La retirada de Afganistán obliga a aliados y enemigos a reconsiderar el rol global de EE.UU.
Mientras los países europeos temen una nueva ola de refugiados, China y Rusia buscan acercarse al régimen talibán
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WASHINGTON.– La decisión del presidente Joe Biden de retirar a las tropas norteamericanas de Afganistán desencadenó un replanteo a escala global sobre el papel de Estados Unidos en el mundo, mientras los aliados de Europa debaten si no deberían tomar un rol más activo en temas de seguridad internacional, y Rusia y China evalúan cómo impulsar sus intereses en un Afganistán gobernado por los talibanes.
El desafiante discurso del lunes de Biden, donde defendió “cerradamente” el retiro de las tropas de Estados Unidos, también reavivó uno de los debates más candentes de la era post 11 de Septiembre: ¿una retirada de Afganistán transmite debilidad, invita a la agresión y destruye la capacidad de Estados Unidos de liderar el escenario internacional? ¿O refleja un realineamiento inteligente de los intereses nacionales, deja a Estados Unidos en mejor situación para enfrentar los nuevos desafíos del siglo XXI y envía un mensaje claro a sus aliados y sus adversarios por igual, sobre en qué cosas está dispuesto a gastar recursos Washington y en cuáles no?
En la reunión de emergencia de los ministros de la Unión Europea celebrada este martes, los funcionarios hicieron inusuales críticas a Washington, por generar el riesgo de una ola de refugiados hacia las fronteras de Europa y por facilitar la reinstalación de una plataforma para el terrorismo en Asia Central.
“Este tipo de retiros de tropas generan caos”, dijo Artis Pabriks, ministro de Defensa de Letonia, citando el abandono de los proyectos de construcción de la nación a largo plazo y recalcando que serían básicamente los europeos quienes sufrirían las consecuencias de la retirada norteamericana. “Se terminó una era. Lamentablemente, Occidente, y Europa en particular, están mostrando una creciente debilidad”.
Armin Laschet, el alemán conservador candidato a suceder a la canciller Angela Merkel, calificó el retiro de tropas como “la mayor debacle de la OTAN desde su fundación”.
En cuanto a China, donde la retirada de Estados Unidos genera riesgos y oportunidades a la vez, el canciller Wang Yi le dijo telefónicamente al secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, que la apresurada salida de las tropas estaba causando “un fuerte impacto negativo”.
Wang Yi también ahondó en las implicancias más amplias de la retirada, y dijo que demostraba la incapacidad de Estados Unidos para transponer un modelo de gobierno a un país con rasgos históricos y culturales tan diferentes.
Afirmaciones falsas
Pero los críticos históricos de la guerra en Afganistán dicen que esas afirmaciones sobre la falta de decisión y de credibilidad de Estados Unidos suenan falsas. “Decidir no seguir peleando una guerra imposible de ganar y donde se juegan intereses de segundo rango no quiere decir en absoluto que Estados Unidos no vaya a pelear cuando lo que esté en juego sea importante”, dice Stephen Walt, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Harvard. “Muy por el contrario, poner fin a una guerra fútil y prolongada permitirá que Washington enfoque más atención en prioridades mayores”.
“A nuestros verdaderos competidores estratégicos, China y Rusia, les encantaría vernos seguir gastando indefinidamente miles de millones de dólares en recursos y atención para estabilizar Afganistán”, disparó Biden en su discurso. El mandatario también dijo que Estados Unidos seguirá interfiriendo con el accionar del terrorismo con su poderío aéreo.
Aunque la historia podría reivindicar la orden de Biden, su gobierno ahora enfrenta la difícil tarea de conciliar su decisión con su permanente latiguillo de que los derechos humanos y el apoyo a los aliados estarán “siempre en el centro de la política exterior de Estados Unidos”.
Ese discurso fue pensado para mostrar un contraste con la administración Trump, que denigró a los aliados europeos y se abrazó a los gobiernos de tendencia autoritaria de Egipto, Arabia Saudita, Hungría y Brasil.
Los detractores de la política de Biden le enrostraron ese discurso cuando los talibanes irrumpieron en Kabul. Parte de la confusión proviene de la mezcla de ideologías dentro de la administración Biden, en particular, de los históricos defensores de las intervenciones humanitarias, como Blinken, y de la administradora de Usaid, Samantha Power, que suele referirse a la importancia de los derechos humanos.
Esa perspectiva contrasta con el escepticismo de Biden hacia los militares, algo evidente durante sus años como vicepresidente de Obama, cuando se opuso al ambicioso aumento de tropas que los líderes del Pentágono proponían en 2009 para frenar el resurgimiento de los talibanes. Tras advertirle a Obama que no permitiese que los altos mandos lo “apretaran”, luego apoyó infructuosamente una misión mucho más ágil y centrada específicamente en bloquear las amenazas contra territorio norteamericano.
“Esas ideas generalmente coexisten sin demasiadas tensiones”, dice un exfuncionario de defensa familiarizado con el pensamiento de Biden, que habló bajo condición de anonimato. “Con lo de Afganistán tuvo que regatear y llegar a un acuerdo”.
“Una de las grandes realidades que aprendimos en las últimas dos décadas es que es extremadamente difícil promover la política de derechos humanos a través de la intervención militar”, dice Stephen Pomper, alto funcionario de derechos humanos de la Casa Blanca de Obama.
“Lo ocurrido en Libia y Siria es la experiencia que marcó a muchos de quienes hoy ocupan los cargos más altos de la política exterior de Estados Unidos”, señala Pomper.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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