La sucesión en Al-Qaeda: ¿el terrorismo islamista perdió su alcance global?
La elección del sucesor de Al-Zawahiri se da en un contexto complejo para los grupos jihadistas, que debieron cambiar su enfoque por las muertes de sus líderes, la pérdida de territorio y una mayor efectividad de las operaciones antiterroristas; cuál es la mayor amenaza para Occidente
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Ayman al-Zawahiri nació en Egipto, es señalado como el cerebro detrás del peor atentado en la historia de Estados Unidos, y murió hace una semana en el balcón de una casa en Kabul, Afganistán. Con una mirada global, ideó, junto a su antecesor, Osama bin Laden, la estrategia del “enemigo lejano” de Al-Qaeda, con el objetivo de atacar Estados Unidos. Pero durante sus once años de gestión, apenas pudo seguir su propio manual. La agrupación perdió poder de fuego en Occidente, aunque ganó presencia en otras regiones del mundo, a través de una red descentralizada de filiales, un enfoque similar al que tuvo que adoptar su principal rival dentro del mundo jihadista, Estado Islámico, tras la pérdida de líderes, territorio, combatientes y financiamiento. ¿El islamismo perdió la capacidad de alcanzar objetivos globales?
El Índice Global de Terrorismo de 2022 realizado por el Instituto de Economía y Paz (IEP) y publicado en marzo pasado muestra la radiografía más reciente sobre el extremismo en el mundo. Si bien los ataques aumentaron un 17% entre 2020 y 2021 (a 5226), las muertes disminuyeron en un 1,2 % (a 7142), y se mantiene lejos del pico de 2015, cuando fueron más de 10.000, lo que demuestra que bajó la letalidad de los grupos.
Geográficamente, África es el nuevo epicentro del terror: en la región subsahariana ocurrieron casi la mitad de las muertes de todo el mundo, mientras que el Sahel (los diez países de la franja superior de esa región, especialmente Níger, Mali y Burkina Faso) es víctima del grupo más mortífero (la filial de Estado Islámico) y del de mayor rápido crecimiento del mundo (la filial de Al-Qaeda). En cuanto a los protagonistas, Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) –con todas sus ramas- superó a los talibanes como el grupo terrorista más letal del mundo en 2021.
El informe también muestra una tendencia positiva: 119 países no registraron muertes por terrorismo el año pasado y 105 no tuvieron ataques, los números más altos desde que se lleva el registro, en 2007. Este dato va de la mano con una notable reducción en la cantidad de atentados en Occidente en los últimos años.
Antes de la definición del nuevo líder de una de las principales organizaciones jihadistas a nivel mundial, es necesario entender cuál es el estado del terrorismo actual y cómo puede cambiar con una nueva gestión en Al-Qaeda.
Un “punto de inflexión” para Al-Qaeda
El futuro líder de Al-Qaeda será apenas el tercero en sus casi 34 años de vida (o de muertes). Después de que Bin Laden fue ejecutado en Pakistán en mayo de 2011, el grupo tardó un mes y medio en designar a su sucesor, a pesar de que el candidato era casi indiscutido. Ahora, a casi una semana de la muerte de Al-Zawahiri en un operativo de la CIA, hay un posible nombre, varias dudas y muchos desafíos esperando al próximo jefe.
“Este es un punto de inflexión para Al-Qaeda. Su capacidad para resurgir o desvanecerse en la oscuridad depende en gran parte de su próximo líder”, dice a LA NACION Tricia Bacon, profesora asociada y directora del Centro de Políticas Antiterroristas de la American University.
Al-Zawahiri enfrentó sus propios desafíos desde 2011, sobre todo las sucesivas muertes de altos mandos en operativos antiterroristas y el surgimiento de su principal rival, Estado Islámico, tras la ruptura con la filial de Al-Qaeda en Irak. El resultado es, en la actualidad, un grupo descentralizado, que funciona como una red de filiales en la que el líder cumple un rol de guía, pero en la que cada rama persigue sus objetivos locales y goza de autonomía.
Las filiales Al-Shabaab (en Somalia y Kenia) y Jamat Nasrat al-Islam wal-Muslimin (JNIM, en el Sahel) fueron señaladas como dos de los cuatro grupos más letales del mundo según el recuento del IEP. Al-Qaeda en la Península Arábiga (AQAP), en Yemen, se vio debilitada en los últimos años, pero, según la ONU, sus líderes están ansiosos por revivir los ataques en el extranjero. Mientras tanto, Hurras al-Din pelea posiciones con Estado Islámico en Siria, y Al-Qaeda en el subcontinente indio (AQIS), cercano a los talibanes, se extendió por el sur de Asia.
La estrategia de descentralización es elogiada por los especialistas como un acierto de Al-Zawahiri para mantener un número alto de combatientes y una zona de influencia extendida. Mientras el líder mantuvo a casi todas las ramas bajo su ala –perdió dos, y lo pagó caro-, su sucesor ahora deberá ratificar cada una de sus lealtades.
