La revolución inesperada. Hasta dónde puede llegar la revisión del pasado que conmociona a EE.UU.
Mientras todo el mundo se rasgaba las vestiduras por la eliminación de Lo que el viento se llevó del catálogo de HBO y lo que ello significa para la cultura occidental, en casa de esta redactora, la plena conciencia de la revolución cultural que se está viviendo vino por un costado muy distinto: la amenaza de acabar con Paw Patrol.
Paw Patrol -conocida en América latina como Patrulla de cachorros- era la serie de dibujos animados preferida del hijo menor hasta los cuatro años (cuando la reemplazó por Ninjago, y todo pasó a ser artes marciales). Paw Patrol cuenta la historia de un grupos de cachorros que trabajan juntos para solucionar problemas. Su lema es ninguna tarea es demasiado grande, ningún cachorro es demasiado pequeño, y algunos de los personajes principales son Marshall, el dálmata bombero; Rubble, el bulldog carpintero, y Everest, la husky siberiana rescatista de alta montaña. Pero el líder suele ser Chase, un ovejero alemán que trabaja de… policía.
Tras el brutal asesinato de George Floyd en manos de un policía de Mineápolis, ante colegas que miraban y no hicieron nada, irrumpieron una serie de protestas seguidas, en muchos casos, de actos de violencia y vandalismo que tuvieron repercusión en todo el mundo. Floyd era negro, y el episodio puso en relieve la historia de gravísimos abusos de parte de la policía hacia los afroamericanos. Luego siguió un movimiento para hacer algo al respecto. Y así como la condena al asesino, a los abusos y al racismo fue universal, qué hacer al respecto está resultando evidentemente más complicado. Entre las propuestas y acciones hay lo que muchos catalogan de excesos peligrosos, como el movimiento para sacar el financiamiento a la policía, que hasta Bernie Sanders, el referente más a la izquierda de los demócratas, inmediatamente criticó. Otras propuestas son considerablemente más banales, como eliminar toda representación, en la tele y el cine, de policías que se comportan de forma adorable y no son en absoluto sádicos ("Mi hija de tres años urgentemente necesita ver un episodio donde el perrito Chase muele a palos a un gatito, y luego va a la cárcel; todo va a estar bien entonces", ironizó una lectora tras el análisis del caso de Paw Patrol en The New York Times).
Entre medio hay un sinnúmero de opciones y proyectos. Pero lo que básicamente tienen en común es un sentimiento de que ya nada podrá ser lo que era y que estamos viviendo un cambio cultural. Aunque respecto a cuán profundo es realmente y cuánto es apenas maquillaje y un mero deseo de mostrarse haciendo lo que es considerado correcto en este momento es, también, un tema de debate.
Y es, también, un tema de lenguaje, con una plétora de nuevos conceptos que están inundando el hablar cotidiano.
Activismo performativo
La América corporativa, incluyendo los gigantes de Wall Street, Silicon Valley y el comercio minorista, está ahora comprometiéndose a tomar un papel más activo en la lucha contra lo que llaman el racismo sistémico en Estados Unidos, pero un análisis de los antecedentes muestra que repetidamente se han quedado cortos respecto de instrumentar grandes cambios.
Esta vez las industrias y empresas corrieron a mostrarse en acción. Uno de los símbolos más polémicos vino de parte de Jamie Dimon, CEO de JP Morgan Chase, quien se arrodilló junto a los empleados de una de las sucursales del banco más grande de EE.UU. Dimon, vestido con shorts, zapatillas y máscara, adoptó la pose que fuera tan controvertida de Colin Kaepernick, el jugador de fútbol americano que se negó, en protesta por el racismo, a pararse cuando tocaban el himno nacional antes de un partido en 2016.
Kaepernick quedó fuera del circuito. Aunque sus detractores señalan que desde hacía un tiempo no lograba sus rendimientos anteriores, consiguió un contrato multimillonario con Nike y se volvió un activista reconocido. Y ahora hasta Trump escribió en Twitter que, si está jugando bien y no es meramente por su activismo, debería volver a la liga.
Kaepernick había recibido críticas de afroamericanos que consideraban que, por ser de padre negro pero de madre blanca, y criado en una familia de adopción blanca, perdía autenticidad su gesto. Verlo al blanquísimo Dimon hacerlo, fue, por supuesto, llevar esto al extremo.
