LA NACION publica una cobertura especial de las elecciones presidenciales en Estados Unidos: La ruta a la Casa Blanca, un recorrido por los estados donde las campañas de Donald Trump y Joe Biden pelean voto a voto. Segunda entrega de un viaje por Pensilvania, Ohio, Michigan y Wisconsin.
PITTSBURGH, Pensilvania.- Para recuperar la Casa Blanca, Joe Biden y los demócratas confían en mujeres como Tracy Pedaline. Enfermera, 44 años, madre de tres hijos, Pedaline es progresista y siempre votó a los demócratas. Pero este año es diferente: Pedaline se metió de lleno en la campaña, recluta votantes, y muestra sus banderas. Fuera de su casa en Beaver, unos los suburbios que rodean a Pittsburgh, colgó una bandera en un mástil con el nombre de Biden y su compañera de fórmula, Kamala Harris, y otra más en una ventana donde se lee: "Chau, Don".
"Soy demócrata de toda la vida, pero no me involucré realmente hasta 2016, cuando Trump ganó. Siento que ahora mi misión es cumplir con mi parte para sacarlo", afirma Pedaline.
Ansiosa por ver derrotado a Donald Trump, a quien aborrece, Pedaline ahora busca votos para Biden.
"Logré que dos de mis hijos se anotaran para votar, y también mi marido, que se anotó por primera vez en su vida, y tiene 40 años, y este año va a votar por primera vez", cuenta. "Estoy trabajando en ella", dice mientras señala a su hija, Alexa, quien aún duda de darle el primer voto de su vida a los demócratas.
Pensilvania es uno de estados pendulares –quizá el más importante de todos– que decidirá la elección presidencial en Estados Unidos. James Carville, uno de los estrategas del triunfo de Bill Clinton en las elecciones presidenciales de 1992, acuñó una frase sobre la política de Estados Unidos que quedó para la posteridad: "Pensilvania es Filadelfia y Pittsburgh, con Alabama en el medio". Las ciudades son bastiones demócratas, pero el resto del estado, donde la agricultura tiene una convivencia difícil con el fracking, es conservador. En el medio, la batalla por la presidencia se libra en suburbios como Beaver.
La "ola azul" que le permitió a los demócratas recuperar la Cámara baja del Congreso hace dos años ganó fuerza en los suburbios. Este año, Trump repite una misma advertencia: si ganan los demócratas, los suburbios desaparecerán, un mensaje apocalíptico que busca revertir la sangría. Su discurso a favor de "la ley y el orden" está dirigido a las familias y a madres suburbanas, como Tracy Pedaline. Pero Pedaline no puede ver a Trump.
"Realmente me desagrada mucho. Es lo que más importa. No tiene moral. Mi odio por él mueve todo esto, creo que no me importaría a quién hubieran puesto los demócratas porque creo que cualquiera es mejor que él", se despacha, y aclara: su primera opción era el senador socialista, Bernie Sanders, no Biden. Luego, sigue su descargo contra persona: "No creo que sea buena persona, no creo que le importe la gente. Todo lo que sale de su boca es mentira. El odio. Predica el odio. Es muy sucio, no es una buena persona".
Pedaline vive en un suburbio republicano. En 2012, Mitt Romney ganó el condado de Beaver por poco más de 6 puntos, pero Barack Obama logró retener Pensilvania y la Casa Blanca. Cuatro años después, Trump, que forjó su ascenso con el respaldo de los trabajadores y las zonas rurales, se impuso a Hillary Clinton allí por más de 18 puntos. "Gente que nunca había votado salió a votar por este presidente", dice Sam DeMarco, jefe del partido republicano en el condado donde está Pittsburgh. En la ciudad, los demócratas superan 2 a 1 a los republicanos. Por eso DeMarco tiene una misión: garantizar que los 250.000 republicanos registrados en Pittsburgh vayan a votar. El resto dependerá de suburbios como Beaver, donde el respaldo a Trump es visible, pero menos que en las zonas rurales.
Armas y seguridad nacional
"No podés discutir con el éxito", afirma Mark Peterson, un republicano de 55 años, al hablar de Trump en la puerta de su casona, con un amplio y prolijo jardín en el frente, donde hay dos carteles del presidente clavados.Peterson vota pensando en la economía, la protección del derecho a portar armas, la seguridad nacional y la salud. Ningunea –como muchos otros republicanos– las críticas a Trump y a su manejoa de la pandemia, o los cuestionamientos a su estilo. Por el contrario, Peterson cuestiona las protestas contra el racismo, y el movimiento Black Lives Matter: dice que está atado a Antifa y al marxismo. Cuando se le pregunta qué está en juego, responde sin titubeos: "La república".
Pedaline cree que hay muy pocos indecisos en Beaver, pero sí mucha gente que no votó antes, y a quienes trata de convencer de hacerlo. Además de sus hijos y su marido, también empuja a su cuñado, y a una hermana. Conoce a mucha gente que votará a Trump –incluidos algunos de sus pacientes–, le cuesta mucho entenderlos, y reconoce que no cambiarán de opinión. La forma de derrotar a Trump, cree, es sacar a votar a más gente, sobre todo a los jóvenes. Esa tarea comienza en su casa. Mira a su hija, Alexa, quien aún está en duda. Ninguno de los candidatos la convence, y al hablar de cambio climático admite que "debería importarle más". En ese instante, Alexa parece afuera de la elección. Pero Tracy Pedaline no se rinde.
"Estoy trabajando en ella", insiste.
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