Nueva encíclica: la segunda pata del mensaje de Francisco
¿Qué camino vislumbra el Papa a partir de la pandemia? Después de Laudato si’, centrada en el cuidado de la casa común, Francisco ofrece ahora una encíclica sobre la fraternidad entre los pueblos y la amistad social. Había recogido el amor de san Francisco de Asís por todas las criaturas, y ahora retoma su llamado a la hermandad. Porque "nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana".
Si queremos precisar más todavía, se trata del amor que nos une en sociedad, tanto dentro de cada nación como en una dimensión universal. Varios párrafos están dedicados a reflexionar sobre la relación entre el amor a lo local y la apertura a todos los pueblos. Ya en un documento anterior había utilizado un poema para invitar a dilatar el amor de la pareja hacia un amor más amplio: "Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo, y en la calle codo a codo somos mucho más que dos".
Hoy, que estamos acostumbrados a lecturas rápidas, buscando sólo alguna frase polémica, tenemos el riesgo de no valorar la honda reflexión que ofrece esta encíclica. Porque su propuesta no se condensa en párrafos sueltos sino que supone una lectura completa donde los distintos temas se iluminan unos a otros. Sólo en su conjunto se comprenden adecuadamente.
No se dirige sólo a los cristianos, sino que entra en diálogo "con todas las personas de buena voluntad". Su mensaje llega a un mundo que intenta reponerse frente al virus que echó por tierra las falsas seguridades posmodernas y tecnocráticas. Su propuesta es volver a poner el amor a la humanidad en el centro, de manera que en este mundo ninguno viva indignamente y podamos arropar y promover a todos, porque cada ser humano posee una dignidad inalienable.
Francisco lamenta que, después de algunos avances hacia una Europa unida, una integración latinoamericana y otros intentos, el mundo esté retrocediendo hacia posiciones cerradas, xenófobas, violentas y fundamentalistas de diversos colores. Por eso recuerda que "el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día". Sobre todo ahora, que se va gestando una cultura homogeneizante que unifica al mundo pero divide a las personas y a las naciones. A la vez todo se orienta a exasperar y "el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación".
Al mismo tiempo, "partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites", de manera que "los derechos humanos no son iguales para todos". De este modo, alguien puede ser un ciudadano con todos los documentos, pero vive como un extranjero en su propia tierra.
En el contexto de este llamado a la fraternidad, se detiene en varios temas polémicos, como la firme oposición a la pena de muerte, un decidido rechazo de la llamada "guerra justa", las migraciones, la trata de personas, el poder internacional, la espiritualidad de la política, el diálogo y la creación de consensos, la memoria colectiva, la artesanía de la amistad social y el rechazo de toda violencia en las religiones.
Propone también un nuevo modo de entender la función social de la propiedad. Lo hace a la luz del derecho de cada uno a una vida digna más allá del lugar donde le tocó nacer o de las circunstancias en las que creció: "No cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades". ¿Qué es la fraternidad si se ignoran estas inequidades, si no se permite a alguien desarrollarse "aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones"?
No obstante, contrariamente a lo que dicen de Francisco sectores radicalizados de nuestro país, en ningún momento propone un asistencialismo que fomente la pereza y la dejadez. Al contrario, vuelve a sostener que "el gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular –porque promueve el bien del pueblo– es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna". Trabajo para todos en lugar de subsidios para todos, para que se desarrollen las capacidades de cada uno: esta es una de sus grandes consignas sociales, porque "no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo".
Podríamos pensar que habla para la Argentina, por ejemplo, cuando critica tanto los defectos de las visiones populistas como de las posturas liberales. Pero otra vez olvidaríamos que Francisco recibe constantemente informes de todas partes del mundo, aun de lugares remotísimos para nosotros pero que para él son igualmente importantes. Habla para el planeta. No obstante, hay un párrafo que sí nos dedica, cuando dice que "en la Argentina, la fuerte inmigración italiana ha marcado la cultura de la sociedad, y en el estilo cultural de Buenos Aires se nota mucho la presencia de alrededor de 200.000 judíos. Los inmigrantes, si se los ayuda a integrarse, son una bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a una sociedad a crecer". Quizás nos está proponiendo ser fieles a nuestros propios orígenes para que no perdamos esa apertura generosa capaz de abrir un espacio para todos.
Ojalá que estas reflexiones de Francisco nos inspiren para que en nuestro país no salgamos peores de esta pandemia y seamos capaces de engendrar un mundo más humano. Ojalá que las diferencias políticas e ideológicas no nos hagan perder este gran sueño de una fraternidad universal donde nadie quede afuera.
*El autor es arzobispo de La Plata
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