A los 59 años, Evy, una galardonada fotoperiodista austriaca que vive en Estados Unidos, cuenta un capítulo oscuro que tuvo encerrado en su mente la mayor parte de su vida
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“Lo busqué en Google, y apareció el nombre de la instalación. ¡No lo podía creer! Tenía recuerdos de los que nunca había hablado y, de repente, ahí estaban. Todo explotó dentro de mí, salí corriendo de la casa... ¡quería gritarlo desde las cimas de las montañas!”.
En una rápida búsqueda en internet, un fantasma del pasado reapareció en la vida de Evy Mages. Era la imagen de una casa de color amarillo pálido a la sombra de los Alpes austriacos nevados en lo alto de las laderas del valle del río Inn.
Ahora es un edificio de apartamentos, pero sus paredes guardaron un terrible secreto que se le ocultó al mundo y a niños como Evy, quienes vivieron entre ellas hace años.
Evy es una galardonada fotoperiodista austriaca y vive en Estados Unidos. Pero pasó la mayor parte de su vida manteniendo un capítulo oscuro de su propia historia encerrado en su mente, demasiado doloroso para dejarlo salir a la superficie.
Ni siquiera se lo contó al terapeuta que dice le salvó la vida. Sin embargo, con esa búsqueda en internet hace unos años, empezó a enfrentarlo. Es por eso que solo ahora, a sus 59 años, es capaz de relatar lo que le ocurrió.
Aunque aún con dificultad y nerviosismo pues, a pesar de que ya se siente bien y está feliz, no ha hablado mucho de eso públicamente y es desestabilizador para ella recordar su angustiosa infancia.
Sus primeros años, incluso antes del episodio de esa casa amarilla, fueron turbulentos, solitarios, difíciles. Cuando nació en Austria a mediados de los años 60, su mamá no estaba casada y, como en muchos lugares en la época, eso era una mancha tanto para las madres como para los hijos.
Evy fue puesta bajo el cuidado de familias de acogida, orfanatos e instalaciones para niños.
Su periplo le dejó pocas memorias amables de Austria, así que cuando se mudó a EE.UU. juró no volver nunca más ni pronunciar una palabra de alemán, en un intento de evitar que los recuerdos difíciles resurgieran.
En vano: la seguían acechando en lo profundo.
“Le tengo miedo en la oscuridad, así que mantengo las luces encendidas a todas horas, y tengo una aversión al amarillo”.
Ese color es un recordatorio constante de su experiencia. “Para mí es un reto hacer las paces con el amarillo. Trato de recordarme a mí misma que es un color del Sol, de las flores y de la luz”.
Evy compra girasoles con regularidad, para tratar de reescribir el pasado y librarse de la fobia. Su esfuerzo se vio eclipsado un día de 2021 cuando hizo un descubrimiento monstruoso.
Kinderbeobachtungsstation
Había estado charlando con su hija Lily y una amiga, quienes le preguntaron sobre su niñez. “En general, era bastante abierta y cándida sobre mi pasado, pero la parte de haber estado en un hospital psiquiátrico era un secreto, porque era muy tenebroso e inidentificable”.
Pero ese día, cuando se quedó sola, buscó una dirección en Innsbruck que recordaba, y se encontró con una palabra que no había visto antes.
“Kinderbeobachtungsstation, el nombre de la instalación. Significa ‘Estación de observación de niños’. Seguí leyendo: ‘La doctora Maria Nowak-Vogl...’, y pensé: ‘Sí, creo que es ella. Creo que ese es el lugar’”.
Kinderbeobachtungsstation era un nombre nuevo para Evy; pero la persona que lo dirigía lentamente comenzó a resurgir en su mente. Y encontró más, mucho más. Había informes detallados de otras personas que habían estado allí. Relatos que tocaron la fibra sensible de su propio trauma.
Evy los leyó con incredulidad. Siempre pensó que el lugar al que la habían enviado había sido un centro terapéutico para niños con problemas, pero se empezó a dar cuenta de que su propósito era mucho más siniestro.
“Todo empezó a tener sentido. Fue realmente extraordinario tener confirmación de que ese lugar completamente horrible existía”. Y no solo existía, sino que las razones de su existencia eran muy distintas a las que había pensado por décadas. No la llevaron ahí para cuidarla, sino para que fuera sujeto de un masivo experimento.
“Mi pasado me confrontó de una manera muy profunda, e inmediatamente acepté el desafío. Tras décadas y décadas de sentir vergüenza, quería darle la vuelta a la tortilla. Una vez que te enfrentas a este tipo de información, no puedes ignorarla: debes lidiar con ella, o ella lidia contigo”.
