los documentos. Ada fue una de las últimas personas en cambiar oficialmente su nombre antes de que la ley entrara en vigor en julio de 2023.
Desde la invasión a gran escala en Ucrania por parte de Rusia, el presidente Vladimir Putin arremetió contra Occidente y los derechos LGBT, y dijo que está luchando por los valores tradicionales rusos.
El año pasado, en un foro cultural celebrado en San Petersburgo, calificó a las personas transgénero de “transformistas o trans-algo”.
Y a finales de 2023, el Ministerio de Justicia de Rusia anunció otro nuevo dictamen, en el que declaró al “movimiento LGBT internacional” una organización extremista.
Peligro de cárcel
Cualquiera que sea culpable de apoyar lo que ahora se considera una “actividad extremista” se enfrenta a hasta 12 años de cárcel. Incluso exhibir una bandera arcoíris es ponerse en riesgo de recibir una multa y una posible sentencia de cuatro años de prisión por reincidencia.
En uno de los primeros procesos penales en virtud de la nueva ley, dos jóvenes llorosos y con aspecto aterrorizado comparecieron ante el tribunal de la ciudad de Oremburgo en marzo.
Su delito era dirigir un bar frecuentado por la comunidad LGBT. Su caso aún está en curso.
Después de escapar del centro en Siberia, Ada se mudó a un pequeño apartamento en Moscú donde ofreció a otras personas transgénero un lugar seguro donde quedarse.
Pero las nuevas leyes fueron la gota que colmó el vaso para ella. “No podía quedarme más tiempo… Tuve que irme de Rusia”, afirma en una conversación desde su nuevo hogar en Europa.
Para Francis, que se fue de Rusia en 2018, las nuevas leyes significan que probablemente nunca volverá a casa.
Incluso antes de que fueran introducidas, las autoridades de su ciudad natal, Ekaterimburgo, habían tomado medidas contra él.
“Desde que tengo memoria, siempre supe que no era una niña”, señala Francis. Pero en 2017, se casó con Jack, tuvo tres hijos y adoptó dos más. “Le dije a mi marido: ‘Quizás me equivoque, pero creo que soy transgénero’”.
Acordaron que Francis consultaría a un médico. “Me dijeron: ‘Eres una persona transgénero al 100%’. Me sentí mucho mejor. Todo encajó. Comprendí: esto es lo que soy”. Después comenzó el proceso de transición, pero pronto intervinieron las autoridades locales.
Sus dos hijos adoptados fueron puestos bajo custodia del Estado y le dijeron a Francis que sus hijos biológicos serían los siguientes. La familia abandonó Rusia y desde entonces vive en España.
“¿Eres una niña o un niño?”
Ally, quien es una persona no binaria y usa el pronombre “elles”, abandonó Rusia en 2022 después de la invasión a gran escala contra Ucrania. Fue una decisión política, no relacionada con las presiones contra la comunidad LGBT, pero esas presiones de todas formas le han costado.
Cuando Ally tenía 14 años, alguien le preguntó: “¿Eres una niña o un niño?”. “Me dio una sensación de alegría; estaba feliz de que no se pudiera saber por mi apariencia externa”.
Años después, le dijo a una amiga: “‘No creo que sea una niña, pero tampoco creo que sea un niño’”. “Me miró y dijo: ‘Bueno, tiene sentido’. Y luego seguimos comiendo sopa. Fue uno de los momentos más felices de mi vida”.
Ally ahora vive en Georgia. El año pasado decidió hacerse una mastectomía. Los familiares cercanos aún no lo saben. “Si hubiera ido a ver a mis padres y les hubiera dicho: ‘Mamá, papá, soy lesbiana’, habría sido más fácil que decirles: ‘Mamá, papá, me he cortado los pechos y quiero que me llamen ellos’”.
Aunque Ally tenía un diagnóstico médico antes de la nueva ley rusa que prohíbe el cambio de sexo y había elegido un nuevo nombre neutro, ya no es posible cambiar el pasaporte ni otros documentos importantes.
Francis tiene el mismo problema. Todos sus documentos incluyen su antiguo nombre, lo que provoca confusión cuando le piden la tarjeta de identificación o tiene que llenar formularios.
Pero dice que la vida en España es buena. Encontró trabajo en una fábrica textil que le encanta.
Igual que Ally, Francis reconoce que el clima de intolerancia fomentado por las nuevas leyes anti-LGBT ha dificultado las relaciones con la familia. “Mi madre ya no me habla”, cuenta. “Cree que he deshonrado a nuestra familia y le da vergüenza mirar a los vecinos a los ojos. Es como si yo fuera un bicho raro, un ladrón o hubiera asesinado a alguien”.
Y vivir en el extranjero siendo una persona rusa mientras continúa la guerra en Ucrania puede añadir otra capa de complejidad, señala Ally: “En Rusia, no les gustamos a las autoridades y a los sectores conservadores de la sociedad porque somos transgénero. En el extranjero, a la gente no le gustamos porque somos rusos”.
Lo único que realmente quiere la comunidad trans, afirma Ada, es que la gente pueda vestirse como quiera y no tenga miedo de que la golpeen. “Sólo quiero que la gente deje de tener que pensar en cómo sobrevivir”, dice.
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