Otro de los desafíos para el próximo jefe será el de la comunicación. Si algo caracterizó a Al-Zawahiri, de 71 años, fueron sus discursos largos –eternos-, que lo mostraban hablando frente a una cámara, con poco carisma y sin ningún atractivo. Videos muy alejados de las superproducciones cortas y pensadas para convertirse en “virales” de ISIS, la campaña de marketing del terror más exitosa en el mundo jihadista.
“Para que Al-Qaeda realmente rejuvenezca necesita sangre fresca”, dice en diálogo con LA NACION Barak Mendelsohn, profesor de la Universidad de Haverford y autor de libros sobre jihadismo. Pone como ejemplo el caso de Abu Bakr al-Baghdadi, el joven líder de Estado Islámico que rompió los moldes en la forma de hacer (y comunicar) el terrorismo. “Él se equivocó al arrastrar a Estados Unidos a la lucha demasiado rápido, pero lideró un movimiento transnacional que dio una estrategia y una narrativa alternativa a la de Al-Qaeda. Ahora, Al-Qaeda, si quiere sobrevivir, necesita a alguien que haga lo mismo”.
Sin embargo, el nombre que más resuena suceder a Al-Zawahiri no tiene sangre fresca. Se trata de Saif al-Adel, de unos 60 años, un exoficial del ejército egipcio y miembro de la Jihad Islámica Egipcia, buscado por el FBI por su rol en los atentados contra las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenia de 1998. Si bien es ponderado por su antigüedad y jerarquía dentro del grupo y por sus habilidades militares, tiene un gran punto en contra: se cree que vive en Irán hace décadas, por lo que podría perder apoyo de una buena base de miembros que cuestionan su vínculo con el gobierno chiita de la república teocrática.
Pero la principal definición del nuevo jefe de Al-Qaeda será si desea revivir o terminar de enterrar el concepto de “enemigo lejano” de Al-Zawahiri. La agrupación no ejecutó atentados exitosos en Estados Unidos o Europa desde hace más de una década, a excepción de un ataque en una base naval en Florida inspirado en AQAP en 2019.
“Hasta su muerte, Al-Zawahiri incitó a la violencia contra Estados Unidos y Occidente, y apoyó planes para ataques externos desde Afganistán. Pero, si bien el ‘enemigo lejano’ sigue siendo un foco preeminente en la retórica, en la práctica, gran parte de la estrategia de Al-Qaeda en los últimos años ha sido sobrevivir a intensos operativos y a competir por el Estado Islámico global, y centrarse en profundizar su control a nivel local a través del compromiso con las tribus locales y otros grupos”, señala Andrew Mines, investigador del Programa sobre Extremismo de la Universidad George Washington.
Mendelsohn considera que la estrategia centrada en Estados Unidos “se volvió irrelevante muy poco después del 11 de septiembre”, por lo que el grupo debería “ajustar el enfoque”. Cree que el grupo debe mejorar su perspectiva regional y trasnacional y lograr “una mejor sinergia” entre todas sus filiales. “La pregunta es si Al-Qaeda puede tener un liderazgo transformacional, que lleve al grupo a ensamblar lo que buscan sus afiliados, el tipo de problemas que existen en el mundo actual y los cambios en el equilibrio de poder”, apunta.
Un informe de la ONU del mes pasado indicaba que el contexto internacional era “favorable a Al-Qaeda, que pretende volver a ser reconocida como líder de la jihad global”. La pregunta ahora es si el recambio de conducción mantendrá estas pretensiones.
Talibanes: el jihadismo al poder
A diferencia de Al-Qaeda, los talibanes siempre tuvieron un objetivo local. Y lo alcanzaron: reinstaurar el “Emirato Islámico de Afganistán” que ya habían logrado entre 1996 y 2001.
El país fue el más golpeado por el terrorismo en 2021, con 837 ataques y 1426 muertes. Fue, de hecho, sede de dos de los atentados más letales del año: uno en julio de 2021, con 100 civiles muertos, que se le atribuyó a los talibanes, pero que ellos nunca reconocieron. Y otro en plena evacuación estadounidense, en el aeropuerto de Kabul, con 170 muertos, reivindicado por ISIS-K, la filial local de Estado Islámico. Esos dos episodios sumados al asesinato de Al-Zawahiri en Kabul, y la protección que le brindaba al líder la red Haqqani, demuestra la fuerte presencia terrorista en Afganistán.
Por un lado, el vínculo con Al-Qaeda –que no es reconocido públicamente- puede detonar el acuerdo de Doha con Estados Unidos del que el régimen dependía para acceder a los millones de activos afganos congelados por Washington tras la caída de Kabul en agosto del año pasado, además de exponer al país a más ataques en su territorio.