Una noche oscura
Ahora quería saber en qué consistía ese experimento en el que había participado en aquella casa de Innsbruck. ¿Qué le habían hecho? Evy decidió retroceder en el tiempo y averiguarlo.
Cuando empezó todo, vivía con una familia adoptiva en un hostal que la madre, Anni, regentaba. “Yo no le gustaba a Anni y asumía el rol de persona sufrida que tenía que lidiar con una criatura difícil. El sacerdote me sacaba de la escuela con regularidad para regañarme por ser tan necia y hacerle pasar un mal rato a mi madre”.
La habían acogido desde que tenía unos 3 o 4 años y “desde que tengo uso de razón, ella me acusaba de dañar cosas en su casa”.
Rutinariamente, Anni la culpaba de haber roto platos o rayado paredes que ella no había tocado, y la golpeaba hasta que confesara, para luego castigarla encerrándola en el ático por horas. O le impedía usar el baño hasta que no aguantaba, lo que llevaba a otro castigo.
“No tenía a dónde ir ni a quién acudir. Ni siquiera a los de los servicios de bienestar infantil, a quienes nunca les dije lo mal que estaban las cosas porque Anni me dijo que la alternativa sería mucho peor”.
Así vivió, bajo amenazas, humillaciones y abusos, hasta que una noche a finales de diciembre de 1973, con solo 8 años, sin previo aviso, Evy fue llevada a la Casa Amarilla de Innsbruck.
“En medio de la noche, alguien vino y me sacó de mi cama y me transfirió a un automóvil”.
“Estaba oscuro, hacía frío, y tenía mucho miedo”.
“Nadie habló, y viajamos durante mucho tiempo”.
“No recuerdo quién estaba en el carro, pero sí recuerdo que Anni estaba allí cuando llegamos a Innsbruck”.
“Me dieron ropa institucional, esta ropa interior tipo bombacho grande y luego una falda envolvente”.
“Recuerdo el interior de la casa, madera por todas partes en las paredes, había una gran pecera en el pasillo”.
“En el 2º piso, había una habitación grande con un ventanal, camas apiladas con unas tarjetas de metal, y cada tarjeta tenía un color para identificar a cada niños: mi color era amarillo”.
“No recuerdo exactamente cuándo me di cuenta de que era un hospital psiquiátrico. Solo recuerdo a los adultos con batas blancas”.
“Había un fuerte olor a pegamento y un altavoz sobre la puerta durante el día que hacía muchos sonidos estridentes, muchos timbres y alarmas”.
Confundida y atemorizada, empezó a cumplir las reglas del lugar. “No nos dejaban hablar. Y el lenguaje que se permitía era abreviado. Teníamos que pedir permiso antes de hacer cualquier cosa. Entonces, por ejemplo, tendríamos que decir ‘por favor, cepillo de dientes’ o cuando comíamos, te sentabas a la mesa y decías ‘por favor, cuchara’ antes de ir por un utensilio”.
“Y tenías que comerte todo lo que había en tu plato. Cualquier cosa que dejaras, te la servían en la próxima comida, así estuviera podrida, hasta que te la comieras”.
La doctora
Casi todos los elementos sádicos que gobernaban la vida de Evy y de los niños pequeños eran una creación de la psiquiatra que dirigía el centro: la doctora Maria Nowak-Vogl.
“Era una doctora entrenada por los nazis y tenía esa ideología. Pero en Austria la veneraban. Era considerada una experta en psiquiatría infanto-adolescente y tenía estrechos vínculos con el sistema de bienestar austriaco, por lo que había un suministro interminable de niños”.
Nowak-Vogl tenía la última palabra sobre lo que sucedía en la Casa Amarilla. Elaboró una lista de reglas que todos los niños tenían que seguir, así como instrucciones para sus empleados.
“Es muy larga y absurda. Se adentra en las minucias de cosas como que tenían que revisar nuestra ropa interior ‘con los ojos y la nariz’ en busca de evidencia de nuestros hábitos de baño. Era un entorno muy intrusivo. Te vigilaban, te investigaban. Te obligaban a contarles hasta tus sueños”.
Los niños vivían aterrados: no se toleraba ningún asomo de resistencia. Evy recuerda vívidamente un momento perturbador en el que, sin querer, violó las reglas. Les habían dicho que hicieran una fila para recibir algo dulce, y cuando se lo dieron, vio que estaba “lleno de hormigas y me asusté”.
“Debo haber gritado y me levantaron los adultos con batas, me sacaron afuera, y me pusieron una inyección”.
Eso sucedía a menudo, pero a Evy y a los otros niños no les dijeron por qué o para qué eran, ni, al parecer, a ninguno de los padres o tutores. Evy lo asumió como otro castigo, pero cuando comenzó su investigación hace unos años, descubrió algo impactante.
