La saga de Donald Trump, parte de una preocupante “era de impunidad” que se extiende a nivel global
Los reportes indican que el sistema de rendición de cuentas flaquea en varios países; Estados Unidos figura en la mitad del ránking en el Atlas de la Impunidad, cerca de la Argentina
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WASHINGTON.- El relato ya está instalado. Ninguna revelación que pueda surgir de la lectura de cargos contra Trump en un juzgado de Manhattan logra aplacar a la furibunda indignación de sus partidarios ante el mero hecho de su procesamiento. De hecho, una causa potencialmente endeble -construida sobre una hipótesis legal nunca ensayada que vincula las violaciones al financiamiento de campaña con los supuestos “pagos de silencio” de Trump a una actriz porno- podría fogonear aún más la furia de la derecha norteamericana.
Como es objeto de otras investigaciones en marcha, Trump enfrenta la posibilidad de otros procesamientos penales durante este año. Para muchos norteamericanos, eso refleja su inédito historial de comportamiento y forma de gobernar, y lo ven como una señal de que las instituciones del país son capaces de garantizar que nadie esté por encima de la ley. Aunque histórico en Estados Unidos, en otras democracias firmes hay muchos precedentes de exmandatarios que debieron responder ante la Justicia por abuso de poder y corrupción.
Pero para los simpatizantes de Trump, tanto en Estados Unidos como en otros lugares, el procesamiento sin precedentes de un expresidente norteamericano no es más que una “caza de brujas”, un hecho que puede presagiar violencia política y una profundización del deterioro democrático. “Acá el mensaje implícito es que el precio de la paz social es la impunidad absoluta de Trump”, escribieron Greg Sargent y Paul Waldman en The Washington Post, en referencia a los republicanos de línea dura. “La insistencia en que Trump debe quedar por encima de la ley, sin importar sus delitos, atraviesa todas las reacciones que ha tenido el Partido Republicano.”
El apoyo a Trump desde el extranjero llegó de los rincones esperables. El lunes por la mañana, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, tuiteó una foto dándose la mano con el expresidente frente a la Casa Blanca -dos correligionarios nacionalistas iliberales-, junto a este mensaje: “¡Siga luchando, señor presidente! Estamos con usted”.
Keep on fighting, Mr. President! We are with you, @realDonaldTrump pic.twitter.com/EZFMYHDRzl
— Orbán Viktor (@PM_ViktorOrban) April 3, 2023
Orban es muy admirado por la derecha norteamericana precisamente por haber torcido a su favor el sistema político de su pequeña nación, sometiendo al Poder Judicial, cooptando a los medios independientes y debilitando a la sociedad civil. El gobierno de Orban ha enfrentado mociones de censura de la Unión Europea por su socavamiento del Estado de derecho, pero en opinión del mandatario, es imprescindible cuando se lucha contra adversarios liberales muy afianzados. “Para ganar no alcanza con saber por qué se lucha”, dijo Orban en agosto ante una multitud de admiradores de derecha en Texas. “También hay que saber cómo luchar: mi respuesta es que jueguen con sus propias reglas”.
El deseo de los líderes políticos de “jugar con sus propias reglas” cunde en muchas partes del mundo. Al presidente Joe Biden y a algunos de sus colegas de Occidente les gusta enmarcar el abrumador desafío que enfrenta la política en todo el mundo como un coche entre democracia y autocracia en la arena internacional, pero tal vez haya una interpretación más aguda de esa contienda: “El gran peligro no es solamente que la democracia está bajo ataque, sino que el imperio de la ley y los sistemas de rendición de cuentas se están erosionando en todos los aspectos de la vida”, escribió David Miliband, expolítico británico y actual presidente y CEO del Comité Internacional de Rescate, una organización no gubernamental creada por iniciativa de Albert Einstein en 1933.
En febrero, Miliband y su equipo, junto al Consejo de Asuntos Globales y la consultora Eurasia Group, publicaron un relevamiento de los problemas que enfrentan los sistemas de rendición de cuentas en muchos países. Ese Atlas de la Impunidad, como lo titularon, hace un ranking de 163 países en base a datos que relevan cinco dimensiones de impunidad: responsabilidad de gobierno, abuso de los derechos humanos, guerra, explotación económica y daño ambiental.
La cabeza y la cola de ese ranking arroja un panorama conocido: Finlandia y los países nórdicos tienen los niveles más bajos de impunidad, mientras que los países asolados por la guerra, como Afganistán, Siria, Yemen y Myanmar tienen los más altos. Rusia, cuya arrasadora invasión a Ucrania y su catálogo de crímenes de guerra constituye uno de los ejemplos de impunidad más flagrantes del escenario internacional, también está muy abajo en la lista, junto con China.
Lo más revelador es que Estados Unidos figura a mitad de la lista, más cerca de países como la Argentina y Sudáfrica que de sus pares del G-7, como Alemania y Japón. En parte eso se debe a lo que Miliband describe como “calificaciones regulares en discriminación, desigualdad y acceso a la democracia”, sumado a su historial de gran exportador mundial de armas.
Pero ese análisis refleja implícitamente la huella dejada por Trump. Su polarizante movimiento político, su desprecio de las normas democráticas y su fogoneo de un estilo de ultranacionalismo político que parece tendiente a restringir el derecho al voto, entre otros puntos de una agenda que sus detractores consideran antidemocrática, han redoblado el riesgo que corre la política en Estados Unidos. Por otra parte, su escabrosa carrera empresaria, por no hablar de sus polémicos años en la Casa Blanca, revela que Trump es una figura que hace largo tiempo se viene beneficiando de la cultura de impunidad que rige en las élites norteamericanas.
Pero sobre todo, el caso de Trump muestra que el concepto de “democracia versus autocracia” de Biden se queda corto. Según la mayoría de los indicadores, en Estados Unidos la democracia goza de mejor salud que en muchos otros países, pero sus divisiones y su agitación política cuentan una historia diferente. “Aunque la democracia liberal es ciertamente importante para garantizar la rendición de cuentas ante la ley, tampoco es suficiente”, dice Ivo Daaler, presidente del Consejo de Asuntos Globales, con sede en Chicago. “Y aunque la prosperidad económica también importa, más importante aún es que la riqueza tenga una distribución amplia y equitativa.”
Una de las conclusiones más interesantes del Atlas de Impunidad es que ninguna de las grandes potencias -ya sean globales, como Estados Unidos y China, o gigantes regionales, como la India o Brasil- sale bien parada en esa lista.
“Tal vez no debería sorprendernos que en los países más poderosos haya mucha impunidad, ya que justamente la impunidad que vemos en el mundo es producto de la falta de controles sobre el poder”, señala el informe central del Atlas de Impunidad.
“Eso debería darles que pensar a los analistas norteamericanos que creen que su país puede cumplir un rol positivo en la defensa de un sistema de reglas que el propio Estados Unidos cumple menos que sus pares”, señala el informe. “Pero nuestras conclusiones también resaltan el peligro de que el mundo sea dominado por cualquier otra superpotencia, como China, que tampoco ha logrado crear sistemas internos de rendición de cuentas”.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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