Por su parte, “ISIS-K es uno de los mayores desafíos de seguridad que enfrentan los talibanes en la actualidad, si no el mayor”, define Mines, quien destaca el poder de la filial de Estado Islámico para seducir a jóvenes reclutas, a otros grupos isamistas que están descontentos con los talibanes e incluso a desertores del régimen.
ISIS: de Medio Oriente a África
A nivel global, Estado Islámico se llevó la mayor parte de los logros de la última década, con atentados planeados a distancia en Occidente y la seducción de decenas de miles de combatientes extranjeros a sus filas en Siria e Irak durante su época dorada, entre 2014 y 2015. Pero ya sin territorio propio y con la muerte de Al-Baghdadi en 2019, el grupo también se vio obligado a recalcular.
Estado Islámico también perdió a su líder este año en una operación estadounidense: el 3 de febrero, acorralado, Abu Ibrahim al-Hashimi al-Qurayshi se inmoló en Idlib, Siria. El 10 de marzo se anunció su sucesor, Abu al-Hassan al-Hashemi al-Qurayshi, aunque ese es su nombre de combate y poco se sabe de su verdadera identidad, según el informe de la ONU del mes pasado.
“Matar a los principales líderes puede desequilibrar temporalmente al grupo, pero no son una cura para un movimiento extremista violento que se extendió por todo el mundo y se está fortaleciendo en muchas regiones”, considera Mines.
El informe de la ONU señala como las áreas más afectadas por ISIS a África y Asia Central y Meridional –especialmente, India y Pakistán-. Además, indica que el grupo sigue representando “una amenaza resistente y persistente” en Siria e Irak, y donde se estima que cuentan con entre 6000 y 10.000 combatientes, pero también sufrieron importantes pérdidas en su cúpula.
Estado Islámico mantiene ambiciones globales y una retórica anti-Occidente, aunque actualmente deba canalizarlo a través de sus operaciones regionales en otras zonas del mundo. “Al igual que al-Qaeda, ISIS ha sufrido reveses significativos y tiene que depender de sus afiliados para demostrar su viabilidad continua”, apunta Bacon.
El mayor peligro para Occidente
Entre 2007 y 2021, los ataques a Occidente representaron el 0,68 por ciento de las muertes por terrorismo en el mundo (fueron 865). No obstante, por tratarse de países que no están en guerra y donde esos episodios son menos esperados, son las muertes que más repercuten a nivel internacional.
Estas noticias, sin embargo, se redujeron en el último tiempo. Los atentados extremistas cayeron un 68% desde el pico de 2018, a un total de 113 en Europa y siete en Estados Unidos en 2021, según el recuento del IEP. De esos, solo tres –en Europa- fueron reivindicados por islamistas, la cantidad más baja desde 2014. Esto responde a un “cambio significativo en las motivaciones” de los actos terroristas: los actos de terrorismo religioso bajaron un 82% en 2021 y fueron superados por los atentados de motivación política.
Focalizándose en Europa, el reporte de la ONU tildó el nivel de amenaza terrorista como “moderado”. “ISIS y Al-Qaeda tienen recursos limitados para emprender ataques en suelo europeo. Su actividad se redujo principalmente a hacer llamamientos a sus simpatizantes para que reanuden los ataques en Europa”, menciona. También señala que el fenómeno del “lobo solitario” disminuyó y marca como focos de preocupación el reclutamiento en las cárceles y la repatriación de combatientes extranjeros.
Esto no significa que los gobiernos occidentales deban bajar la guardia. “Si elegimos olvidarnos de Estado Islámico y Al-Qaeda para centrarnos en los problemas internos y la competencia global con otras naciones, la historia muestra que podemos llegar a arrepentirnos de tal decisión, quizás antes de lo esperado”, advierte Mines.
Los especialistas también coinciden en apuntar a Estado Islámico como la mayor amenaza en Occidente.
El informe de la ONU de julio mencionaba que Al-Qaeda e ISIS “aspiran a proyectar una amenaza en zonas sin conflicto, donde los ataques generan más publicidad, lo que a su vez se traduce en mayor interés y apoyo” y, en ese sentido, apuntaba que “ISIS representa la amenaza más inmediata, aunque algunos consideran a Al-Qaeda como el grupo más peligroso a largo plazo”.
Con el nuevo contexto del grupo fundado por Bin Laden, la balanza podría inclinarse aún más en favor de Estado Islámico. “La muerte de Al-Zawahiri podría ser otro factor para que algunos miembros de Al-Qaeda se pasen a Estado Islámico”, apunta Barak, quien recuerda que ahora todas las ramas pueden decidir si renovar o no su lealtad al nuevo líder. “Cualquier sucesión es una verdadera crisis; crea oportunidades para que los depredadores intenten aprovecharse”, concluye.
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