Los “tratamientos”
Nowak-Fogl le administraba fuertes sedantes a los niños, incluyendo Rohypnol, y también una extraña hormona llamada epifisan.
Epifisan es un extracto derivado de las glándulas pineales del ganado que los veterinarios utilizaban para suprimir el período de celo en yeguas y vacas.
Aunque nadie sabía qué efectos tenía en humanos, Nowak-Vogl lo probó para suprimir los sentimientos sexuales en los niños, y desalentar la masturbación.
“Estaba obsesionada con el sexo y sexualizaba a los niños. Éramos sus objetos de prueba. Nos trataba como animales. Nos drogó con medicinas poderosas”.
Cuanto más Evy descubría sobre Nowak-Vogl, más contrariada se sentía. Se enteró de que el enfoque del médico para tratar a los niños parecía estar influenciado por la visión nazi de que los supuestos defectos de los niños “problemáticos” bajo su cargo tenían una base genética.
Eso, sumado a una cepa muy conservadora del catolicismo austriaco de la época, significaba un peligro para niños como Evy. “Por ser hija de una madre soltera, definitivamente encajaba en el molde de sus creencias de que los niños como yo éramos menos. Ella tenía acceso a los niños vulnerables, a aquellos que realmente necesitaban apoyo: éramos los indeseados, los parias de la sociedad”.
Para Nowak-Vogl, los niños zurdos o tartamudos, los que se orinaban en la cama o se masturbaban, habían nacido mal.
Creía que esos “niños defectuosos” necesitaban ser corregidos en lugar de cuidados, para proteger a la sociedad austriaca.
Y asumió como su misión personal remodelarlos para convertirlos en individuos productivos, obedientes y sexualmente “normales”.
“Las noches eran las más aterradoras”.
“Nos acostábamos con la manta bajo las axilas y nuestros brazos encima para que no nos tocáramos”.
“Los colchones tenían una alarma incorporada que les avisaba cuando alguien mojaba la cama”.
“Personas con batas blancas venían a llevarte y darte una ducha helada como castigo, y luego tenías que pararte en la esquina del pasillo, donde la única luz provenía de esa pecera”.
“Daba miedo irse a dormir”.
Luego venía la humillación pública. “Al día siguiente, los niños tenían que pararse alrededor de la cama del niño que había tenido un accidente y humillar y reírse de él”.
De las cenizas
Lo que Evy averiguó sobre ese lugar era realmente horrible, pero le ayudó a poner sus recuerdos en su contexto adecuado. “Fue absolutamente impactante descubrir que afectó a más de 3.650 niños”.
En 2013, una comisión de expertos bajo los auspicios de la Universidad Médica de Innsbruck emitió un informe condenatorio sobre el centro, afirmando que Nowak-Vogl había perpetrado abusos sistemáticos con el pretexto de tratar con niños “difíciles”.
Describió la Kinderbeobachtungsstation como una combinación de “hogar de acogida, prisión y clínica de pruebas” donde internaban niños, la mayoría de entre 7 y 15 años, por varios meses.
La Casa Amarilla funcionó durante 33 años, desde 1954 hasta 1987. Incluso después de que su proyecto se cerrara, Nowak-Vogl continuó dando conferencias en universidades y recibió una medalla de la Iglesia católica antes de su muerte en 1998.
No es de extrañar que los niños bajo su control nunca hayan cuestionado las prácticas. “Yo pensé que había sido mi culpa que me recluyeran en Innsbruck. Creo que muchos niños tienden a hacer eso”.
Evy nunca supo por qué la llevaron allá ni por qué en algún momento la enviaron inesperadamente de vuelta a vivir con Anni, su madre adoptiva, para su horror.
“Fue aterrador. Esa misma noche, en la mesa de la cena, Anni se inclinó y señaló un pequeño rayón en la silla y dijo ‘oh, ¿cómo pasó eso?’, y mi corazón se hundió. Sabía lo que eso significaba: todo había empezado de nuevo”.
Evy tuvo que soportar vivir con Anni hasta que tuvo la edad suficiente para abandonar Austria y empezar una nueva vida. Con la ayuda de amigos y a través de un trabajo en un crucero en el Caribe, llegó a Nueva York. “Me encantó. Fue el primer lugar en el que sentí que no te juzgan, que todo el mundo tiene una historia”.
“Las noches eran las más aterradoras”.
“Nos acostábamos con la manta bajo las axilas y nuestros brazos encima para que no nos tocáramos”.
“Los colchones tenían una alarma incorporada que les avisaba cuando alguien mojaba la cama”.
“Personas con batas blancas venían a llevarte y darte una ducha helada como castigo, y luego tenías que pararte en la esquina del pasillo, donde la única luz provenía de esa pecera”.