Algunos, incluso, catalogaron a su acción con los términos de moda, activismo performativo y virtue signaling (virtud de exhibición). Así se describen ahora los gestos diseñados para parecer virtuosos, pero que de tan obvios y forzados pueden resultar contraproducentes al hacer que se vea como superficial un mensaje profundo –con el cual, acaso, estaban genuinamente comprometidos–.
Empresarios, políticos y celebridades quedaron atrapados en esta serie de acusaciones, por mejor que hayan sido sus intenciones y aunque hubiera casos en los que, de hecho, estuvieran trabajando para un cambio.
El ejemplo más emblemático fue el de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes. Junto con un grupo de destacados políticos demócratas, Pelosi eligió homenajear a George Floyd y protestar contra la violencia policial yendo al Capitolio con una estola de Kente como complemento a su traje colorado brillante.
La estola de Kente es el tradicional textil a rayas de Ghana. Se supone que la estola era una muestra de solidaridad con la comunidad negra –de hecho, declararon que habían sido distribuidas por el Caucus Negro del Congreso–. Pero cuando la cámara mostró la imagen de los congresistas, incluidos varios hombres blancos mayores, llevando un tejido tradicional africano, la respuesta de muchos fue de espanto y de sentirlo como una burda apropiación cultural. El senador Cory Booker, el único político afroamericano de ese grupo, al principio optó por no llevar una, y la foto de él mirándolo todo con el ceño fruncido caló profundo. "Parecía el único ejemplo de sentido común", señaló The New Yorker, la revista por excelencia de la centroizquierda intelectual y progresista de la ciudad.
Para los críticos, se trató de un ejemplo fallido de lo que suele llamarse diplomacia de la moda, es decir, el intento de mostrar con la ropa un sentimiento de unión política, u homenajear a un grupo. "Lo que se proyectó, en vez, fue similar a esas imágenes históricas de líderes políticos blancos envueltos en la ropa tradicional exótica de los países que explotaban –subrayó el semanario–. Sin darse cuenta, al llevar esa estola enfatizaban el sentimiento de que los americanos negros son extranjeros en su propio país".
Enfundados en sus estolas Kente, los políticos se arrodillaron en el Capitolio imitando la pose del policía blanco sobre Floyd, durante ocho minutos y 46 segundos, el tiempo en que lo mantuvo asfixiado.
Todo el mundo habla de esto que The New Yorker llamó el montaje teatral de los representantes, que en ese momento estaban reunidos para introducir legislación que, se esperaba, podía conllevar un cambio en términos de justicia, y cuyos pros y contras ameritaban un debate serio en la opinión pública. El debate por la legislación quedó, evidentemente, en el olvido. Con esa imagen, "le pasaron una topadora por encima", sintetizó la revista.
Todos contra Hermione
En cuanto a las celebridades, cada gesto fue diseccionado. Tras el asesinato de Floyd, durante lo que se llamó Blackout Tuesday, millones de personas, incluidos los grandes influencers del momento, mostraron solidaridad en sus redes sociales con el movimiento #BlackLivesMatter, cambiando sus logos por una pantalla negra.
Emma Watson, la Hermione de Harry Potter, prolijamente publicó la pantalla negra…, pero le puso un fino marco blanco. Las críticas fueron brutales. La acusaron de haberlo hecho para que no desentonara con la estética de su página de Instagram, y que, habiendo sido tal vocal activista para los derechos de las mujeres, no hizo mucho más y mucho más rápido.
Ver esta publicación en Instagram#blackouttuesday #theshowmustbepaused #amplifymelanatedvoices #amplifyblackvoices
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"Todavía estoy aprendiendo las formas en las que, de manera inconsciente, apoyo y perpetúo un sistema que es estructuralmente racista", inmediatamente se disculpó Watson en los medios sociales, y prometió compartir links para llevar a todos a "investigar, aprender y escuchar", en sus cuentas de Twitter e Instagram. Por ejemplo, Watson publicó entonces una nota de la revista Vogue británica donde Yomi Adegoke, una reconocida escritora inglesa de origen nigeriano, cuestiona la actitud de lo que se llama activismo pics or it didn't happen. Traducida algo así como imágenes o no paso nada, quiere decir que si alguien no publica una imagen elocuente en sus medios sociales tras un acontecimiento como el asesinato de George Floyd, es como si activamente lo negara.
Es "como si una donación para una causa valiera menos si no fuese hecha pública, como si uno es débil si elige contribuir a una causa silenciosamente", escribió Adogoke.
Esto irritó aún más a muchos de los millones de seguidores del Instagram de Watson. "Hermana, este era tu momento de actuar rápido como en otras oportunidades hiciste. Si tenés una enorme plataforma de seguidores, era el momento de usarla, no de ponerte a pensar", es el tipo de comentario que se multiplicó. Otros la defendieron a capa y espada señalando su activismo pasado. Y otros, por el contrario, se ofendieron por su admisión automática de white guilt, la autodeclaración de culpabilidad simplemente por tener la piel blanca, que muchos ven ahora como un acto reflejo ante cualquier ataque, y critican por ser la única reacción políticamente aceptable.
Lo que sobre todo este episodio evidenció fue que en este giro cultural, una de las grandes características es que el silencio ya no parece una opción válida. Mismo en Southampton, el balneario más tradicional de Nueva York, desde donde se escriben estas líneas, buena parte de las coquetas boutiques de las calles principales fueron adornadas por los propios dueños y empleados con cartones con leyendas alusivas como White Silence is Violence (el silencio de los blancos es violencia). Adegoke señala que la condena social para quien no se manifiesta es evidente.
Pero aun desde sectores progresistas, crece la alerta de que se está coqueteando con una nueva era de intolerancia, donde un grupo busca eliminar el pasado y reescribir la historia eliminando complejidades y sin dar mayor lugar a la reflexión. "Es mucho más fácil derribar una estatua que hacer el duro trabajo de buscar la culpa en lo profundo del alma de cada uno y hacer una expiación colectiva", escribió un lector de The New York Times.
Porque al abrir el diario, el tema de las estatuas está a la orden del día. Ya no se trata solo de las estatuas de los confederados en el sur. Se eliminó la estatua de Teddy Roosevelt de la entrada del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York; un grupo prendió fuego a la estatua de George Washington en Portland, y miembros del Consejo de la Ciudad de Nueva York están luchando para eliminar de la municipalidad la estatua de Thomas Jefferson, tercer presidente de la historia de los Estados Unidos. Tampoco se salvo la figura de Cristóbal Colón, que desde hace años es motivo de discordia entre las comunidades originarias y los italoamericanos.
En internet, también es fácil escuchar una sola voz. Gillian Tett, periodista de Financial Times, comparó las noticias que uno recibe online con una "cámara de eco polarizada", ya que "los algoritmos componen un perfil del usuario" y le envían información acorde.
Tett, cuyas hijas adolescentes son birraciales, según las denominó ella misma en una nota en el matutino, lamentó que estas solo recibieran una visión monolítica sobre lo que pasó, lo que pasa y lo que hay que hacer. "Quiero escuchar distintos puntos de vista –subrayó–. Y creo que los adolescentes deberían tener esa oportunidad también".
Porque el panorama no podría ser más complejo. Un ejemplo es cómo entran a jugar en esto –o quedan excluidas o en las antípodas– las otras minorías. Siempre se repite aquí que los afroamericanos son el único grupo que llegó a Estados Unidos. contra su voluntad, y eso cambia todo. Pero los latinos tienen también una larga historia de problemas de discriminación y violencia policial. Como hay tantos ilegales, o con familiares ilegales, existe mucho miedo a hacer cualquier denuncia, y no tienen la protección de poder ir a los hospitales o cobrar un seguro de desempleo. Además, está la barrera idiomática. A pesar de estar desprotegidos, muchos hacen los trabajos que nadie más quiere hacer. Y en Nueva York, por ejemplo, hay muchos latinos de piel negra.
Cuando ocurrieron las manifestaciones y se extendía la violencia, salieron casos como los del barrio mayoritariamente dominicano de Inwood, donde un grupo de vecinos –entre los que había latinos negros– fueron filmados echando e insultando a quienes consideraban que venían a saquear. Casos como estos son difíciles de incorporar cuando se intenta analizar una situación sin sus distintos matices.