“Daba miedo irse a dormir”.
Luego venía la humillación pública. “Al día siguiente, los niños tenían que pararse alrededor de la cama del niño que había tenido un accidente y humillar y reírse de él”.
De las cenizas
Lo que Evy averiguó sobre ese lugar era realmente horrible, pero le ayudó a poner sus recuerdos en su contexto adecuado. “Fue absolutamente impactante descubrir que afectó a más de 3.650 niños”.
En 2013, una comisión de expertos bajo los auspicios de la Universidad Médica de Innsbruck emitió un informe condenatorio sobre el centro, afirmando que Nowak-Vogl había perpetrado abusos sistemáticos con el pretexto de tratar con niños “difíciles”.
Describió la Kinderbeobachtungsstation como una combinación de “hogar de acogida, prisión y clínica de pruebas” donde internaban niños, la mayoría de entre 7 y 15 años, por varios meses.
La Casa Amarilla funcionó durante 33 años, desde 1954 hasta 1987. Incluso después de que su proyecto se cerrara, Nowak-Vogl continuó dando conferencias en universidades y recibió una medalla de la Iglesia católica antes de su muerte en 1998. No es de extrañar que los niños bajo su control nunca hayan cuestionado las prácticas.
“Yo pensé que había sido mi culpa que me recluyeran en Innsbruck. Creo que muchos niños tienden a hacer eso”.
Evy nunca supo por qué la llevaron allá ni por qué en algún momento la enviaron inesperadamente de vuelta a vivir con Anni, su madre adoptiva, para su horror. “Fue aterrador. Esa misma noche, en la mesa de la cena, Anni se inclinó y señaló un pequeño rayón en la silla y dijo ‘oh, ¿cómo pasó eso?’, y mi corazón se hundió. Sabía lo que eso significaba: todo había empezado de nuevo”.
Evy tuvo que soportar vivir con Anni hasta que tuvo la edad suficiente para abandonar Austria y empezar una nueva vida. Con la ayuda de amigos y a través de un trabajo en un crucero en el Caribe, llegó a Nueva York.
“Me encantó. Fue el primer lugar en el que sentí que no te juzgan, que todo el mundo tiene una historia”.
Había logrado escapar y tenía nuevos horizontes. Pero el abuso siempre estaba ahí, en el fondo. Tenía tremendas dificultades para dormir, y desarrolló un transtorno alimenticio que le costó costó mucho superar.
“El simple hecho de aprender a comer fue realmente una gran lucha. Tras estar en la Kinderbeobachtungsstation, nunca iba a buscar la ayuda de un psicólogo por mi desconfianza hacia los médicos y la psiquiatría en general. “Sólo cuando tenía casi 30 años pude ir a terapia”.
“Valiente”
No obstante, primero en Nueva York y luego en Washington, se labró una exitosa carrera como fotógrafa, se enamoró, se casó, tuvo tres hijos y varios gatos. En 2021, cuando descubrió la verdad sobre la Casa Amarilla, Evy estaba rodeada de lo que nunca había tenido: una familia.
Todos sus hijos la acompañaron cuando regresó a Austria en busca de respuestas a los horrores de su pasado.
Se enteraron de que había una comisión oficial que investigaba lo que sucedió en la Casa Amarilla y Evy presentó una declaración.
“Un día, mientras revisaba mi correo electrónico, vi una nota de un funcionario tirolés. Era una carta oficial de disculpa, y decía: ‘Lo que te pasó nunca debería haber sucedido. Solo puedo prometerte que aprenderé de tu historia’.
“Fue muy significativo. Sentí como si hubiera un reconocimiento oficial de lo que nos pasó a muchos de nosotros, de que ahora se consideraba realmente erróneo e indescriptible lo que no hace mucho era completamente aceptable”.
En uno de sus viajes, Evy fue a ver a Anni.
“Fue sorprendentemente amable. Creí que la vería por 10 segundos y luego me echaría. Estaba lista para enfrentarme a algo realmente aterrador. Pero me encontré con una anciana feliz de verme y conocer a mi hijo”.
Cuando Anni se disculpó con ella (tras decir que ambas habían sufrido), lloró y Evy la consoló. “No le deseo el mal. Simplemente no perdono a los abusadores de niños”.
Tras su vorágine, Evy dice que se siente distinta que hace un par de años. “El proceso de desenterrar todo esto realmente me cambió. Duermo bien, tengo más confianza, estoy en una situación mucho mejor”.
En una de sus visitas a Austria, Evy se apoderó de un archivo con documentos de su tiempo en la Casa Amarilla. En uno de ellos, alguno de esos adultos en batas blancas había hecho una evaluación de ella. Decía: “La menor es lo suficientemente valiente como para afirmarse en la vida”.
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