¿Qué va a pasar, entonces? Más allá de la influencia de lo estrictamente político en un año electoral, en el mejor de los casos se está camino a un futuro mas justo, con excesos del proceso que se moderarán. Otros piensan que lo que más marcará los años venideros es la polarización y la pérdida de un debate público que celebra la libertad de pensamiento y la posibilidad de exteriorizar, o no, lo que se hace respecto de una causa. Y están quienes son bastante escépticos de todo. Consideran que mucho de la explosión y la protesta social tuvo que ver con la pandemia, con la cantidad de gente en las casas sin nada que hacer (lo cual constituía un hervidero para algo así), y que con la vuelta al trabajo y la vida cotidiana todo perderá pasión. Y que mucha de esa pasión, bueno, era sobre todo performática, y que no habrá cambios sustanciales.
Para esta redactora, aun en la turbulencia del momento hay cosas positivas para rescatar. En el caso de Inwood, todos se amigaron. Paw Patrol, por ahora, sigue en la grilla. HBO ya anunció que repondrá Lo que el viento se llevó con una explicación que contextualiza las actitudes durante la Guerra Civil a cargo de una reconocida profesora de cine afro-americano de la Universidad de Chicago, Jacqueline Stewart. "En este momento, la gente se está volcando a las películas para los temas de raza, y los libros mas vendidos en Amazon son sobre la inequidad racial y el anti-racismo. Puede ser que estemos en camino a una de las conversaciones nacionales al respecto más honestas, informadas y productivas en la pantalla y en la vida real", dijo Stewart.
Claro que muchos dudan de esto citando un contexto de lo que llaman cancel culture. Escribiendo en el diario Chicago Tribune, John Kaas lo describió como una especie de macartismo a la inversa, que pone una enorme presión social para eliminar cualquier crítica a una visión monolítica de lo que está pasando. Incluso, sostiene Kaas, esta cancel culture ocurre dentro de la izquierda misma. Dice que las alas más radicales buscan que queden como políticamente incorrectos los gestos e ideas de quienes se acercan, desde la izquierda, más al centro. Pero por todo esto la vuelta de Lo que el viento se llevó, con una académica dando su punto de vista, es un símbolo de cómo sí se puede seguir adelante.
Y en cuanto a las estatuas, al menos hay un movimiento para reemplazar las de confederados por otras de Dolly Parton. Fuera de Estados Unidos, Parton es conocida como una estrella de la música country (vendió 100 millones de copias de sus álbumes) con una estética marcadamente kitsch. Pechos gigantes ("levantados quirúrgicamente pero nunca aumentados", suele subrayar), pelo platinado batido, ropa ultra ajustada y tacos altísimos, es, además, ícono gay y uno de los personajes más emulados por las drag queens.
Pero en su Tennesee natal es figura de adoración por algo que no tiene nada que ver con su voz ni su apariencia. The New York Times señaló que a Parton se la conoce allí como "La Jesús de la zona de los Montes Apalaches".
Parton fue la cuarta de 12 hijos nacida en una de las zonas más pobres de Estados Unidos. Su padre era un granjero analfabeto y Parton dedicó su vida a promover la lectura entre la gente más vulnerable como arma para combatir la desigualdad desde el comienzo. Armó una fundación que envía a niños en situación de riesgo un libro por mes desde que nacen hasta que llegan a preescolar. En 2018, la Biblioteca del Congreso realizó un homenaje a Parton con motivo de los cien millones de libros ya enviados a chicos –y esto sin siquiera mencionar la cantidad de becas que dio a estudiantes–. Además, es una de las grandes donantes de la Cruz Roja, de la protección de los animales y de la vida salvaje. Este año destinó un millón de dólares para la investigación universitaria sobre Covid-19 y trabajó activamente para que otros siguieran su ejemplo. Y la lista sigue…
Por ahora la iniciativa, cursada al senado y al gobernador de Tennesee, tuvo enorme repercusión mediática. Esta redactora, que no conocía la historia, quedó debidamente impresionada. Pase lo que pase, está considerando seriamente poner su propia estatua de Parton (o, con el humor emblemático de la reina de Nashville, inflable para la pileta) cuanto antes en el jardín.
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